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—No, no te perdono y no te llamó más —dijo cruzándose de brazos.

Frank maldijo entre dientes, algo que Christina odió, solo le exacerbó ese sentimiento de que él estaba cansado de ella. Le envió un mensaje a un compañero avisándole que no volvería a la mesa. Luego encendió el auto, moduló el volumen de la radio y comenzó a conducir.

—Para el auto —dijo Christina.

—No cariño, por favor, no hagamos de esto una pelea.

—Detén el maldito auto.

Frank terminó aparcando frente a la plaza, bajo la oscuridad que proveía uno de los árboles que se erguía imponente, cubriendo con sus frondosas ramas la poca iluminación proveniente del centro del lugar.

—¿Se puede saber qué pasa ahora Christina? —cuestionó molesto.

—Ni siquiera me has preguntado por qué razón te vine a buscar…

Christina se llevó la mano derecha a la frente, haciendo un gesto de obstinación.

—Tienes razón, lo siento mi reina, ¿para qué me viniste a buscar?

Christina, se levantó del asiento y se sentó sobre el regazo de Frank, tomándolo por sorpresa.

— ¿Qué haces Christina? Alguien puede vernos —dijo al ver cómo le abría el cinturón con rapidez y comenzaba a bajarle la cremallera de los pantalones. Ella lo besó de golpe para no dejarle espacio a pensar. Él intentó seguirle el juego corriendo el asiento hacia atrás y apretándola por la cintura, luego enroscó la lengua con la suya, al tiempo que las manos temblorosas de Christina descendían por su abdomen, sacándole el miembro medio flácido de la ropa interior. La erección apareció rápido, tras una ligera masturbación.

La tensión de estar en un sitio público y el poder ser vistos, les resulto una situación muy excitante, por lo que sus besos se encendían y se podían describir la línea de sus pensamientos.

Él no dejaba de pensar en que la policía podía llegar en cualquier momento, ella, en cambio, estaba en estado de fuga. Necesitaba hacer algo emocionante, aunque fuese una vez en la vida.

Christina se llenó los dedos de saliva y embadurnó el miembro de su novio. Se levantó el vestido, se corrió la ropa interior e intentó deslizarlo entre los pliegues de su sexo. Él la detuvo, le devolvió el favor humedeciéndose los dedos también para lubricarla y poder penetrarla con éxito.

Ella lo recibió con un poco de dificultad, estaba excitada, aunque no del todo mojada. Llevó las manos de Frank a sus pechos indicándole que la tocara, este los apretó sobre la tela del vestido sintiendo los pezones duros, para después tomarla por las caderas, marcando el ritmo de la penetración.

Se besaron, siendo capaces de sentirse a pesar de tener demasiadas prendas de ropa dificultando la maniobra. Christina encontró atractiva aquella postura dominante que no solía practicar. Lo asió por la nuca, pasó los dedos sobre la cabeza.

Frank siguió besándola con pasión, mientras que ella subía y bajaba sobre su miembro con gusto. Comenzaba a sentirse muy excitada, cerró los ojos, intentando extender la sensación lo más que pudiese.

Hizo círculos con la cadera, rozando partes que, normalmente, él no tocaba. Se estaba dejando llevar, lo estaba disfrutando como no conseguía hacer desde hacía años. Solo necesitaba un poquito de ayuda. Empujó a su novio contra el respaldo del asiento, apoyó una mano en el pecho de este, se enrolló la corbata en el puño, obligándolo a mantenerse en esa posición. Se lamió los dedos para llevarlos a su clítoris hinchado, cuestión que tampoco solía hacer y que, ese día, estaba dispuesta a probar. Se acarició con insistencia, permaneciendo con los ojos cerrados en un intento de encontrar el anhelado placer.

—Christina, me voy a venir.

—No, no te vengas, ¡ni se te ocurra! —dijo ella en tono de obstinación y siguió acariciándose, buscando. Solo quería un orgasmo.

—Christina, mírame, abre los ojos. —Frank tenía el rostro crispado por la excitación, estaba cerca de correrse. —Gime cariño, quiero oírte gemir, no te cortes —dijo con entusiasmo.

Por un momento, no comprendió a lo que se refería, Christina se había escuchado jadear. Le tomó un par de segundos entender que él quería los gemidos de siempre, esos que exageraba cuando le hacía el amor y quería que acabara rápido. Ella aumentó el volumen, queriendo volver a tocarse, para concentrarse en ese punto de su sexo tan placentero y en ese momento, él comenzó a hablarle.

—Dios, esto es increíble. —Ella asintió, cerró los ojos, intentando retomar lo que estaba haciendo.

—No, no, cariño, abre los ojos, mírame.

Frank se irguió tomándola por las caderas, recostándose a ella, haciendo que su mano no pudiese seguir con la estimulación. Movió la pelvis de forma enérgica, resuelta, firme. La apretó por los glúteos y siguió acompasando los movimientos rítmicos de su novia. La penetró duro, hasta que eyaculó de golpe, sin poder dilatar más el momento. Segundos después, se dejó caer sobre el asiento eufórico y cansado.

Christina ocultó el rostro en su cuello. No pudo evitar que las lágrimas le empaparan las mejillas, al tiempo que él perdía dureza, saliendo poco a poco de su interior.

—Cariño, no llores —dijo abrazándola, acunándola contra su pecho. Christina no le hizo caso, lloró desaforada — Ya cariño, tranquilízate, deja de llorar —Frank pasó las manos por su cara, hasta que logró calmarla.

Había pasado mucho tiempo desde que te pasaba esto y aunque me siento mal por verte llorar, no puedo evitar sentirme un poco orgulloso. ¿Tanto te excitaste? Christina se irguió para mirarlo confundida de que él dijera semejante cosa. Ella no estaba llorando por eso. Todo lo contrario, lloraba de impotencia, de frustración por no haber alcanzado un orgasmo.

Comenzó a llorar de nuevo, esa vez de absoluta desilusión, pero sobre todo de rabia. Tenía cinco años con él y, ¿tan poco la conocía? Se levantó del regazo de su novio, se acomodó la ropa interior, que se empapó enseguida cuando la gravedad comenzó a hacer efecto. Abrió la puerta del auto furiosa, caminando hacia la plaza. Necesitaba estar sola.

—Cariño, ¿se puede saber qué rayos haces? —preguntó sin entender nada de lo que estaba sucediendo.

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