122. Coartada

Isabella abrió los ojos con los primeros rayos del sol. La habitación hospitalaria olía a antiséptico y a las rosas que Mario había dejado en un jarrón sobre la mesa auxiliar. Un rayo de luz se filtraba entre las cortinas mal cerradas, dibujando una línea dorada sobre el rostro dormido de Nathan.

Había pasado las últimas horas junto a la cama, con la mano entrelazada a la de él, como si ese contacto pudiera protegerla de la tormenta que se avecinaba.

Después de encontrarse con Walter, regresó al Imperial para cambiarse. Pasó allí dos horas antes de ir al hospital, siempre asegurándose de dejar rastro en cada sitio.

Afuera se escuchaba el murmullo creciente del hospital despertando, pasos apresurados, cambio de turnos, voces discutiendo tratamientos. Pero dentro de la habitación, el tiempo transcurría a un ritmo diferente.

Cada tic tac del reloj en la pared parecía marcar algo más que el paso del tiempo: una cuenta regresiva. La muerte de Amelia había sido un error, pero los errores no
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