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Se movió con celeridad al baño, necesitado de enfriar su cuerpo acalorado. En su mente, estaba tatuada de forma permanente, y aunque, eso lo tenía sobre estimulado al punto de no querer parar de besarla, decidió que lo mejor era darle un poco de espacio para que ella procesara a solas lo ocurrido de la manera que requiriese. Christina quedó despatarrada y pensativa sobre el sofá, asimilando que acababa de tener el clímax de su vida. Cerró las piernas, apretando los muslos, acostumbrándose a esa sensación de plenitud que la embargaba, notando cómo el sexo se le contraía aún, porque una parte del orgasmo se seguía diluyendo en su cuerpo. Se incorporó, sentándose con la espalda pegada al respaldo, se abrazó a sí misma y entendió que no necesitaba pensar nada más, no dejaría que sus conflictos mentales la llenaran de dudas. Se animó, analizando que él no parecía juzgarla por nada, ni siquiera por su ataque de llanto de la vez pasada. Al contrario, se había interesado en lo que la aqueja

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