117. Despertar

Lo primero que sintió fue el dolor: agudo, punzante, como si cada terminación nerviosa despertara a la vez. Nathan intentó moverse, pero una ola de agonía lo paralizó mientras los pitidos acelerados de un monitor cercano lo irritaron.

Abrió los ojos con esfuerzo. La luz artificial le quemó las retinas y cuando quiso tragar, el tubo en su garganta lo asfixió.

Quiso arrancárselo, pero sus brazos parecían de plomo. Las alarmas de los monitores aumentaron su frecuencia, mezclándose con el zumbido constante en sus oídos.

Un rostro familiar apareció en su campo de visión. Isabella, con los ojos enrojecidos, se inclinó sobre él.

—No, Nathan —lo reprendió—. Te vas a lastimar. No hagas eso. El doctor ya viene.

Quiso sujetarla, pedirle que no se fuera, pero sus dedos apenas se movieron. La frustración lo invadió al verla alejarse para buscar ayuda.

El doctor llegó poco después con dos enfermeras. Lo examinaron mientras Isabella observaba desde un rincón, los brazos cruzados, la mirada fija en
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