Jorge la esperaba en el vestíbulo, así que Isabella le hizo una seña a la gerente hacia el enorme hombre frente al ventanal del banco, y ella entendió de inmediato.La condujo hacia una puerta trasera bajo el pretexto de mostrarle catálogos especiales para clientes selectos. El sol la cegó al salir. Se alejó por callejuelas secundarias, fuera del alcance de la supervisión de Nathan, y alzó la mano para detener un taxi que pasaba.—Al puerto por la 15 y Saint Vincent.Ignoró la mirada inquisitiva que le dedicó el hombre por el retrovisor y se centró en mirar por la ventanilla hasta que llegó cerca del bar y le pidió que parara.Se detuvo un instante frente a la puerta del Black Tide, respirando hondo. Sabía que cruzar ese umbral significaba más que solo hablar con Walter; era entrar en un terreno donde su apellido, su lealtad y hasta su propia identidad estaban en juego y quizá en peligro si el loco de su primo lo creía así. Un grupo de hombres conversaba en la esquina opuesta. Uno de
Isabella no tuvo tiempo de reaccionar. Un dolor punzante le recorrió el cuero cabelludo cuando la lanzaron contra la pared de ladrillos.El impacto le cortó la respiración.Ante ella, el general Reed se recortó contra la luz abrasadora del mediodía, sus rasgos endurecidos por las sombras que le trazaban surcos en el rostro. —Señora Kingston —siseó, su aliento impregnado de whisky rancio—. Qué encuentro tan oportuno.El miedo la recorrió como un latigazo, pero no parpadeó.—¿Qué quiere? —Su voz salió firme, aunque sus dedos buscaban a tientas el interior de su bolso.Reed sonrió, ladeando la cabeza. Sus ojos, inyectados en sangre, la devoraban con un odio palpable.—Sophia me llamó esa noche. Me dijo que había descubierto quién eras en realidad, Elizabeth.El sonido de su verdadero nombre en su boca la estremeció más que la amenaza velada.—No sé de qué habla.—Dijo que tenía pruebas —continuó Reed, acercándose hasta que pudo distinguir cada arruga de amargura en su rostro—. Que con e
Nathan la dejó en la cama y acomodó las almohadas con precisión, ajeno a su corazón desbocado por culpa de su cercanía y su necedad por llevarla él mismo a la habitación. —Esto es innecesario —murmuró Isabella, su voz ronca traicionando su nerviosismo, pero también por el sopor que la consumía por culpa de los medicamentos—. Puedo acomodarme sola.Él continuó su labor sin inmutarse. Alineó los medicamentos en la mesita de noche junto a un vaso de agua y verificó el monitor de presión arterial que Jorge puso en una de las esquinas. —Las instrucciones del médico fueron claras —respondió—. Reposo absoluto significa exactamente eso.Isabella respiró hondo. La tensión se acumuló en su nuca al ver el desafío en su mirada, inalterable desde que supieron que su bebé estaba en riesgo y que ella quedaría confinada por lo menos quince días.La puerta se abrió con un crujido suave y Emma irrumpió en la habitación, su energía infantil contrastando con el pesado ambiente. En sus manos sostenía un
Con la pistola ajustada a la cintura, Nathan cruzó el vestíbulo arrastrando un dolor que no era físico, sino la angustia de dejar a Isabella sufriendo. Al llegar a la puerta, encontró a Jorge esperándolo.—Nadie entra ni sale —ordenó sin detenerse—. Si Isabella intenta levantarse, impídeselo.—¿Cuántos hombres necesita, jefe?—Ninguno. Walter espera a Isabella, no a mí. Esa es mi única ventaja.El motor rugió y la mansión se reducía en el retrovisor, al igual que su esposa… atrapada en un odio que él mismo alimentó con sus secretos.Encendió el manos libres.—Mario, dame información.—Almacén Johnson. Tres niveles, abandonado hace cinco años. Dos entradas confirmadas, posible tercera al oeste.—¿Ana?—En cirugía. Herida de bala en el abdomen. Pero García está en el hospital supervisando todo.Walter había cruzado una línea imperdonable. —¿Qué averiguaste sobre sus movimientos?—Nada concreto, pero una de las chicas de Gloria dice que se llevó a Ethan.Nathan cerró los ojos un instant
El abrazo de Nathan hizo que se tensara y el beso que recibió formó un hueco en su estómago, porque debería odiarlo. Lo odiaba. Y sin embargo, esa noche arriesgó su vida por Emma. Los cortes en su rostro eran el testimonio silencioso de la batalla que había librado por ellas.No supo cuánto tiempo había pasado desde que llegaron, pero el carraspeo de la garganta de Jeremy la sacó de su letargo.—Si me permiten, llevaré a la señorita a su habitación —ofreció al señalar a Emma dormida.—Iré con ustedes —respondió Isabella, pero un dolor punzante en su vientre la hizo tambalearse.Rita apareció con una taza de té y se la entregó.—Yo me haré cargo de lo que ella necesite, señora —dijo, siguiendo a su esposo gradas arriba. Nathan la sostuvo por el codo, su agarre firme pero gentil.—Necesitas descansar —murmuró para que solo ella lo escuchara—. Emma está a salvo ahora.Isabella quería protestar, pero esa certeza le drenó sus últimas reservas de energía. Asintió levemente, consciente de q
Las puertas del salón privado del Ivy League se abrieron para darle paso a Isabella, flanqueada por Nathan y Walter, logrando que los hombres más poderosos y peligrosos de la ciudad no pudieran ocultar su sorpresa.Las miradas se posaron en su vientre prominente, y captó fragmentos de conversaciones risueñas o incómodas con palabras como: «la señora Kingston», «mujeres» y «su condición» que le causaron gracia.Nadie se levantó. Algunos apenas asintieron, pero la atención iba de Isabella a Nathan, como si no supieran a quién mirar primero.Nathan los había convocado, así que le correspondía abrir la reunión. Pero Gallagher se adelantó invitando a todos a tomar asiento y dejando a los guardaespaldas de todos fuera.—¿Una reunión de negocios es lugar para una mujer embarazada? —dijo con su acento irlandés más marcado cuando buscaba provocar—. Quizá deberías esperar fuera, querida. Mientras definimos tu posición en la mesa.Isabella sintió el calor de la indignación subirle por el cuello,
La cicatriz en su pecho quedó oculta bajo la camisa antes de ajustar la corbata y contemplar su reflejo mientras terminaba de vestirse para la boda de Samuel y Mario en Villa Esmeralda. A pesar de los fantasmas que habitaban el lugar y el dolor vivido, aceptó el pedido de Isabella. No solo por ver su mirada de agradecimiento, sino porque ese lugar albergaba su historia con ella: su transformación de víctima a guerrera, su pasión entre susurros, Emma corriendo tras King en el jardín. Sin saberlo, había construido los cimientos de lo que ahora intentaba recuperar.Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.—Adelante…Samuel entró con un esmoquin negro, y le mostró una caja pequeña.—¿Me ayudas con esto? —Le mostró dos gemelos dorados—. Mis manos parecen traicionarme hoy.Nathan los tomó, y sonrió al ver las iniciales de ambos grabados en ellos.—Nunca imaginé ver al doctor Brennan perder la compostura por algo que no fuera una cirugía.—El matrimonio es más aterrador que cualq
Isabella siguió a Ilenka, alejándose de los invitados, aún irritada por la provocación descarada hacia su esposo. No había planeado mostrarse vulnerable, pero verla rondar a Nathan fue suficiente para hacerle perder el control.Las luces en la pérgola centelleaban como constelaciones suspendidas entre las flores. Isabella respiró hondo, dejando que el aroma la calmara. Los acordes de la celebración se desvanecieron, reemplazados por el susurro de las hojas bajo cada paso.Ilenka extrajo un sobre de su pequeño bolso de fiesta y lo desdobló sobre la mesa de madera frente a ella.—Isabella Hamilton, con este documento, El Grupo reconoce que has cumplido tu misión al entregar a James Kingston a las autoridades —anunció Ilenka con seriedad—. Y te libera de cualquier obligación previa, pero también te excluye de nuestra protección.Isabella estudió el sobre sin tocarlo, y contuvo el deseo de echarse a reír tras meses de persecuciones, amenazas y medias verdades. El papel parecía ordinario, p