38. Instinto
Liz se percató del momento exacto cuando a Nathan se le transformaba la mirada de amante a depredador en cuestión de segundos y luego el cuerpo que la había hecho suya momentos antes ahora se movió con una precisión letal.

Liz observó, paralizada, cómo se ponía a medias el pantalón de chándal negro. El sudor aún brillaba en su torso cuando sacó un arma del cajón de la mesita de noche y la familiaridad con la que la empuñó le recordó quién era en realidad.

—Nathan... —Su voz sonó pequeña.

—Cierra con pestillo —instruyó él, su mirada encontró la suya—. Y no abras. No importa lo que escuches.

Liz no supo qué responder, pero él no se movió.

—Júralo —susurró.

Entonces, Liz asintió al notar la determinación en sus ojos, porque no parecía la resolución fría de un asesino, sino la ferocidad protectora de alguien dispuesto a matar por ella. Por primera vez, Liz entendió que sus promesas no eran solo palabras.

—¡Nathan! —La voz de James sonó más cerca. Afuera del pasillo.

Liz se movió entonces
Mileth Pineda

Uff, ¿qué habrían hecho si estuvieran en la piel de Liz? ¿O de Nathan?

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