Se dejó caer un poco más, balanceándose suavemente sobre sus antebrazos y rodillas, para no rozarla del todo como en realidad quería. El movimiento afectó a Christina poniéndola nerviosa, una cosa era besarlo, otra que tuviesen un contacto tan pronunciado. Apoyó con suavidad las manos en aquella espalda ancha, sintiéndose superada. Empujándola a una asfixiante dualidad entre el deseo que sentía.
-Concéntrate en mí, no pienses en nada -susurró demandante a su oído, con la voz muy ronca producto de la excitación.Sintió el calor que desprendía la mano de Santiago al tocarle la pantorrilla hasta encajarse en su cintura, abriéndole las piernas sin dejar de mirarla en ningún momento con expresión seductora. Ella cerró los ojos, gimiendo en silencio ante el contacto de su erección sobre la fina y húmeda tela de su ropa interior, enloqueciéndolo, pues encontró el sonido demasiado excitante, se movió contra ella con una sutil oscilación de pelvis, la dura bElla estiró los brazos hacia atrás, apretando la tela de los pantalones en busca de algo de estabilidad, las piernas le temblaban. Excitada, buscó los ojos de Santiago en el reflejo del espejo, tenían un brillo flamígero. Se veía especialmente apetecible, lo observó justo cuando hundía los dientes en la carne de su hombro, haciendo que de nuevo no pudiese, evitar gemir desvergonzada. La estaba haciendo perder el control con el toque de sus dedos expertos que le calentaban los pechos sensibles, embebiéndola en un placer inmensurable. Su mano derecha descendió recorriéndole la cintura, paseándose por el hueso de la cadera, hasta posarse sin objeción sobre el monte de venus. Le apretó el coño con descaro y luego, comenzó a subirle la falda del vestido, logrando que ella dejara caer la cabeza hacia atrás sobre su hombro. Lo miró presa de las sensaciones que le estaba ocasionando, Christina rogó por un beso, ladeando el cuello para tal propósito. La mano de Santiago abando
El contacto entre sus pechos había sido delirante, pero al notar como bajaba hacia el vientre, le pareció que no podía haber nada más delicioso que sentirlo entre las piernas. Santiago le pasó la lengua justo encima de la ingle derecha, para después succionar enérgico, haciéndola arquear la espalda y gemir deseosa. Quería escucharla así, por lo que siguió lamiendo esa franja de piel, para continuar hasta el monte de venus. Christina se incorporó interrumpiéndolo hasta quedar sentada. La hizo arder de deseo, por lo que enterró los dedos en el cabello oscuro del Santiago, jalándolo sin miramientos y abrazándose a su cuello se dedicó a besarlo con prontitud. Santiago la tomó por las caderas, posicionándola en el borde de la cama, acoplando su cuerpo con el suyo. Rosándole el sexo con la pelvis. Ella abrió las piernas dándole espacio.-Déjame saborearte primero -dijo con voz seductora a su oído - me encanta como huele tu coño. -No, no quiero.
Entonces, las cosas se salieron un poco de control, ella quiso resistirse, evitarlo a toda costa. Respiró profundo, enterrando la cara en el cuello de él, que estaba concentrado en cogérsela de la forma más deliciosa que un hombre había hecho antes. Christina apretó los dientes, contuvo la respiración, oprimió los parpados, cerrándolos hasta que no pudo más. El primer murmullo no fue percibido por él, lo dejo pasar, sin embargo, tras un par de segundos de lo que parecían jadeos ahogados, Santiago la tomó por el cuello, quería verle la cara, quería verla acabar. La miró conmocionado, Christina rompió en llanto, un llanto desgarrador. Le tomó un par de segundos entender que no eran lágrimas de gozo, se detuvo apenas lo comprendió.-¿Estás bien Christina? ¿Te hice daño? -Ella negó con la cabeza. No consiguió hablar. Enterró la cara entre las manos ocultándose. Él hizo lo único que se le ocurrió en ese momento: abrazarla con fuerza -Tranquila, Christina, tranquila.Santiago la consoló aca
Christina leyó aquellas palabras a la par de sus sollozos, advirtiendo que las sienes le palpitaban lancinantes. "Por supuesto que está preocupado. Es un hombre increíble" pensó, tomando asiento en sofá para escribir una respuesta. "Disculpa por no contestarte el teléfono. Estoy bien, no tengo que perdonarte nada, no hiciste nada mal. Por favor, Perdóname, discúlpame también por hacerte pasar un rato pésimo"."No tienes que pedirme disculpas por nada, hablemos por favor, dime qué sucedió".La angustia de Christina aumentó al leer su mensaje, pensó en que cualquier otro hombre se sentiría, fastidiado y no dudaría en dejarla a un lado como hizo su primer novio, sobre todo, porque tenían poco tiempo conociéndose. Entendía, perfectamente, la curiosidad de Santiago sobre lo sucedido, comprendía que le debía una aclaratoria, el problema era que no sabía cómo explicarse. "Gracias por una cita tan maravillosa, disculpa si no puedo darte explicaciones sobre lo que sucedió, espero puedas discul
Era así de práctico, no se mataba a pasiones con indecisiones, no batallaba demasiado con sus antojos, se liberaba así mismo cada vez que lo necesitaba. Si quería hacer algo, lo hacía sin darle demasiadas vueltas. Tomó las llaves del carro, bajó los escalones de dos en dos apresurado y condujo hasta la casa de Christina. Al llegar, analizó la fachada, a diferencia de las demás viviendas de la cuadra, esta no tenía las luces encendidos. Era notorio que no estaba. A pesar de ello, decidió asegurarse y bajó del carro para tocar su puerta.Miró el borde de la puerta, por el que se colaba una luz desde el interior. En vista de que no tenía nada que perder, decidió tocar el timbre, no obstante, no llegó a ejecutar tal acción, ya que escuchó el sonido de una sucesión de estornudos. Eso le emocionó y sin pensárselo dos veces, llamó a la puerta con los nudillos.-¿Quién es? -Le escuchó decir con un tono de voz nasal muy bajo.-Santiago.Un gran silencio se hizo al otro lado de la puerta.-Me e
-Sí eso ya lo sé. Déjame ir por un pijama y me daré un baño.-De acuerdo, pero prométeme que no abrirás más la llave del agua caliente.Ella hizo un puchero que le causó gracia y la siguió a la habitación. La vio buscar todo lo que necesitaba para volver al baño. Pasados unos segundos, la escuchó gritar una aldición, seguramente, cuando entró al agua y la sintió helada. No pudo evitar reírse un poco, aunque sabía que la pobre la estaba pasando fatal. Diez minutos después, escuchó cómo salía de la ducha.-¿Necesitas ayuda? -preguntó a través de la puerta.-No, yo puedo, gracias.Christina se vistió con movimientos lentos, le dolía todo el cuerpo y estaba a punto de perder la razón. Lucía demasiado pálida y descompensada. «¿Qué otra cosa debó agregar a la lista de bochornos con Santiago?», pensó mientras intentaba adecentarse un poco, cepillándose el cabello, para después desechar rápidamente esa idea. No debía atraer más a la mala suerte, estaba visto que se estaba encariñando con ella
-Tengo frío -lloriqueó.Él le acarició los pies, calentándoselos con las manos. -Tienes unos pies muy bonitos.-¿Te puedo hacer compañía? -preguntó refiriéndose a acostarse en la cama, a lo que ella Asintió sin duda alguna, apartando el edredón con una sonrisa que a él le encantó ver. Santiago se sacó la camiseta, con un movimiento certero, despeinándose en el proceso. Ante aquel espectáculo inesperado, Christina lo miró sin demasiado recato, mesmerizada ante la imagen de su pecho desnudo. Después se bajó los pantalones, desvistiéndose hasta quedar vestido solo con unos calzoncillos a medio muslo, que ella opinó, le quedaban de maravilla, ya que le enmarcaban muy bien el trasero. Caminó hacia la cama, con ese porte sensual, natural en los hombres seguros de sí mismos que no son conscientes del todo del efecto que producen.-¿Puedo encender la tele?La petición le fue concedida. Santiago se dedicó a buscar algo que ver, cambiand
Consideró que lo más apropiado sería tomarse las cosas con calma con Christina, por eso se Reprimió toda la noche de besarla, aunque ganas no le faltaron en ningún momento. A Santiago le costaba dejar entrar a las mujeres a su entorno. Emilia consiguió hacerlo un poco más cuando establecieron una relación de noviazgo y si lo analizaba con detenimiento, comprendía que todo había sido obra de la costumbre. En cambio, con Christina había dormido como si fuesen pareja desde hacía meses, algo por completo diferente, ya que era un hombre muy reservado con sus relaciones casuales. A horas del mediodía, pasó por el pequeño comedor en donde los empleados se turnaban para almorzar. Le preguntó al cocinero sobre el menú del día y le pidió que le preparara dos porciones para llevar. Recogió algunos jugos de frutas del refrigerador de la tienda, para luego dirigirse a casa de Christina. Al llegar, se percató de una camioneta en el estacionamiento, así como a un homb