Vacaciones

Vicenzo camina despacio cruzando la pequeña calle para llegar a casa de su madre, Anna Mariani de Della Rovere. Había enviudado hace unos años y desde entonces vive con una gran cantidad de avecillas que le hacen compañía cada vez que sale a tomar café al jardín.

Se puede decir que mantiene una estrecha relación con al menos tres de sus cuatro hijos, quien continuamente la visitan y la llenan de mimos, sabe que eso se debe en gran parte a la buena fortuna de tener un par de nueras amables y amorosas. Sin embargo, no todo es color Della Rovere para todos los hijos de la matriarca de los Della Rovere Mariani; en el fondo, a Anna le duele la situación del menor de ellos, Vicenzo. Sabe que la vida que lleva es hueca e insípida, llenada por simples banalidades que mitigan su soledad solo por pequeños momentos y que por mucho que intente apartarlo de ese camino vacío de sentido, lo único que logra es seguir apartándolo más y más por causa del orgullo y autosuficiencia que él cree poseer.

Días atrás le había rogado que asistiera a la cena de Nochebuena, alegando que era para estar todos juntos como familia al menos una vez al año. Al principio Anna notó cierta resistencia por parte de él, sin embargo, Vicenzo accedió más por obligación que por propia voluntad y aunque él supuso que su madre no notó su apatía, estaba muy equivocado, pues los años a ella le hacen entender con mayor astucia a las personas que tratan de esconder verdades con pretextos.

La casa amplia con dos plantas pintada de color blanco y verde, produce en cualquiera que la vea una sensación de estar llena de vida. La entrada es adornada por una gran puerta de caoba tallada con enredaderas y vides por el difunto patriarca de la familia. Pero lo que más atracción tiene es el gran patio trasero con un hermoso porche adornado con diversas plantas; sobre las paredes y pilares cuelgan las jaulas de los pajaritos del amor que es como todos les llaman; de estos hay de diversos colores.

Cuando llega a la puerta de la entrada puede divisar con cariño lo que una vez las manos de su padre fueron capaces de hacer. Cargado con todas las bolsas de regalo, Vicenzo puede percibir el aroma a pan recién horneado y ponche de frutas. Eso le saca una sonrisa sincera robándole un gran suspiro que le hace recordar su niñez y las noches que rondaba en la cocina después de que todos se fueran a dormir para robar otra pieza de pan. En más de una ocasión le descubrieron, pero eso no le impedía volverlo a intentar en esta época del año.

Así que ahora ya está aquí, el lugar donde menos desea estar. Las reuniones familiares se habían vuelto molestas e incómodas para él, ya que le recuerdan las veces que asistía con su exmujer, y por eso siempre las evita. Solo de pensarlo siente que se le revuelve el estómago, así que toma una bocanada de aire y prosigue su camino para entrar.

Toca el timbre en su intento de malabarismo, sin soltar ninguno de los obsequios, esperando que alguien acuda pronto a abrirle, y así sucede casi de inmediato.

—Tío, ¡hola! —grita Camila, lanzando su cuerpo en un abrazo hacia su tío favorito.

Vicenzo se asombra mucho de verla tan grande, ya que tenía por lo menos dos años sin verla

—Hola, princesa, también me da gusto verte —responde Vicenzo intentando devolverle el abrazo a Camila, pero con las manos ocupadas le es imposible. —¿Qué edad tienes? Estás gigante.

El asombro en la voz en él, es sincera, por un momento se pregunta que más se ha perdido.

—Tengo nueve, tío. Ya voy a cuarto de primaria. —informa Camila muy alegre.

—Qué bueno, ya te estás haciendo viejo, ¡eh! —dice Vicenzo con tono burlón.

—No, soy grande, no vieja —replica malhumorada la niña mientras sale corriendo.

—¡¿Están en casa?! —grita mientras pasa a la sala soportando el peso que de poco le va calando las manos.

—Acá estamos —responde en un grito Stefano, el segundo mayor de sus hermanos, desde la parte trasera de la casa.

Poco a poco observa todo a su alrededor y cómo es que está todo tan cuidadosamente decorado con cosas navideñas. Desde las paredes, las diversas mesas, la chimenea y hasta los sillones. Todo muy bien cuidado y hermosamente diseñado, sabiendo que esto solo puede ser obra de su madre.

Se acerca a la esquina de la sala donde está el árbol de Navidad lleno de luces de colores, muchas esferas, figuras y dulces colgando de él. Dejando las cosas debajo del árbol, abraza a su sobrino que al escucharlo corre hacia él. Es Miguel, hijo del más grande de sus hermanos, Giovanni.

Miguel y Camila son hermanos; ambos rubios de ojos verdes, lo cual sacan a su madre, Diane una canadiense que Giovanni conoció en uno de sus famosos congresos de medicina.

—Ya estás más grande renacuajo —expresa al pequeño mientras lo lleva en brazos al jardín trasero—. ¿Cuántos años tienes? —pregunta de la misma manera que a su otra sobrina.

Siente una punzada de tristeza, ya que tenía mucho tiempo de no verlos, pero no porque no pudiera, sino porque se la ha pasado tratando de evitar a la familia.

—Tengo tres —informa orgulloso el pequeño Mike. Eso le hace sentir una tristeza inefable, pues se ha perdido más de la mitad de la existencia de su adorado sobrino. Sabe que no hay regalos o videollamadas que reemplacen el cariño y amor que solo otro miembro de la familia pueden dar, sin embargo, a pesar de ese remordimiento se auto justifica creyendo que es mejor estar alejado de todos.

Al llegar a la cocina y ver a través de la puerta corrediza de cristal lo que ven sus ojos es impresionante, todo el jardín está decorado con luces navideñas blancas; tal como su papá lo hacía para ellos de pequeños. Eso le provoca cierto aire de melancolía, pues sabe que ya no podrá revivir aquellos momentos felices que tuvo en su infancia al lado de su padre, el cual es su persona favorita. Por un breve momento abraza la idea de que todo es como antes, pero esta consiente que es imposible, así que la aleja de sus pensamientos.

Una vez más antes de salir del porche pone atención a la cantidad de personas ahí reunidas, sabe que ha llevado más regalos de los necesarios, sin embargo, si falta alguien de recibir uno tendrá la excusa perfecta para salir a buscarlo cuando en realidad estaría huyendo de aquel lugar lo antes posible.

La familia entera está ahí fuera: sus tres hermanos, las esposas de dos de ellos, incluso los suegros de su hermano mayor; su mamá, sus tres sobrinos y su… su exmujer. No puede creerlo, eso es un golpe bajo para él.

«¿Cómo pudieron invitarla a la cena de Navidad?» Se pregunta lleno de ira.

Vicenzo comienza a sentirse sofocado, con rabia, al tiempo que el color de su cara va cambiando drásticamente; piensa que tal vez está teniendo alguna pesadilla. En cuestión de segundos, todo el enojo guardado durante los últimos años, la impotencia y la frustración comienzan a aflorar de nuevo. Era una muy mala broma del destino que esa «arpía» como él la llama, esté en el mismo sitio que él y peor aún, conviviendo con su propia familia.

Bajando a Mike “como él le dice de cariño a su sobrino”, este camina en busca de los brazos de su mamá, al mismo tiempo en el que Vicenzo sale del porche adentrándose al jardín para enfrentarse con su ex.

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