40. Cadenas

Nathan observó las puertas cerrarse tras Liz. Sus dedos apretaron la cadena que acababa de entregarle, el metal clavándose en su palma. Sus labios aún vibraban con esas tres palabras que ella pronunció antes de desaparecer.

Lo amaba.

Un gesto de triunfo hizo que sintiera la cara arder, él el temible King de las calles más peligrosas de la ciudad, pero sucedió antes de que pudiera contenerlo. Él, que había pasado las últimas semanas comportándose como un imbécil, alejándola con palabras cortantes y silencios helados, había conseguido que ella lo amara.

La ironía no se le escapaba. Pero esas eran palabras peligrosas que convertían objetivos en personas y que hacían dudar a hombres como él.

El pasillo de la clínica olía a desinfectante y muerte, no lo soportaba, porque le traía malos recuerdos. Nathan se pasó una mano por el rostro, consciente del tiempo que se le escapaba. Mario ya debería estar borrando cualquier rastro de Liz Turner en la villa, producto de la visita de su padre.

Su
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