CAPÍTULO 6

—Lamento informarte Leo que el estado del joven es crítico. Venía con un pulmón perforado, hemorragia interna, un pie quebrado y varias lesiones menores como en el brazo, cuello y abdomen —anuncia con delicadeza—. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos para estabilizarlo, pero por precaución es necesario no trasladarlo a la ciudad hasta que esté más estable, por el momento la hemorragia ya fue parada.

» ¿Le conoces de algún lugar Leo? Porque hay que avisar a sus familiares —añade el médico a su amigo de toda la vida.

—No, apenas lo encontramos allá camino a Mexiquillo lo trajimos contigo. ¿Se va a recuperar? Perdió mucha sangre, hubieras visto su auto, quedó hecho añicos y todo el lugar estaba lleno de sangre.

—Es difícil su situación. Por lo que cuentan, el cinturón ejerció presión sobre la arteria y eso hizo que la pérdida de sangre no fuera tan acelerada. Pero aun con eso y el tiempo que estuvo ahí perdió bastante. Créanme que, si hubieran llegado media hora más tarde, él no estaría vivo. También ocupo pedirles un favor, el joven necesita al menos dos medidas más de sangre, ya se le administraron las que tenía de reserva, pero no son y suficientes.

—¿Hay una manera de ayudar? —pregunta don Leo, dispuesto como siempre a ayudar a todo aquel que lo necesite.

—Sí, la hay. Necesitaremos sangre O negativo, por lo tanto, requiero de ti y de Sara, ya que el paciente es de su mismo tipo sanguíneo y solo ustedes pueden donarle. Son las únicas personas que conozco que la tienen y que están a la mano, por así decirlo.

—Está bien Jaime. Lalo, ve lo antes posible por tu hermana, explícale lo sucedido y no olvides decirle que es una urgencia —pide con prontitud a su hijo.

—Está bien papá, voy por ella. Nos vemos aquí en un rato —informa sacando las llaves de su vieja Pick—Up mientras camina hacia afuera de la clínica.

—Perfecto. Iremos preparando las cosas y a ti en lo que llegan —anuncia el doctor mientras señala una de las puertas de la clínica y su amigo la abre para entrar, luego ambos a una pequeña sala.

—Toma asiento en ese sillón. Gabriela vendrá enseguida a canalizarte —dice burlón, pues sabe del miedo que les tiene su amigo a las agujas.

—Ajá. Todo sea por el bien del jovencito —sonríe nervioso don Leo.

—Tuve que intervenirlo de urgencia. Por ese motivo tardé un poco en salir. Pero es necesaria la sangre si hubiera otra forma créeme que no te lo pediría —aclara el doctor para que no quede duda ante una posible malinterpretación futura.

—Lo sé, no hay de qué preocuparse.

—Te dejo, iré a ver el estado de mi paciente. Aún sigue en el quirófano con el traumatólogo —le hace de su conocimiento para luego salir de la sala pintada de blanco.

Al cabo de un rato entra Gabriela, una de las enfermeras más jóvenes de la clínica, recién egresada de la universidad, cargando con una mano un tripié para las transfusiones y con la otra todo el material que va a necesitar para hacerlo.

—Don Leo, ya sabe, apriete el puño y cuando le diga que lo abra lo hace —informa Gabriela mientras le amarra una liga alrededor del brazo.

—Está bien ­—responde don Leo mientras sigue las indicaciones de la enfermera y voltea hacia otro lado evitando ver.

—Esto va a doler un poquito, pero será rápido —avisa con cariño, pues sabe que no todos son afectivos a esos utensilios— tranquilo, ya casi está. Abra la mano —dice al terminar de canalizar a don Leo

—Gracias, Gabriela, eso fue muy rápido. Realmente te has vuelto muy buen en esto de andar picando a la gente —la sonrisa bromista del señor no se hace esperar y eso le saca una carcajada a la enfermera.

—Gracias a usted. Está ayudando a salvar una vida —dice con una tierna sonrisa—. Y sí, entre más inyecto a las personas, más fácil se va haciendo. Como dicen por ahí, don Leo, la práctica hace al maestro.

—Tienes razón, mi niña… —le regala una sonrisa afectiva recordando que su hijo está locamente enamorado de ella, pero no se atreve a decírselo—. Lamento que tuvieras que venir en Navidad acá, lo más seguro es que estuvieras aun durmiendo o desayunando ya un menudito.

—Posiblemente estaría desayunando…

—Papá. ¿Estás bien? —pregunta Lalo al llegar y ver a su padre canalizado a sabiendas de su ya conocido miedo e interrumpiendo la conversación entre este y su amada musa.

—Sí, hijo, no te preocupes. Gaby ha sido muy cuidadosa y amable conmigo. ¿Sara viene contigo? —inquiere el patriarca con angustia.

—Sí. Se está lavando los brazos. Ya sabes, el aroma.

—Hola, Lalo —saluda Gabriela a Eduardo esperando llamar su atención.

—Hola, Gaby. ¿Qué tal se comportó mi papá? —pregunta divertida Lalo

—Muy bien. A comparación de la vez pasada, perfecto diría yo —comenta riendo.

—No se burlen de mí. Todos tenemos miedos. Si no me creen, pregúntenle a la ratita que va pasando por tus pies Lalo. —dice alzando la ceja y señalando al suelo con la mano que tenía desocupada.

Lalo duda un momento en ver, pero de pronto siente que algo sube por su pierna y pega tremendo grito. Su hermana menor, que acababa de entrar sin que nadie notara su presencia, al darse cuenta de la broma que su padre quería jugarle a Lalo, se agachó y con una pluma de las que usaba en su trabajo simuló que algo subía por la pierna de su hermano. Él volteó a ver a la dichosa rata y no era más que su hermana agachada muerta de risa, a este contagio se unen su padre y Gabriela que no evitan reírse luego de dicha broma.

—Sara, necesito que te sientes para hacer la transfusión de sangre —informa la enfermera tratando de mantener la compostura luego de tanto reír.

—De acuerdo, estoy lista —afirma la joven mientras se acomoda en el asiento y pone el brazo en posición, ya sabiendo lo que debía de hacer.

Hija y padre son del mismo tipo de sangre, lo que es una ventaja, pues ellos pueden donarles a todos los que necesitaran, la desventaja está en que no cualquiera puede donarles a ellos, pues solo pueden recibir sangre de otro o negativo, eso les hace conocedores de la urgencia con la que se ocupa su sangre.

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