—¿Me dirás de una vez a dónde vamos? —Isabella acomodó su cabello, pero sus dedos temblorosos no hacían bien el trabajo, mientras seguía a Nathan a través del estacionamiento del centro comercial. El aire fresco de la tarde se sentía extraño en su piel después de tantas semanas de encierro. Supuso que esta era otra de sus pruebas, evaluar si nadie la reconocería en público con su nueva identidad.—¿No puedo solo querer pasar una tarde contigo? — Nathan sonrió, ese hoyuelo marcándose en su mejilla de una manera que la hizo imitar su gesto.—Isabella Hamilton debería estar de vuelta en Toronto —murmuró, pero su mano encontró la de él casi por instinto, entrelazando sus dedos.Entrar al Arcade fue un estallido sensorial de luces y sonidos, tan diferente a la quietud monástica de la villa que por un momento la abrumó por completo.—¿En serio? —arqueó una ceja, divertida al ver a Nathan, siempre tan controlado, insertando fichas en una máquina de carreras como un niño en Navidad.—¿Asustad
Nathan observaba el rostro de Isabella mientras salían del centro comercial, sus ojos aún brillaban por el llanto tras el encuentro con Emma cuando reconoció el Mercedes negro de Richard junto a Amelia, entrando al estacionamiento.Su primer impulso fue tomar la mano de Isabella para contenerla, pero eso habría llamado su atención. Y además, ya no era Elizabeth, la mujer que necesitaba su protección constante. Esta nueva versión de ella lo único que requería era espacio para crecer, aunque eso lo estuviera matando por dentro.—¿Te gustaría cenar fuera? —propuso, poniendo música—. Hay un lugar que quiero mostrarte.Su corazón dio un vuelco al reconocer en ella la misma sonrisa plena que Elizabeth solía darle cuando la sorprendía con pequeños detalles, y por un momento, las dos mujeres se fundieron en una en su mente, haciendo que el deseo de reclamarla fuera casi insoportable.El restaurante era elegante sin ser pretencioso, con manteles blancos y velas sobre las mesas. Isabella tiró d
Isabella se quedó mirando las siluetas de Nathan y Walter recortadas contra las luces del puerto, pero sus voces elevadas llegaban distorsionadas hasta ella mientras sostenía el arma en sus manos. La sentía más pesada que nunca y sin poder enfundarla, aunque sabía que debía hacerlo. El mundo a su alrededor parecía moverse a través de un cristal empañado, mientras hombres de Nathan los rodearon luego de aquel intercambio de disparos, y levantaron un par de cuerpos sin vida, entre ellos el del hombre al que asesinó.No era el acto de matar lo que la perturbaba, sino la facilidad con la que su cuerpo respondió, como si hubiera estado esperando este momentoLa discusión entre ambos hombres se intensificó. Walter dio un paso al frente, desafiante, y su sonrisa torcida le recordó al depredador que siempre relacionó con él. Lo veía cerca de Nathan todo el tiempo, pero a la vez era distante, no acostumbraba hablar con nadie en las fiestas, sin embargo, jamás se iba solo.Había algo magnético
El disparo resonó en su pesadilla una vez más. Isabella se despertó sobresaltada, y empapada en sudor frío, aún con la sensación del eco del arma, ahora mezclado con el tictac del reloj marcando las cinco de la mañana. Sus dedos buscaron el dije de alas, pero en su lugar, encontró la corona de diamantes que Nathan le regaló. La apretó en su palma mientras bajaba de la cama, buscando a tientas la silla donde dejaba su ropa deportiva para irse a correr. El ritual matutino se había convertido en su único momento de paz, donde podía pensar con claridad lejos de la presencia abrumadora de Nathan.Cuando iba a mitad de camino, se encontró con él que ya venía de regreso. Gotas de sudor resbalaban por su cuello y su camiseta se pegaba a su torso de una manera que antes la habría hecho sonrojar. Ahora solo sentía una mezcla de deseo y resentimiento que la confundía. Fingió no verlo, pero él le cortó el paso y la alzó en brazos para darle un suave beso en los labios que estuvo a punto de exten
El comedor principal de la mansión Kingston brillaba bajo la luz de las arañas de cristal. Los candelabros proyectaban sombras danzantes sobre las paredes tapizadas y los pasillos cubiertos de alfombras carmesí por las que Isabella solía correr de niña junto a Amelia. Ahora, cada rincón guardaba fantasmas de su pasado que se negaba a reconocer.James Kingston les dio la bienvenida en el salón y sus ojos la recorrieron con apreciación apenas disimulada cuando ella entró del brazo de Nathan. La mano de su hijo se tensó sobre su cintura, apretando con fuerza.—Magnífica —murmuró James, levantándose para recibirlos—. Nathan, hijo, tu amiga es toda una belleza. Bienvenida. Isabella sintió la tensión en el brazo de su acompañante, pero mantuvo su sonrisa serena. James le besó la mano, demorándose un segundo más de lo necesario. El anillo en su dedo, antiguo y pesado, brilló bajo la luz. Isabella lo reconoció al instante: Nathan llevaba uno igual, con el escudo de la familia en el centro.—
Isabella salió de la mansión sintiendo que le faltaba el aire. Al despedirse de James, este se atrevió a darle un beso demasiado cerca de la comisura de sus labios, dejándola desconcertada. Con ello quedó claro quién había ganado esa noche. Entrelazó su brazo con el de Nathan, deseando que se la llevara pronto de ahí, y apenas escuchó que ambos planeaban una segunda cena antes de llegar al recibidor. Casi se sintió liberada de la presión al darse cuenta de que ya estaba a unos pasos de la salida, Recibió el abrigo de manos de Jeremy cuando las palabras equivocadas escaparon de sus labios.—Gracias por todo, Jer. Felicita a Rita por la cena. —La frase salió natural, una costumbre de su antigua vida.Pero en el instante en que notó la breve sorpresa en la mirada del mayordomo, comprendió lo que acababa de hacer. Mierda.—Nathan me contó tantas cosas sobre ustedes —improvisó, observando la sonrisa forzada de Jeremy que activó todas sus alarmas.Sin atreverse a mirar a Nathan, salió d
El aire frío de Toronto le golpeó el rostro cuando Isabella salió del taxi. El edificio de ladrillo rojo que el Grupo le asignó era discreto, casi invisible entre las estructuras más modernas que lo rodeaban. Muy acorde a alguien que intentaba pasar desapercibida. Subió las escaleras con paso rápido, sintiendo el peso de las llaves en su mano. El apartamento era funcional, casi estéril: muebles impersonales, paredes desnudas y una nevera vacía excepto por unos cuantos imanes de restaurantes. No había rastro de comodidad: La vida de Isabella Hamilton parecía muy triste, aunque para ser sincero, no era mejor que la de Elizabeth Turner, excepto por Emma.Dejó las llaves sobre la mesa y se detuvo frente a una laptop usada, repleta de stickers de labios sensuales y ciudades turísticas. Al abrirla, encontró un postit en la pantalla con las palabras: #candidato #EC y ella no supo qué hacer. Pasó horas intentando descifrarlo, hasta que el hambre la obligó a pedir comida. Mientras esperaba,
Verla allí, inmóvil y sorprendida, lo hizo vacilar. Pero cuando la arrastró contra su cuerpo, inhalando su aroma como un adicto, supo que no podía detenerse. Fue muy consciente de su tensión y su falta de respuesta, pero aun así, susurró contra sus labios:—Siento haberme comportado como un bastardo. —Consciente de lo huecas que sonaban sus palabras. No era cierto. Lo que sucedió no le provocaba arrepentimiento; decidió que la tendría, sin importar el precio y lo hizo. Pero la noche de la cena la tensión lo superó. Sobre todo, cuando confirmó que el auto de Walter seguía en la mansión. Debió obligarla a confesar que estuvo con él. Solo que no esperó que lo confrontara sobre su peor secreto.No pudo verla a la cara y hablar de lo que hizo años atrás. Sabía que debía, pero en ese momento ya no era un espejismo tenerla, y si era astuto, lograría convertirla en su reina de manera oficial. Para siempre. No, no iba a sacrificar ese avance por el pasado. Si Sara quería ser silenciada por h