CAPÍTULO 5

No hay sonidos de sirenas de ambulancias, protección civil, emergencias o policía. El frío lograr calar hasta los huesos ya adormecidos de Vicenzo, que está aún dentro del coche que está volcado hacia arriba en la orilla de la carretera. Su cara y cuerpo están llenos de sangre fresca y el sol no tarda en salir, había decidido irse por esa carretera que era menos transitada por los camiones de carga, pues le urgía llegar rápido a su destino y descansar al menos un rato.

Al despertar, después de pasar una hora inconsciente a duras penas, logra abrir los ojos. El carro está casi destruido, con el techo aplastado y no queda un solo vidrio entero, todos están en la nieve revuelta, con tierra y hierba hechos añicos. Por una de esas ventanas quebradas, él puede ver la noche oscura con los últimos destellos nocturnos de las estrellas en el cielo y al lado opuesto, por la otra ventana puede divisar las primeras estelas de luz que traerán el amanecer.

Por un momento llega a sentir que su alma se desvanece y que poco a poco la fuerza se aleja de él, la impotencia por querer moverse llega a él con gran afán mientras sigue sujetado al asiento y en medio de la nada logra escuchar el goteo parsimonioso de su sangre sobre el techo del auto. Esto poco a poco le causa una sensación de pánico que lo lleva a pensar que, si llega a salir de esa situación con vida, hará un cambio en su estilo de vida. Tal como toda persona en aprietos, reflexiona con tal de salir de ellos.

Al fin, sus párpados se cierran mientras la sangre ya corre por fuera del coche, humedeciendo la tierra y la nieve. La oscuridad de a poco se va difuminando, dándole paso al gran astro celeste, el sol comienza a dar sus primeros rayos de luz en el día y estos se reflejan sobre los cristales rotos esparcidos alrededor de lo que era un precioso auto. Es en esa falta de energía que pierde la noción del tiempo y de lo que va sucediendo a su alrededor. Lo que cree que son sus últimos pensamientos son nada más que plegarias pidiendo a Dios que lo saque de este problema y envíe ayuda, es en ese momento cuando un par de emisarios del destino se topan con él.

—¡Lalo, ayúdame a abrir la puerta, está atorada!, tráete la caja de herramientas que está detrás —grita don Leo a su hijo mayor, que aún está, por un lado, de su camioneta estacionada a un lado de la carretera.

—Papá, aquí está la caja, ¿hay alguien en el carro? —pregunta Lalo después de llegar con la caja hasta donde el auto de Vicenzo había ido a parar tras caer por la orilla de la carretera y volcarse por un pequeño barranco y chocar con unas rocas y unos pinos.

—Hay un hombre, Lalo, llama a la cruz roja rápido —le sugiere con apuro don Leo.

—Ya lo intenté papá, pero no hay señal. Podemos llamar hasta que lleguemos al pueblo —contesta mientras intenta de nuevo que la llamada saliera— Mejor hay que sacarlo y llevarlo hasta el pueblo, aquí nadie podrá ayudarnos.

—Ayúdame, pues, saca las pinzas y revísalo de nuevo, está inconsciente, sin embargo, vive —anuncia don Leo, mientras intenta abrir la puerta.

Eduardo le pasa las pinzas a su padre mientras comprueba el pulso del joven. Al acercarse nota que se está desangrando y si no le atienden pronto, seguro morirá.

—Apá, este hombre está muy pálido, hay demasiada sangre en la tierra y según las prácticas de primeros auxilios que nos dieron en el trabajo, debemos inmovilizarlo para trasladarlo y llevarlo con urgencia, no sabemos qué daños tenga, posiblemente muera —dice preocupado y con urgencia a su padre.

Don Leo no sabe nada de primeros auxilios, él solo se dedica a la venta de productos caseros de puerco a diversas tiendas populares, los elabora con su familia, esposa, hijos y su mamá, un negocio cien por ciento familiar, que les daba el sustento necesario para sobrevivir.

—Mire hijo, yo no sé nada de eso, pero si usted cree que es lo mejor, pues hay que apurarnos. Traiga de la camioneta lo necesario y yo le ayudo en lo que ocupe —En ese mismo tono de humildad y respeto, Lalo asiente afirmando la opinión de su padre y va corriendo a la camioneta para traer lo necesario.

Después de unos minutos, don Leo logra abrir la puerta y Eduardo llega con lo que contaban en la camioneta y unos palos más que encontró para lograr mover el cuerpo aún inconsciente de Vicenzo.

Don Leo sigue con mucha atención y cuidado cada una de las instrucciones de su primogénito y en menos de diez minutos ya lo están subiendo a la parte trasera de su camioneta.

Eduardo al notar la apariencia del hombre supone que es alguien que cuenta con altos recursos económicos. Toma las llaves de lo que quedaba del coche y abre la cajuela. Como suponía, hay algunas pertenencias de Vicenzo en ella, las saca junto con los papeles de la guantera y corre al auto para llevar a ese hombre totalmente desconocido a la clínica cercana a su pueblo.

Vicenzo yace recostado sobre una lona en la parte trasera de la camioneta, con un hombre mayor, por un lado, que cuida de su cuerpo mientras ajusta un torniquete en su brazo derecho. Logra abrir un poco los ojos para darse cuenta de que en el horizonte el sol ya ha comenzado a salir del todo regalándole los primeros destellos del día para después de eso volver a caer en un sueño profundo del cual no sabe si podrá despertar.

A menos de media hora del pueblo está la famosa clínica, ubicada a la orilla de la carretera de Villa unión—El Salto. Solo es un pequeño edificio que cuenta con lo indispensable para atender emergencias. Don Leonardo López pide de favor al médico del pueblo que también es su compadre que reciba al joven que viene muy grave. Mientras tanto, Lalo avisa a tránsito local del accidente en la carretera para que tomen cartas en el asunto.

Jaime Vega es ya un señor mayor rondando los sesenta. Ha sido médico de Pueblo Nuevo y sus alrededores durante más de veinte años, por lo tanto, todos le conocen. Además de ser un médico experimentado, también es una persona muy amable con los demás y con mayor razón para aquellos que no cuentan con muchos recursos económicos. Puede atender desde una simple gripe, hasta partos y cirugías menores. Todos en el pueblo y sus alrededores confían en él y la familia López no es la excepción.

Cuando el Dr. Jaime recibió al hombre ensangrentado su primera impresión no fue nada alentadora, se veía a primera vista la gran cantidad de pérdida de sangre. El rostro de Vicenzo al estar de cabeza terminó completamente ensangrentado por la herida que tuvo en uno de los pulmones y el brazo. La escena parecía ser totalmente trágica, un hombre joven muerto en un accidente de carretera, bien podría ser el encabezado del día siguiente, pero para el doctor eso conllevaba no hacer hasta lo imposible para salvarlo.

Gabriela, la enferma y él, lo ingresan inmediatamente a la sala ya esterilizada para atenderlo, media hora más tarde se les une Javier, un traumatólogo y entre los tres hacen las debidas atenciones para salvarle la vida a un desconocido en plena víspera del día de Navidad. 

Al cabo de cinco horas, Jaime sale del quirófano improvisado y hace del conocimiento a su amigo Leo y su hijo Lalo sobre el delicado estado del joven, asegurándoles que no es nada prometedor que no vayan a quedar secuelas.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo