Nathan dejó caer el periódico sobre la mesa de la terraza. En la foto en blanco y negro, James Kingston se mantenía solitario bajo la lluvia, viendo cómo el ataúd de Amelia descendía en la tierra húmeda.El recuerdo de Amelia lo asaltó con la misma fuerza de siempre. Rabia. Traiciones. Un final abrupto. Nunca fueron cercanos, pero compartían sangre… y ahora ella se había ido para siempre.El viento sacudió las cortinas, arrastrando consigo el aroma del café recién molido y la hierba cortada, mezclado con las risas de Emma en el jardín. Nathan ajustó la bata sobre el vendaje. Se incorporó con cautela, pero una punzada en el pecho lo detuvo en seco. Masculló una maldición y forzó su cuerpo a mantenerse en pie.—Deberías estar descansando —dijo Isabella desde el umbral, con una taza humeante en la mano. El sol matutino se colaba por las ventanas, dibujando patrones dorados sobre su silueta y contrastando con su cabello negro azabache—. Brennan dijo específicamente que necesitabas al men
La noche había caído sobre el jardín, envolviendo la casa en un silencio interrumpido solo por el suave murmullo de los grillos. Nathan permanecía en la terraza, observando el líquido ámbar en su copa de whisky que reflejaba las estrellas. Desde el interior llegaba la voz de Ana leyendo un cuento a Emma, salpicada por las risas ocasionales de la niña que resonaban como pequeñas campanadas de plata.El aire fresco de la noche acariciaba su piel, trayendo consigo el aroma dulzón de las flores nocturnas que habían plantado la semana anterior. A pesar de la tranquilidad aparente, Nathan sentía una tensión creciente en sus entrañas, una premonición que no podía ignorar.Isabella se deslizó a su lado, su presencia anunciada por el sutil aroma a jazmín que siempre la acompañaba. La calidez de su cuerpo contra el suyo resultaba reconfortante, como un ancla en medio de la tormenta que se avecinaba. Sus dedos rozaron el dorso de su mano, un gesto tan simple pero cargado de intimidad.—Está cas
—Está sospechando —murmuró Isabella cuando estuvieron solos, su voz apenas audible sobre el susurro del viento entre las hojas.—No solo sospecha —respondió Nathan, terminando de un trago el whisky que había permanecido intacto durante toda la conversación. El líquido le quemó la garganta, proporcionándole un ancla a la realidad—. Está preparando algo.Isabella se acercó y se recostó contra él, su cabeza encontrando lugar en su hombro. El peso de su cuerpo sobre él lo llenó de renovada determinación.El perfume de su cabello lo envolvió: jazmín y sándalo, una nota familiar que se mezcló con el sabor a whisky en su propia lengua. El viento nocturno trajo consigo un susurro de hojas, como si la naturaleza misma conspirase con ellos.La luz tenue que se filtraba desde la casa esculpía su perfil delicado, esa máscara de suavidad que ocultaba su fortaleza. Su pulso vibraba en la curva de su cuello, un latido apenas perceptible para cualquiera, excepto para él.Suya. Y dentro de ella, la pr
Nathan ajustó el espejo retrovisor. El dolor había disminuido, pero la marca permanecería para recordarle lo cerca que había estado de perderlo todo. Afuera, la lluvia golpeaba el parabrisas con furia, como si el cielo mismo presintiera lo que estaba por ocurrir.Miró de reojo a Isabella, sentada a su lado en el asiento del copiloto mientras revisaba las noticias en su teléfono. —Esto es grave —dijo, mostrándole la pantalla. En la imagen, mujeres hacinadas se distinguían con claridad dentro de un contenedor con el logo de Titans—. No paran de compartirlo.Nathan echó un vistazo antes de volver su atención a la carretera. Su mandíbula se tensó.—¿James ya comentó algo? —Ninguno todavía. Pero la policía ya acordonó el puerto.El teléfono de Nathan vibró y activó el altavoz.—Kingston.—Jefe, James ha convocado una reunión de emergencia en Titans —informó Mario—. Está furioso."Nathan intercambió una mirada con Isabella.—¿Cuánto tiempo tenemos?—Una hora, máximo. Esto es un desastre.
—Necesitamos actuar rápido —dijo Nathan, abriendo uno de los cajones del escritorio—. Antes de que el pánico se extienda.Encontró la libreta de contactos que James siempre mantenía a mano. Pasó las hojas amarillentas por el tiempo hasta encontrar los números de los principales ejecutivos y aliados estratégicos que necesitaría mantener cerca durante la transición.—Dile a Mario que suba —le pidió a Isabella.—Dice que está en la sala de juntas con Jorge, ya viene.—Bien. —Nathan tomó el teléfono y marcó el primer número—. Necesito reunir al comité ejecutivo de inmediato. Todos deben saber que Titans sigue funcionando.Mientras hablaba, Isabella se movió hacia los ventanales que dominaban la ciudad. —¿Y los contratos internacionales? —preguntó Isabella.—Revisaremos cada uno —respondió Nathan, sacando su teléfono personal que vibraba sin cesar con notificaciones—. Necesito a Thompson en la sala de juntas ahora.Isabella lo miró con suspicacia.—¿Thompson? Es uno de los más leales a Ja
Emma reía mientras saltaba tras las burbujas que Nathan soplaba, y King ladraba, mordiendo el aire. Isabella observó desde el porche y atesoró cada risa, cada destello del sol en el césped.—¡Otra, Nathan! ¡Una más grande! —pedía Emma, con las mejillas sonrosadas por el esfuerzo y la risa.—Esta vez la atraparé —prometió la niña, preparándose como una pequeña cazadora.Isabella acarició su vientre de cuatro meses bajo la tela de su vestido ligero. La tibieza de la semana era la antesala del invierno que se avecinaba.Titans iba mejor que nunca y Emma al fin parecía sentirse en casa. Todo era perfecto… salvo ese eco de ansiedad que no desaparecía.Su teléfono vibró dentro del bolsillo de su vestido con un número desconocido en la pantalla. Frunció el ceño antes de responder y alejarse unos pasos.—¿Diga?—Tiene una llamada del Centro Penitenciario Estatal —anunció una voz automatizada—. El recluso James Kingston intenta comunicarse con usted. Para aceptar la llamada, presione uno. Par
El motor del Escalade murió bajo las manos de Nathan. El postre que tanto le había costado encontrar descansaba en el asiento del copiloto.Nathan contempló la casa. Una luz tenue escapaba del recibidor, mientras el resto permanecía en penumbras. Afuera, el cielo se teñía de púrpura. Desde el arresto de James y la desaparición de Walter, había aprendido a valorar estos instantes de quietud.Al entrar, el silencio lo recibió. Emma siempre corría hacia él con King tras sus pasos, pero recordó que Jorge había llevado a la niña al parque junto con Ana.—¿Reina? —llamó al dejar las llaves en el recibidor.Colocó el postre en la encimera de la cocina y aflojó su corbata, avanzando hacia la sala. Se detuvo al verla en el sillón principal, inmóvil en la semioscuridad. Las cortinas estaban corridas, permitiendo que apenas unos rayos de sol se filtraran a través.—¿Qué...? —las palabras se evaporaron en su garganta.Isabella elevó la mano y dejó colgar un collar. El mismo que él arrancó del cue
Isabella pasó el dedo sobre el fragmento de cristal que había sido parte de la mesa de café. El corte fue limpio, superficial, pero lo suficiente para que una gota de sangre brotara. Debería haber apretado el gatillo, pensó, mientras una de las empleadas se llevaba los restos de su arranque de furia. Su mano había temblado en el último segundo, y la duda persistía como un parásito en su mente. Amaba al asesino de sus padres de una forma visceral, pero también tierna, porque era el único lugar en el que se sentía segura. Sí, seguro estaba loca. Subió a darle las buenas noches a Emma, pero al abrir la puerta, se detuvo al ver a Nathan leyéndole un cuento. Su tono era diferente cuando estaba con la niña: suave, modulado, con una cadencia hipnótica que lograba transportarla a mundos de fantasía. Irreconocible comparado con la frialdad del hombre que la amenazó horas antes y con quien debía fingir un poco más antes de irse de ahí con su gente, porque ahora habían más personas por las