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Era así de práctico, no se mataba a pasiones con indecisiones, no batallaba demasiado con sus antojos, se liberaba así mismo cada vez que lo necesitaba. Si quería hacer algo, lo hacía sin darle demasiadas vueltas. Tomó las llaves del carro, bajó los escalones de dos en dos apresurado y condujo hasta la casa de Christina. Al llegar, analizó la fachada, a diferencia de las demás viviendas de la cuadra, esta no tenía las luces encendidos. Era notorio que no estaba. A pesar de ello, decidió asegurarse y bajó del carro para tocar su puerta.

Miró el borde de la puerta, por el que se colaba una luz desde el interior. En vista de que no tenía nada que perder, decidió tocar el timbre, no obstante, no llegó a ejecutar tal acción, ya que escuchó el sonido de una sucesión de estornudos. Eso le emocionó y sin pensárselo dos veces, llamó a la puerta con los nudillos.

-¿Quién es? -Le escuchó decir con un tono de voz nasal muy bajo.

-Santiago.

Un gran silencio se hizo al otro lado de la puerta.

-Me e
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