45. Latidos

El espejo le devolvía fragmentos de un rostro extraño bajo las vendas. Isabella Hamilton. El nombre ya no sonaba ajeno en su mente, no después de cuatro semanas repitiéndolo cada vez que una enfermera nueva aparecía con su tableta de medicamentos.

Observó las marcas violáceas que se desvanecían alrededor de sus ojos. El dolor persistía, pero ya no la hacía rogar por morfina. Se había vuelto parte de ella, como el sonido del monitor cardíaco o el olor a antiséptico.

La puerta se abrió sin el golpe de cortesía habitual. Liz se giró, esperando ver a Nathan. En cambio, un enfermero alto revisaba su expediente y la miraba cada tanto con demasiado interés. No llevaba la identificación del hospital en el uniforme arrugado, y sus manos sostenían la tableta médica como si fuera un objeto extraño. Incluso su postura era demasiado rígida, y aunque podría estar pecando de paranoica, no le gustó.

—Isabella Hamilton —dijo él sin levantar la vista—. ¿Cómo te sientes hoy?

Su voz tenía un filo que no
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