Emanuel, no es lo que piensas… —comenzó a decir, pero su voz se quebró al ver la firmeza en su expresión. —No. Ya no me interesa lo que tengas que decir —la interrumpió con frialdad—. A partir de ahora, no vas a jugar más con ninguno de nosotros. Emanuel se giró, dejándola ahí, paralizada, mientras él se alejaba hacia la ventana, no podía detenerse. La furia y el dolor que lo consumían habían encontrado finalmente una salida, y las palabras salían de su boca como un torrente imposible de contener. —. al final, ese hombre resultó ser mi hijo ¡Mi hijo, Georgina! Georgina lo miraba, inmóvil, con los ojos bien abiertos y el rostro pálido. Intentaba encontrar algo que decir, pero las palabras no llegaban. —¿Te acuerdas cuando te llamé esa noche? —continuó Emanuel, avanzando un paso hacia ella, sin importarle que su tono se alzara—. Te pregunté dónde estabas, y tú, con toda la tranquilidad del mundo, me dijiste que estabas en tu casa, descansando. ¿Descansando, Georgina? ¡Y después
Ismael se apoyo en la puerta del baño con fuerza, apoyándose contra la pared mientras el peso de las palabras de Georgina lo aplastaba. Su respiración era irregular, cada exhalación era un esfuerzo para no romperse por completo. "No estoy con con tu hijo , fue un error ,no significa nada para mí , solo quise probarme a mí misma,que podía con todo.... No es como tú,tuve que enseñarle...", esas palabras resonaban en su mente como un eco cruel que no cesaba.El dolor de la traición lo atravesaba como una herida abierta. Se había entregado por completo a Georgina, creyendo en cada promesa, en cada mirada, en cada caricia. Había confiado en ella, bajado sus defensas, solo para descubrir que todo había sido una farsa. Pero lo que realmente lo desgarraba era la complicidad de su padre en todo esto. Emanuel, el hombre que siempre admiró, mi confidente ,había sido parte de la mentira."¿Por qué no me lo dijo?", pensó, su mente sumida en una confusión y resentimiento que lo quemaban por dentro.
Verónica, sin decir nada más, se sentó junto a Emanuel y lo envolvió en un abrazo firme. Él, quebrado por el dolor, se dejó caer, apoyando su cabeza en las piernas de ella mientras las lágrimas seguían fluyendo. Verónica le acariciaba el cabello con suavidad, murmurando palabras de consuelo.—Todo va a estar bien, Emanuel —dijo con voz tranquila—. Esto iba a pasar, se lo dijeras como se lo dijeras a tu hijo. Él se iba a enojar igual. Dale tiempo, todo va a mejorar. Quédate tranquilo, cálmate.Emanuel sollozaba como un niño, liberando todo el peso de la culpa y la tristeza acumuladas. Verónica continuó acariciándolo, transmitiéndole una calma que ella misma estaba luchando por mantener. Sentía una profunda compasión por él. Sabía que Emanuel era un buen hombre, que había cometido errores, pero no merecía ese sufrimiento.—Emanuel, ¿te gustaría que te cantara algo? —preguntó Verónica suavemente, tratando de distraerlo de su dolor.Emanuel asintió débilmente, sin levantar la cabeza. Veró
Georgina despertó con un dolor de cabeza punzante y la sensación de vacío en su pecho. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la vista en el techo desconocido que se extendía sobre ella. La habitación del hotel, con su decoración sobria, no le resultaba familiar. Se incorporó lentamente, notando la figura de un hombre a su lado. La confusión la invadió. —¿Quién eres? —preguntó, su voz temblorosa mientras se abrazaba a sí misma, buscando refugio en su propio cuerpo. El hombre, con una sonrisa relajada, se incorporó ligeramente. —Soy Diego —respondió con naturalidad—. Nos conocimos anoche en el bar. Nos emborrachamos y la pasamos bien. Georgina se llevó las manos a la cabeza, intentando recordar algo, cualquier cosa, pero su mente estaba en blanco. Solo tenía fragmentos borrosos: el bar, el alcohol, una conversación cargada de rabia y frustración... y luego, nada. La sensación de haber perdido el control la aterrorizaba. —No puede ser... —murmuró para sí misma, sintiendo cóm
Ismael caminaba sin rumbo fijo, perdido en la maraña de sus pensamientos y emociones. La noche lo envolvía, y el ruido de la ciudad parecía desvanecerse en la distancia. Cada paso que daba lo alejaba más de su hogar, pero no podía detenerse. Necesitaba escapar, aunque fuera por unas horas, de la angustia que lo oprimía. Finalmente, sus pasos lo llevaron al puerto. El lugar estaba sumido en una calma inusual, el viento apenas soplaba y el agua golpeaba suavemente contra los muelles. Ismael avanzó hasta uno de los muelles y se sentó con las piernas colgando, dejando que sus pies rozaran la superficie del agua. El sonido del mar, el suave vaivén de las olas, lo envolvía en una extraña sensación de paz. A lo lejos, algunos pescadores comenzaban su jornada, preparando sus botes para salir al mar. Las luces de las embarcaciones parpadeaban en la distancia, un contraste con la oscuridad que sentía en su interior. Ismael observaba en silencio, inmóvil, como si el mundo a su alrededor no ex
El despertar de Emanuel en las piernas de Verónica fue el único consuelo que encontró en toda la noche. Su cuerpo aún pesaba con el agotamiento del llanto, pero el suave murmullo de la voz de Verónica y la melodía que había escuchado de sus labios le brindaron una calma inesperada. Era como si, en medio de su tormento, hubiera escuchado a un ángel cantarle, ofreciéndole un refugio temporal en medio de su caos interno.La paz que emanaba de Verónica era casi palpable. Emanuel, todavía adormilado, cerró los ojos por un momento más, permitiéndose disfrutar de esa sensación de seguridad que hacía tanto no experimentaba. Las caricias de Verónica en su cabello, la calidez de su cuerpo junto al suyo, eran un bálsamo para su alma herida.—Gracias —murmuró, apenas audible, mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro.Verónica lo miró con ternura, sabiendo que esas pocas palabras significaban mucho más de lo que Emanuel podría expresar en ese momento.Emanuel se dio cuenta en ese inst
Diego apareció en la casa de Verónica al amanecer, el día después de la fiesta. Gloria, la madre de Verónica, lo atendió en la puerta. Al abrir, su expresión se endureció al verlo allí. —¿Qué haces acá, lacra? —le espetó con desdén. Diego, visiblemente incómodo, intentó mantener la compostura. —Vengo a ver a mi hija —respondió, tratando de sonar seguro. Gloria soltó una risa amarga. —¿Hace cinco años que no ves a tu hija y ahora te acuerdas de ella? Hace cinco años que no sabes nada. ¿Te acuerdas del nombre siquiera? La última vez que la viste fue por casualidad, en una salida con su madre, mientras tú estabas tomando con tus amigos. Hazme el favor y andate de acá. El intercambio de voces en la entrada atrajo la atención de Carolina, quien apareció en el umbral de la puerta. Al ver a su padre, su rostro se endureció con una mezcla de sorpresa y rechazo. —¿Qué haces acá? —preguntó con frialdad. Diego trató de sonreír, intentando una aproximación. —¿No saludas a tu padr
Susurros del AlmaEl aroma del café recién hecho llenaba la oficina, un bálsamo reconfortante en medio de la tensión que flotaba en el aire. Verónica se movió en su silla , cuando termino de hablarle ,observando a Emanuel con una mezcla de curiosidad y algo más profundo, algo que aún no había logrado identificar del todo. Emanuel, por su parte, apenas podía concentrarse. Sus ojos seguían cada movimiento de Verónica, atrapado entre el deseo y la incertidumbre.Cuando sus miradas se encontraron, algo en su interior se rompió, una represa que había contenido sus emociones durante demasiado tiempo. Se levantó de golpe, como si un resorte lo hubiera impulsado. Verónica lo observó con sorpresa, sus ojos interrogantes pero sin temor. Emanuel se acercó a ella, su corazón martillando en su pecho, y antes de que pudiera pensar en las consecuencias, sus labios encontraron los de ella.El beso fue suave al principio, un toque apenas perceptible que exploraba con cautela. Emanuel cerró los ojos, p