La habitación estaba a media penumbra, iluminada por el resplandor del televisor y los monitores que lo rodeaban. Nathan desvió la mirada hacia el reloj digital en la pared: 3:47 AM. Los sedantes se disipaban, dejando amargura en su boca y una niebla espesa en su mente.El televisor murmuraba entre el zumbido de los equipos médicos y el silbido del oxígeno. Un hormigueo recorría sus extremidades, como si miles de diminutas criaturas reptaran bajo su piel. Acababa de discutir con la enfermera hasta que admitió haber suministrado la dosis extra de calmantes por orden de Isabella, tras darse cuenta de la pesadez artificial que se aferraba a sus músculos como un parásito.Isabella había ordenado sedarlo. Entendía sus métodos, pero no aceptaría que los usara con él de nuevo.El teléfono vibró sobre la mesa auxiliar, y el nombre de Jorge brilló en la pantalla.Sin novedades en la residencia Crawford. La niña duerme. Tres hombres vigilan el perímetro.Los dedos de Nathan, todavía torpes por
Isabella abrió los ojos con los primeros rayos del sol. La habitación hospitalaria olía a antiséptico y a las rosas que Mario había dejado en un jarrón sobre la mesa auxiliar. Un rayo de luz se filtraba entre las cortinas mal cerradas, dibujando una línea dorada sobre el rostro dormido de Nathan.Había pasado las últimas horas junto a la cama, con la mano entrelazada a la de él, como si ese contacto pudiera protegerla de la tormenta que se avecinaba.Después de encontrarse con Walter, regresó al Imperial para cambiarse. Pasó allí dos horas antes de ir al hospital, siempre asegurándose de dejar rastro en cada sitio.Afuera se escuchaba el murmullo creciente del hospital despertando, pasos apresurados, cambio de turnos, voces discutiendo tratamientos. Pero dentro de la habitación, el tiempo transcurría a un ritmo diferente.Cada tic tac del reloj en la pared parecía marcar algo más que el paso del tiempo: una cuenta regresiva. La muerte de Amelia había sido un error, pero los errores no
La residencia Turner se alzaba imponente bajo el sol de media mañana. El jardín delantero lucía impecable como siempre, pero los rosales de su madre habían desaparecido, sustituidos por arbustos podados en formas geométricas, fríos y carentes de vida. Como todo lo que tocaba Amelia.Isabella se bajó del auto y sus tacones resonaron en el camino adoquinado mientras se acercaba a la entrada. La última vez que cruzó esa puerta, lo hizo con la sumisión de Elizabeth Crawford. Ahora volvía con la mirada de una mujer que había sobrevivido a la muerte y eliminado a quienes intentaron destruirla. Ya no pedía permiso. Venía a recuperar lo que le pertenecía.El timbre resonó con la misma melodía que recordaba. Escuchó pasos acercándose y enderezó la espalda.La puerta se abrió revelando a una mujer rígida, de mediana edad, la nueva niñera, que la miró con evidente recelo.—¿Puedo ayudarla? —preguntó con frialdad.—Soy Isabella Kingston, y vengo por Emma Crawford —respondió con autoridad—. ¿Dónd
Nathan dejó caer el periódico sobre la mesa de la terraza. En la foto en blanco y negro, James Kingston se mantenía solitario bajo la lluvia, viendo cómo el ataúd de Amelia descendía en la tierra húmeda.El recuerdo de Amelia lo asaltó con la misma fuerza de siempre. Rabia. Traiciones. Un final abrupto. Nunca fueron cercanos, pero compartían sangre… y ahora ella se había ido para siempre.El viento sacudió las cortinas, arrastrando consigo el aroma del café recién molido y la hierba cortada, mezclado con las risas de Emma en el jardín. Nathan ajustó la bata sobre el vendaje. Se incorporó con cautela, pero una punzada en el pecho lo detuvo en seco. Masculló una maldición y forzó su cuerpo a mantenerse en pie.—Deberías estar descansando —dijo Isabella desde el umbral, con una taza humeante en la mano. El sol matutino se colaba por las ventanas, dibujando patrones dorados sobre su silueta y contrastando con su cabello negro azabache—. Brennan dijo específicamente que necesitabas al men
La noche había caído sobre el jardín, envolviendo la casa en un silencio interrumpido solo por el suave murmullo de los grillos. Nathan permanecía en la terraza, observando el líquido ámbar en su copa de whisky que reflejaba las estrellas. Desde el interior llegaba la voz de Ana leyendo un cuento a Emma, salpicada por las risas ocasionales de la niña que resonaban como pequeñas campanadas de plata.El aire fresco de la noche acariciaba su piel, trayendo consigo el aroma dulzón de las flores nocturnas que habían plantado la semana anterior. A pesar de la tranquilidad aparente, Nathan sentía una tensión creciente en sus entrañas, una premonición que no podía ignorar.Isabella se deslizó a su lado, su presencia anunciada por el sutil aroma a jazmín que siempre la acompañaba. La calidez de su cuerpo contra el suyo resultaba reconfortante, como un ancla en medio de la tormenta que se avecinaba. Sus dedos rozaron el dorso de su mano, un gesto tan simple pero cargado de intimidad.—Está cas
—Está sospechando —murmuró Isabella cuando estuvieron solos, su voz apenas audible sobre el susurro del viento entre las hojas.—No solo sospecha —respondió Nathan, terminando de un trago el whisky que había permanecido intacto durante toda la conversación. El líquido le quemó la garganta, proporcionándole un ancla a la realidad—. Está preparando algo.Isabella se acercó y se recostó contra él, su cabeza encontrando lugar en su hombro. El peso de su cuerpo sobre él lo llenó de renovada determinación.El perfume de su cabello lo envolvió: jazmín y sándalo, una nota familiar que se mezcló con el sabor a whisky en su propia lengua. El viento nocturno trajo consigo un susurro de hojas, como si la naturaleza misma conspirase con ellos.La luz tenue que se filtraba desde la casa esculpía su perfil delicado, esa máscara de suavidad que ocultaba su fortaleza. Su pulso vibraba en la curva de su cuello, un latido apenas perceptible para cualquiera, excepto para él.Suya. Y dentro de ella, la pr
Nathan ajustó el espejo retrovisor. El dolor había disminuido, pero la marca permanecería para recordarle lo cerca que había estado de perderlo todo. Afuera, la lluvia golpeaba el parabrisas con furia, como si el cielo mismo presintiera lo que estaba por ocurrir.Miró de reojo a Isabella, sentada a su lado en el asiento del copiloto mientras revisaba las noticias en su teléfono. —Esto es grave —dijo, mostrándole la pantalla. En la imagen, mujeres hacinadas se distinguían con claridad dentro de un contenedor con el logo de Titans—. No paran de compartirlo.Nathan echó un vistazo antes de volver su atención a la carretera. Su mandíbula se tensó.—¿James ya comentó algo? —Ninguno todavía. Pero la policía ya acordonó el puerto.El teléfono de Nathan vibró y activó el altavoz.—Kingston.—Jefe, James ha convocado una reunión de emergencia en Titans —informó Mario—. Está furioso."Nathan intercambió una mirada con Isabella.—¿Cuánto tiempo tenemos?—Una hora, máximo. Esto es un desastre.
—Necesitamos actuar rápido —dijo Nathan, abriendo uno de los cajones del escritorio—. Antes de que el pánico se extienda.Encontró la libreta de contactos que James siempre mantenía a mano. Pasó las hojas amarillentas por el tiempo hasta encontrar los números de los principales ejecutivos y aliados estratégicos que necesitaría mantener cerca durante la transición.—Dile a Mario que suba —le pidió a Isabella.—Dice que está en la sala de juntas con Jorge, ya viene.—Bien. —Nathan tomó el teléfono y marcó el primer número—. Necesito reunir al comité ejecutivo de inmediato. Todos deben saber que Titans sigue funcionando.Mientras hablaba, Isabella se movió hacia los ventanales que dominaban la ciudad. —¿Y los contratos internacionales? —preguntó Isabella.—Revisaremos cada uno —respondió Nathan, sacando su teléfono personal que vibraba sin cesar con notificaciones—. Necesito a Thompson en la sala de juntas ahora.Isabella lo miró con suspicacia.—¿Thompson? Es uno de los más leales a Ja