115. Ultimátum

Isabella cerró la puerta y dejó caer la máscara de compostura. La farsa aún le quemaba en la garganta cuando el doctor Morales alzó la vista de la tablet.

—La inflamación cerebral está disminuyendo —anunció él sin preámbulos—. Los signos vitales están más estables.

—¿Cuándo despertará? —La pregunta salió más desesperada de lo que pretendía.

—No puedo darle un tiempo exacto. —Le revisó las pupilas con la linterna y luego la miró—. El doctor Brennan llamó. Está preocupado por su salud. El estrés prolongado y la falta de descanso...

Ella ignoró el comentario y mantuvo la vista en el monitor cardíaco, atenta a cada latido de su esposo.

—Estoy bien.

—Entiendo... —dijo sin insistir.

Cuando él se fue, Isabella se dejó caer en la silla. Seguro que ya estaba harto de ella.

Tomó la mano de Nathan entre las suyas, como si pudiera transferirle su propia vitalidad. La piel fría de él contrastaba con el calor febril de sus palmas.

—Nathan, soy yo. —Susurró, luchando contra el nudo en su garganta—
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