Eran las ocho de la tarde, Aledis cerró la cortina de metal hasta la mitad dando por terminada la jornada. Pasó todo el día atendiendo clientes gracias a la falta de personal. «No entiendo por qué las dependientas siempre firman su renuncia, si soy un encanto». Caminó hacia la trastienda donde se encontraba Elián y sus dos nuevas contrataciones. Al pasar junto a la puerta escuchó las risas de los empleados.
—Reme, cariño, en un rato la señora tengo un palo metido en el trasero estará molestando por aquí.
«¿Señora palo metido en el trasero? ¿A quién se referirá el marica?». Se detuvo a escuchar, ya que la curiosidad era uno de sus defectos.
—Gracias por avisarme —Remedios suspiró apesadumbrada—. Espero que esté satisfecha con mi trabajo y no tome en cuenta mi aspecto.
—Le va a encantar, mi Reme, te lo aseguro. Yo ya te amo y adoro como trabajas. —Elián sujetó una prenda admirando los detalles—. ¡Esto es perfección! No dejaré que te despida por nada del mundo.
—Yo… no logré coser ni una sola prenda en todo el día, creo que coloqué la manga de una camisa en donde iba la pierna de un pantalón —se quejó Lorena mostrando su trabajo.
—¡Qué horror! ¿Estás segura de que no eres hermana de la perra pelirroja?
Aledis, molesta, hizo resonar los tacones en el piso avisando que estaba allí y provocando que todos quedaran en silencio.
—Pero ¡qué callados están!, cualquiera pensaría que estaban descuartizando a alguien. —Elián se llevó ambas manos al pecho colocándolas una sobre otra, agachó la cabeza y mostró un rostro ofendido.
—Querida, ¿cómo puedes insinuar tal cosa? ¡Jamás! Yo mataría a cualquiera que se atreviera a descuartizar a un animal como tú.
—Pero qué gracioso, mira cómo me rio. —Apretó los labios en una fina línea y lo miró furiosa.
—Cambiando de tema, ¿quién era el hombretón de esta mañana? Era bellísimo —profirió, Elián.
—¿Qué hombretón? —preguntaron al unísono Lorena y Aledis.
Remedios parecía dedicarse a observarlos, intentando quedar alejada del grupo de conversación.
—¿Cuál va a ser? Ese que venía transpirando hormonas masculinas. Me llegaron sus feromonas hasta aquí, tuve que salir a atenderlo.
—¿El adefesio? No puede ser, ¿de verdad? Marica búscate un novio que cada día tienes peor gusto. —Negó con la cabeza y ocultó una sonrisa. Tan adefesio no era, la verdad.
No era guapo en el sentido estricto de la palabra, pero tenía un atractivo arrollador.
—Pelirroja del demonio, con mis gustos no te metas, tú sí que no sabes de lo que hablas. Ese hombre era todo un machote.
—Un machote salido de una película de terror, ¡horroroso!
—La apariencia no lo es todo —Remedios interrumpió y la retó con la mirada.
Aledis le dedicó una ojeada cargada de desprecio, esa mujer tenía algo que hacía que no lograra soportarla.
—Tú que vas a decir, si te viese acostada en el césped de un parque pensaría que eres uno de los regalos que sueltan allí los perros callejeros.
—¡Aledis! —gritó Lorena—. Reme no es fea, ella es que no sabe arreglarse, pero un día le voy hacer un cambio radical que nadie la va a reconocer.
—Asegúrate de meterla antes en una bañera con ácido para quitar la primera capa de piel inservible, porque de otra manera no tiene solución, ¡mira que es fea!
Sabía que estaba siendo odiosa, una parte de ella se avergonzaba de sí misma por ser así, pero a ese comportamiento la había llevado la vida.
Reme agachó la cabeza con vergüenza y de nuevo susurró:
—Me miro al espejo cada día, no hace falta que me lo recuerdes.
—Ahora se pondrá a llorar. —Comenzó a reír sin ganas, buscaba con la mirada la aprobación a sus comentarios por más que no tuvieran justificación, al ver que no le seguían la corriente mostró un gesto de indiferencia—. Pero que aburridos sois, volviendo al tema del que hablábamos, el hombretón se llamaba Burro.
—¿Burro? No creo que ese fuera su nombre, aunque tenía pinta de esconder bajo los pantalones la de uno. —Elián alzó las manos separándolas lo suficiente para mostrar una medida.
—¡Calla! Qué asco, me hiciste imaginarlo desnudo. Con B comenzaba, no acostumbro a recordar los nombres de personas que no quiero volver a ver. Mejor cómprate un perro, seguro que huele mejor.
—Te diré un secreto, pelirroja superficial; amo los hombres feos, me encantan, me fascinan.
—¿Por qué? —se animó a preguntar.
—Porque ellos hacen el amor como si fuera la última vez de sus vidas. Lo catan tan poco que cuando te agarran te destrozan. —Vio asomar a su rostro una sonrisa perversa—. Si fuera heterosexual trincaría a la Reme en los probadores y me la llevaría a visitar las estrellas.
—¡¿Qué?! —gritó la mujer poco agraciada.
«Mira la fea, como se le ponen los ojos hechos bolas. Pobrecita, ésta no vio un trozo de carne en su vida».
—Tranquila, Reme, no te emociones que me gustan los hombres, pero si alguna vez decides hacerte un cambio de sexo cuenta conmigo para que te empotre contra la pared.
—G-gracias, lo tendré en cuenta.
—Fea y tartamuda —murmuró para sí misma.
—¡Aledis! —gritaron Elián y Lorena.
—¡Ay! Disculpadme, ¡qué delicados son! Pensaba en voz alta no me pueden culpar por eso.
—Es un milagro que lo hagas.
—¡Marica! —lo regañó.
—Y orgulloso.
—¡Ya! Se acabó, quiero marcharme a casa de una vez. Lorena, mañana te quiero aquí a las nueve de la mañana, eres una inútil en el área de producción serás la nueva dependienta. Remedios tú entras por la puerta trasera.
—No tenemos puerta de atrás —informó ese marica entrometido.
—Recuérdame que llame a alguien para que venga a colocar una. No podemos dejar entrar a semejante alien por la puerta principal, imagínate si la ve un cliente. —Observó a sus tres acompañantes hacer el intento de volver a gritarle, pero continuó sin dejarlos hablar—. Tú, proyecto de mujer, te quiero sin salir de aquí. Cose y lo que tengas que hacer, pero a la tienda ni te asomes, lo tienes prohibido. ¡Venga, rapidito a cerrar!
Se dio la vuelta y comenzó a caminar con el contoneo exagerado de su cuerpo hacia la salida.
—¡Perra!
Escuchó el grito de su amigo, pero solo le provocó una sonrisa. Le encantaba ser una m*****a, lo disfrutaba. O eso era lo que intentaba hacer ver a todo el mundo.
—¿Cuántas vueltas vas a dar? Envía el puñetero correo.Brais sabía que su amigo estaba molesto con su indecisión. Después de poner en orden los pendientes de la empresa, Cristian le dio una idea para acercarse a la pelirroja de sus sueños.—No puedo, lo tendré que enviar al correo de su tienda. Quizás ella no es la que lo lee.—Todo en esta vida tiene un riesgo, no es que te vaya a ver la cara la persona que lo reciba.—No puedo. —Negó con insistencia.—Entiendo, la verdad es que estás aspirando a una tremenda mujer. No obstante, piensa que eres un hombre exitoso; eso sí, en las sombras, porque yo soy tu imagen.«¡Vaya! Al final él cabeza hueca de mi mejor amigo dijo algo coherente. Es cierto, él es mi imagen». Una sonrisa pícara apareció en su rostro.<
No sé qué decir, nunca nadie me dijo palabras parecidas. Si eres Elián y estás riéndote de mí me las pagarás, y si no eres él por favor no escriba a este correo; porque si no es esa loca la que se está doblando en la silla leyendo el mensaje, lo hará en cuanto lo vea.Que no estoy diciendo que sea feo. ¡Pero qué cosa más cursi! Y a la vez lindo. Me siento contradictoria, puede que me arrepienta de lo que voy a escribir, sobre todo porque me estoy pintando las uñas y se me estropeará el esmalte. La curiosidad mató al gato, pero creo que tengo algo de felina. ¿Podrías escribirme a mi correo personal?: perrapelirroja#correomail.com disculpa el nombre, lo creó para mí un amigo que estoy odiando mucho en estos momentos. Ahora que lo pienso debería cambiar la contraseña. No sé por qué respondo, quiz
Se encontraba sumida en sus pensamientos, observando los miles de resultados de la búsqueda en el navegador, pero sin llegar a verlos. Rozaba el teléfono moviendo la imagen de la pantalla hacia arriba y abajo sin observar ningún punto, el llanto de su madre resonaba en la mente por más que deseaba olvidarlo. Sin percatarse de las emociones que su propio cuerpo le enviaba dejó escapar una lágrima.Remedios y Elián la miraban desde la puerta de la trastienda.—¿Qué le ocurre?—No lo sé. Siempre se pone mal cuando habla con su familia, Reme.—Pero colgó el teléfono —susurró—. Mi madre murió hace varios años, nunca conocí a mi padre. Daría lo que fuera por recibir una llamada de ella.—Reme, ¡¿cómo dices eso?! ¡Qué horror! &iq
El teléfono tembló en sus manos mientras luchaba con las lágrimas que le entorpecían la visión. «¿Acaso estoy loca? ¿Así de falta de cariño estoy?, le mandé mi número a un desconocido». Se arrepintió, pero ya era tarde. Momentos después la canción que indicaba una llamada entrante comenzó a sonar. Observó la pantalla a la vez que se limpiaba las mejillas.—No puedo. «Hace muchos años que dejé la debilidad ante la gente».Esperó que se extinguiera el sonido, pero minutos después volvió a sonar. Decidida deslizó el dedo y descolgó, pero no fue capaz de hablar sin que se quebrara y rompiera en llanto.—Aledis —la voz masculina pronunciando su nombre la hizo estremecerse. «Dios mío que sonido tan hermoso&raq
Aledis casi llegaba a la casa de su familia cuando una voz la hizo darse la vuelta.—Pero ¡qué tenemos aquí! Un bomboncito de chocolate blanco con relleno de fresa —escuchó la voz de un joven de no más de diecisiete años.—¡Cállate, imbécil!—¡Vaya boca la de la niña! —dijo el amigo que lo acompañaba.—Si quieres quitarte ese mal genio, podemos hacértelo pasar muy bien, tía buena.Se horrorizó al saber lo que significaban aquellas palabras. Odiaba regresar a ese barrio de marginales.—Enanos, cuando se quitéis los pañales podéis volver. Soy mucha mujer para tan poca cosa. —Enredó la mano en el cabello y con un movimiento de cabeza lo apartó.Continuó su camino a la vez que escuchaba tras ella un insulto.—Guarra.Sonrió
—¡Qué hice! —Brais gritó tras poner fin a la llamada.Soltó el teléfono en el césped y con ropa incluida se dejó caer al agua. Necesitaba despejar la cabeza así fuera ahogándose. El remordimiento por usar el nombre de su amigo lo estaba desgarrando. Se encontraba feliz por escuchar de nuevo la voz de esa mujer. Saber que su presencia en la vida de ella era igual de necesaria le provocó que no quisiera alejarse de Aledis así tuviera que mentir para obtenerlo. ¿Pero usar a Cristian? Eso era caer muy bajo, por más que no estuviera preparado para enfrentarse al mundo. Se dejó hundir hasta el fondo, cerró los ojos y aguantó la respiración. El único sonido que lo rodeaba eran unos latidos que le resultaban atronadores. Necesitaba alejarse de todo, por Dios necesitaba ahogarse, Cris no iba a perdonarlo.Unos brazos lo arrastraron fuera del a
Aledis corrió hacia su auto con más rapidez de la que los tacones le permitían. Antes de llegar sintió el tobillo doblarse y el crujido de un zapato roto le siguió. —¡Mierda! —Se los quitó y terminó la carrera descalza. Entró a su coche y arrancó como si fuera perseguida por un grupo de psicópatas. En el trayecto que comenzó sin rumbo fijo su conciencia la estaba matando. «¿Cómo pude comportarme así?». No lograba darse una explicación a la forma inhumana que a veces se apoderaba de ella. Conforme presionaba el pie en el acelerador sentía disminuir los latidos del corazón, y parecía calmarse. «Aún queda un mes, puedo hacerlo todo. Con la remodelación llegarán más pedidos. Quizá si vendo mi departamento y consigo uno más accesible, si dejo las visitas al cirujano». —¡Jamás! No venderé mi casa, es mi sueño —murmuró, hablando sola en el interior de su auto. Aparcó frente a la clínica que había visitado demasiadas veces. Sin importarle el estado en que estaba salió del auto y caminó de
—Creo que deberíamos ir cerrando el chiringuito. —Elián reflejaba el cansancio en su rostro. Pasó todo el día trabajando sin parar junto a sus nuevas compañeras. Corriendo del taller a la tienda porque Lorena no era capaz de hacer bien su trabajo. —Creo que sí, la jefa parece que no volverá. Dime algo, ¿qué crees que le pasa? —preguntó, Remedios. —No me gusta el cotilleo, pero si insistes te lo cuento. Yo conocí a la perra del diablo cuando ambos comenzamos a estudiar diseño y moda. Era muy distinta de como la ves en estos momentos. —¿Qué quieres decir con eso? —Que no siempre fue lo que ves. Antes era una mujer sin gracia, tabla por delante, tabla por detrás. Despeinada y con un gusto por la moda algo extraño para elegir esa carrera, pero por algún motivo siempre me rodeo de bichos raros. —Dejó escapar una carcajada recordando a la joven pelirroja. —No me lo puedo creer, me mientes, es imposible que alguien como ella fuera como describes. —No, mi Reme. No acostumbro a mentir, p