No hay sonidos de sirenas de ambulancias, protección civil, emergencias o policía. El frío lograr calar hasta los huesos ya adormecidos de Vicenzo, que está aún dentro del coche que está volcado hacia arriba en la orilla de la carretera. Su cara y cuerpo están llenos de sangre fresca y el sol no tarda en salir, había decidido irse por esa carretera que era menos transitada por los camiones de carga, pues le urgía llegar rápido a su destino y descansar al menos un rato.
Al despertar, después de pasar una hora inconsciente a duras penas, logra abrir los ojos. El carro está casi destruido, con el techo aplastado y no queda un solo vidrio entero, todos están en la nieve revuelta, con tierra y hierba hechos añicos. Por una de esas ventanas quebradas, él puede ver la noche oscura con los últimos destellos nocturnos de las estrellas en el cielo y al lado opuesto, por la otra ventana puede divisar las primeras estelas de luz que traerán el amanecer.
Por un momento llega a sentir que su alma se desvanece y que poco a poco la fuerza se aleja de él, la impotencia por querer moverse llega a él con gran afán mientras sigue sujetado al asiento y en medio de la nada logra escuchar el goteo parsimonioso de su sangre sobre el techo del auto. Esto poco a poco le causa una sensación de pánico que lo lleva a pensar que, si llega a salir de esa situación con vida, hará un cambio en su estilo de vida. Tal como toda persona en aprietos, reflexiona con tal de salir de ellos.
Al fin, sus párpados se cierran mientras la sangre ya corre por fuera del coche, humedeciendo la tierra y la nieve. La oscuridad de a poco se va difuminando, dándole paso al gran astro celeste, el sol comienza a dar sus primeros rayos de luz en el día y estos se reflejan sobre los cristales rotos esparcidos alrededor de lo que era un precioso auto. Es en esa falta de energía que pierde la noción del tiempo y de lo que va sucediendo a su alrededor. Lo que cree que son sus últimos pensamientos son nada más que plegarias pidiendo a Dios que lo saque de este problema y envíe ayuda, es en ese momento cuando un par de emisarios del destino se topan con él.
—¡Lalo, ayúdame a abrir la puerta, está atorada!, tráete la caja de herramientas que está detrás —grita don Leo a su hijo mayor, que aún está, por un lado, de su camioneta estacionada a un lado de la carretera.
—Papá, aquí está la caja, ¿hay alguien en el carro? —pregunta Lalo después de llegar con la caja hasta donde el auto de Vicenzo había ido a parar tras caer por la orilla de la carretera y volcarse por un pequeño barranco y chocar con unas rocas y unos pinos.
—Hay un hombre, Lalo, llama a la cruz roja rápido —le sugiere con apuro don Leo.
—Ya lo intenté papá, pero no hay señal. Podemos llamar hasta que lleguemos al pueblo —contesta mientras intenta de nuevo que la llamada saliera— Mejor hay que sacarlo y llevarlo hasta el pueblo, aquí nadie podrá ayudarnos.
—Ayúdame, pues, saca las pinzas y revísalo de nuevo, está inconsciente, sin embargo, vive —anuncia don Leo, mientras intenta abrir la puerta.
Eduardo le pasa las pinzas a su padre mientras comprueba el pulso del joven. Al acercarse nota que se está desangrando y si no le atienden pronto, seguro morirá.
—Apá, este hombre está muy pálido, hay demasiada sangre en la tierra y según las prácticas de primeros auxilios que nos dieron en el trabajo, debemos inmovilizarlo para trasladarlo y llevarlo con urgencia, no sabemos qué daños tenga, posiblemente muera —dice preocupado y con urgencia a su padre.
Don Leo no sabe nada de primeros auxilios, él solo se dedica a la venta de productos caseros de puerco a diversas tiendas populares, los elabora con su familia, esposa, hijos y su mamá, un negocio cien por ciento familiar, que les daba el sustento necesario para sobrevivir.
—Mire hijo, yo no sé nada de eso, pero si usted cree que es lo mejor, pues hay que apurarnos. Traiga de la camioneta lo necesario y yo le ayudo en lo que ocupe —En ese mismo tono de humildad y respeto, Lalo asiente afirmando la opinión de su padre y va corriendo a la camioneta para traer lo necesario.
Después de unos minutos, don Leo logra abrir la puerta y Eduardo llega con lo que contaban en la camioneta y unos palos más que encontró para lograr mover el cuerpo aún inconsciente de Vicenzo.
Don Leo sigue con mucha atención y cuidado cada una de las instrucciones de su primogénito y en menos de diez minutos ya lo están subiendo a la parte trasera de su camioneta.
Eduardo al notar la apariencia del hombre supone que es alguien que cuenta con altos recursos económicos. Toma las llaves de lo que quedaba del coche y abre la cajuela. Como suponía, hay algunas pertenencias de Vicenzo en ella, las saca junto con los papeles de la guantera y corre al auto para llevar a ese hombre totalmente desconocido a la clínica cercana a su pueblo.
Vicenzo yace recostado sobre una lona en la parte trasera de la camioneta, con un hombre mayor, por un lado, que cuida de su cuerpo mientras ajusta un torniquete en su brazo derecho. Logra abrir un poco los ojos para darse cuenta de que en el horizonte el sol ya ha comenzado a salir del todo regalándole los primeros destellos del día para después de eso volver a caer en un sueño profundo del cual no sabe si podrá despertar.
A menos de media hora del pueblo está la famosa clínica, ubicada a la orilla de la carretera de Villa unión—El Salto. Solo es un pequeño edificio que cuenta con lo indispensable para atender emergencias. Don Leonardo López pide de favor al médico del pueblo que también es su compadre que reciba al joven que viene muy grave. Mientras tanto, Lalo avisa a tránsito local del accidente en la carretera para que tomen cartas en el asunto.
Jaime Vega es ya un señor mayor rondando los sesenta. Ha sido médico de Pueblo Nuevo y sus alrededores durante más de veinte años, por lo tanto, todos le conocen. Además de ser un médico experimentado, también es una persona muy amable con los demás y con mayor razón para aquellos que no cuentan con muchos recursos económicos. Puede atender desde una simple gripe, hasta partos y cirugías menores. Todos en el pueblo y sus alrededores confían en él y la familia López no es la excepción.
Cuando el Dr. Jaime recibió al hombre ensangrentado su primera impresión no fue nada alentadora, se veía a primera vista la gran cantidad de pérdida de sangre. El rostro de Vicenzo al estar de cabeza terminó completamente ensangrentado por la herida que tuvo en uno de los pulmones y el brazo. La escena parecía ser totalmente trágica, un hombre joven muerto en un accidente de carretera, bien podría ser el encabezado del día siguiente, pero para el doctor eso conllevaba no hacer hasta lo imposible para salvarlo.
Gabriela, la enferma y él, lo ingresan inmediatamente a la sala ya esterilizada para atenderlo, media hora más tarde se les une Javier, un traumatólogo y entre los tres hacen las debidas atenciones para salvarle la vida a un desconocido en plena víspera del día de Navidad.
Al cabo de cinco horas, Jaime sale del quirófano improvisado y hace del conocimiento a su amigo Leo y su hijo Lalo sobre el delicado estado del joven, asegurándoles que no es nada prometedor que no vayan a quedar secuelas.
—Lamento informarte Leo que el estado del joven es crítico. Venía con un pulmón perforado, hemorragia interna, un pie quebrado y varias lesiones menores como en el brazo, cuello y abdomen —anuncia con delicadeza—. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para estabilizarlo, pero por precaución es necesario no trasladarlo a la ciudad hasta que esté más estable, por el momento la hemorragia ya fue parada.» ¿Le conoces de algún lugar Leo? Porque hay que avisar a sus familiares —añade el médico a su amigo de toda la vida.—No, apenas lo encontramos allá camino a Mexiquillo lo trajimos contigo. ¿Se va a recuperar? Perdió mucha sangre, hubieras visto su auto, quedó hecho añicos y todo el lugar estaba lleno de sangre.—Es difícil su situación. Por lo que cuentan, el cinturón ejerció presión sobre la arteria y eso hizo que la pérdida de sangre no fuera tan acelerada. Pero aun con eso y el tiempo que estuvo ahí perdió bastante. Créanme que, si hubieran llegado media hora más tarde, él
Cuando Lalo pasó por su hermana al trabajo, la puso al tanto de todo lo que había sucedido hasta el momento. Aun sin conocer a Vicenzo, Lalo y su familia sienten una verdadera preocupación por su estado, ya que alguna vez ellos también ocuparon ayuda y hubo personas de noble corazón que les tendieron la mano cuando más lo necesitaban.—Muchas gracias por su ayuda ¬—anuncia el doctor Jaime a la familia de don Leo—, tal vez este joven hubiera muerto sin ustedes. Su estado actual es delicado y está en coma debido al accidente. Posiblemente, tarde de uno a dos días para que despierte.—Son muchos días, Lalo. No podemos pagar tanto —confiesa el patriarca con pesar, ya que la economía de su familia no ha estado en su mejor momento durante un tiempo.—Lo sé, pero dejémoslo aquí lo necesario. Sus signos vitales son estables. El estado comatoso en el que se encuentra es debido a un golpe que recibió en la cabeza y a la pérdida de sangre. Su cerebro necesita tiempo para desinflamarse por sí sol
—Ya, ya, niños. Vengan mejor, yo también tengo hambre. Seguro, mamá Lita ha de estar ocupada y tu madre también. Vamos —señala con la cabeza la salida de la clínica—, doña Lupe ya se puso en la esquina de enfrente con los tamales. Yo pago.El par de hermanos que hasta el momento seguían molestándose sonrieron con entusiasmo ante la propuesta de su padre. Abrazados caminaron detrás de él hasta salir y llegar al puesto de tamales.Sara, que no dejaba de preocuparse, solo pide uno de elote con rajas, por ser de los más baratos, pero don Leo y Lalo piden dos cada uno de carne y acelgas. No porque fueran más baratos, sino porque sabían con certeza que la vida es un tobogán, a veces vas tan deprisa que no reparas en disfrutar del momento; así que ellos sí lo hacían, en eso se parecían padre e hijo. Mientras Sara reparaba en todas las necesidades, ellos se dispusieron a disfrutar lo que la vida les daba en ese momento y eso era un par de tamales para cada uno.Después de compartir juntos aqu
Sara nunca pensó que su Navidad terminaría recostada en una camilla junto a un hombre que jamás había visto en su vida. Tendida de lado observa el perfil de Vicenzo, que yace aún en coma, pasea la vista por su mentón, seguido de sus labios ligeramente carnosos, subiendo por el perfilado recto de su nariz hasta llegar a su frente amplia. Le mira imaginando de donde viene y a que se dedica, mentalmente se formula un par de historias sobre la posible identidad del hombre.Entre todas esas preguntas hay una que le sobresalta y es ¿cómo es que pudo accidentarse? Es normal hasta cierto punto que pasen unos cuantos accidentes al año por la carretera Sinaloa—Durango. Pero en su mayoría eran personas que manejaban por la parte donde más curvas hay, no en la zona donde su hermano dijo que lo encontraron, las curvas ahí no suelen ser prominentes y no hay un alto riesgo como para volcarse.—Buen día, Sara —saluda Gaby al entrar a la habitación con el archivo del paciente—. Que temprano despertast
—Buenos días, Sra. Mary, ya llegué —anuncia Sara a una de sus compañeras de trabajo y también su jefa directa—. Qué bueno mi niña, llegaste a tiempo, la Señora ya preguntó por ti.—¿Pero si aún faltan veinte minutos para mi entrada? Cada día que pasa se pone más y más exigente.—Lo sé, niña. Ella también tiene días difíciles, debemos comprenderla un poco.—Está bien, doña Mary —afirma Sara para calmar a la mujer que logró conseguirle el empleo—. Ahora, voy donde la Señora y veo que ocupa. Ya vuelvo. —de repente se regresa y le da un abrazo cariñoso por la espalda a la anciana—. Gracias por todo.—De nada, niña. —La mujer de cabello cano le da una palmadita cariñosa en la espalda y la aleja para que se apresure—. Anda con la Señora, ha de estar desesperada.—¡Voy! —anuncia Sara mientras toma la bata y la maleta que ocupara para hacer lo que su trabajo requiere.A varios kilómetros, un derrumbe de uno de los tantos cerros de la sierra de Durango provoca el accidente de una van y un auto
—Lamento no tener un lugar adecuado para disponer al joven —confiesa apenado don Leo.—No se preocupe —Javier se acerca dándole una palmada en la espalda— ustedes están a cargo de él y mejor ayuda no pudo haber encontrado pese a las circunstancias.—Pero pudo haber sido mejor —se lamenta el hombre mayor por las condiciones económicas en las que se encuentran.—Don Leo, yo estaré viniendo al menos una vez al día para cualquier cosa. Ya dejé anotadas las instrucciones a seguir para el cuidado del paciente. Son fáciles, él no tardará en despertar, así que los cuidados serán mínimos —asegura Gabriela al tiempo que verifica los vendajes y la sonda—. De cualquier forma, hoy le enseñé a Sara como hacer algunas cosas y dada su experiencia no creo que le resulte difícil.—Está bien, Gaby —afirma el patriarca con tristeza al recordar la experiencia a la que se refiere su futura nuera—. Estaremos en contacto, entonces.—Oye, mi niña —llama Lita a la joven—, y ¿cómo cuánto tardará en despertar el
Una vez más la jalonea intentando levantarla para subirla, pero Sara con un último intento y fuerza de voluntad logra zafarse y corre alejándose de él. El hombre de tez morena y ojos inyectados de sangre corre tras ella cuando una Pick—up todoterreno sale de la curva y se encuentra con ellos.Sara les hace señas para que se paren y estos por temor disminuyen la velocidad solo para pasarlos y en cuanto lo hacen aceleran.—¿Lo ves? Estás sola —le grita furibundo—. Ven acá, perrita, vamos a jugar. Justo cuando está por alcanzarla, el auto que segundos atrás los había pasado se regresa a toda velocidad en reversa.—¡Eh, tú, aléjate de la chica! —le grita un joven de unos veinticinco años bajándose del coche, al ver que el hombre no tenía intención de alejarse, se baja del coche apuntándole con un arma— ¡Te dije que te alejaras de la chica!—Tú no te metas, esa perra me la tiene que pagar —señala el hombre a Sara quien está temblando bajo la lluvia tratando de agarrar aire.Otros tres homb
CAPÍTULO 13Cuando habían avanzado un par de kilómetros es Patricio sentado a la derecha de ella quien se atreve a preguntarle.—¿Ocupas ayuda con algo? ¿Quieres… hablar sobre lo que pasó? —la timidez en su voz se nota, pues no se siente bien ser imprudente, sin embargo, le puede el poder ofrecer un poco o mucha de ayuda a la desconocida.Una vez más ella niega con un ademán sin querer hablar de ello. Justo cuando están por llegar a la curva que ella toma para entrar al sendero que le lleva a su casa, les pide que paren.—Aquí me bajo, yo puedo seguir desde este lugar.—Por supuesto que no —avisa Jasiel mientras abandona la carretera para seguir avanzando por aquel pequeño camino a su derecha, siguiendo su instinto, sin saber a ciencia cierta si era por donde debía avanzar—, te llevaremos hasta el lugar que sea, pero donde estés segura.Sara sin ánimos de discutir, accede a lo que dicen a sabiendas de que no podrá avanzar mucho en la bicicleta debido al dolor en el cuerpo y cabeza.—A