Capítulo: "El Silencio del Puerto" Ismael caminaba sin rumbo fijo, las calles se desdibujaban a su alrededor como sombras sin forma. El aire nocturno se filtraba en su piel, pero el frío no era nada comparado con el vacío que sentía en su interior. Todo en su vida había sido una mentira. Cada paso lo alejaba de la empresa, de la casa donde creció, del hombre que siempre admiró. Su padre. Emanuel Ferreira. El dolor que le oprimía el pecho no tenía comparación con nada que hubiera sentido antes. Había confiado en él más que en nadie. Había creído que, sin importar qué pasara, su padre siempre lo protegería, lo guiaría, le diría la verdad. Pero no. Emanuel lo había dejado caer, lo había dejado jugar un juego cruel sin advertirle que era solo un peón. Las luces de la ciudad parecían desvanecerse mientras sus pies lo llevaban sin pensar hasta el puerto. Siempre terminaba allí cuando todo se volvía insoportable. Se sentó en el borde de un muelle viejo, dejando que sus pies colgaran sob
Capítulo: "Refugio en la Tormenta" Emanuel despertó con los párpados pesados y el cuerpo tenso, como si cada músculo hubiera absorbido el agotamiento de su alma. El llanto, la rabia, la decepción... todo pesaba en su pecho como un yugo insoportable. Pero, por primera vez en mucho tiempo, había algo diferente. Algo cálido. Algo reconfortante. El primer sentido que cobró vida fue el tacto. Sus dedos rozaban una tela suave, cálida, y el aroma inconfundible de Verónica lo envolvía, una mezcla de lavanda y algo puramente ella. Su cabeza descansaba en su regazo, y, sin abrir los ojos, sintió el leve cosquilleo de sus dedos deslizándose por su cabello en una caricia rítmica y reconfortante. No quería moverse. Por un momento, por una fracción de segundo, se permitió olvidarlo todo. Se permitió solo existir en esa paz frágil, en ese refugio inesperado. Un susurro escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo: —Gracias... Verónica, sin dejar de acariciarlo, sintió su corazón latir
Capítulo: "Las Verdades, los Golpes y un Beso Robado" El amanecer bañaba la casa de Verónica con una luz tenue y dorada cuando el timbre sonó con insistencia. Gloria, aún con la bata puesta y el cabello enredado, gruñó con fastidio mientras se dirigía a la puerta. —¡Más te vale ser el cartero con un paquete de oro, porque si no…! —bufó mientras giraba el picaporte. Pero cuando vio quién estaba del otro lado, su humor se oscureció más que el café que tenía en la mano. —¿Qué haces acá, lacra? —soltó sin filtro, cruzando los brazos como una guardiana a punto de lanzar un hechizo letal. Diego, con su mejor cara de “padre arrepentido”, intentó sonreír. —Vengo a ver a mi hija. Gloria soltó una carcajada seca y burlona, llevándose una mano al pecho como si hubiera oído el mejor chiste del año. —¿Mi nieta? ¿Ahora te acuerdas que tienes una? —ladeó la cabeza con falsa sorpresa—. ¡Cinco años, Diego! Cinco años sin siquiera un mensajito de "feliz cumpleaños". ¿Y ahora vienes con la cara d
El aroma del café flotaba en el aire, envolviendo la oficina con una calidez reconfortante. La luz de la mañana entraba por las ventanas, iluminando los rostros de Verónica y Emanuel, que se miraban en un silencio cargado de emociones. Verónica movió su silla lentamente, un gesto automático mientras sus pensamientos se agolpaban en su mente. Emanuel estaba frente a ella, pero había algo en su mirada que la detenía, algo profundo, algo que la hacía sentirse observada de una manera diferente, con una intensidad que nunca antes había sentido de él. Emanuel, por su parte, sentía su corazón latir con fuerza. No podía apartar los ojos de ella. Cada pequeño gesto, la manera en que fruncía ligeramente el ceño cuando pensaba, la forma en que sus labios se humedecían sin que ella se diera cuenta, lo tenía atrapado en un torbellino de emociones que ya no podía contener. Cuando sus miradas se cruzaron, fue como si el tiempo se detuviera. No hubo dudas, ni preguntas, ni miedo. Solo un impulso pu
Maquinaciones y Arrepentimientos Diego salió disparado de la casa de Verónica, con el corazón bombeando rabia y frustración. La voz de Gloria aún resonaba en sus oídos, su desprecio atravesándolo como cuchillos afilados. —¡No vuelvas a aparecer por aquí, lacra! —había escupido la mujer con una furia inquebrantable. Diego, sintiéndose humillado y expuesto, masculló insultos entre dientes mientras pateaba una piedra con violencia. No podía creer que, después de tantos años, aún lo trataran como un don nadie. ¿Quiénes se creían? ¿Acaso pensaban que lo podían borrar de la vida de Carolina como si nunca hubiera existido? Cruzó la calle con la vista nublada por la ira, sin darse cuenta del auto que venía a toda velocidad. Un frenazo abrupto, el chirrido de las llantas contra el pavimento, y la bocina estridente lo hicieron detenerse en seco. —¡IMBÉCIL! —rugió el conductor, bajando del auto con furia—. ¡¿Quieres que te mate, estúpido?! Diego, con su soberbia intacta, respondió con insul
Máscaras Desveladas La brisa fría de la noche cortaba la piel como pequeñas agujas heladas, pero Ismael no sentía nada. Caminaba con las manos en los bolsillos, la cabeza gacha y la mirada vacía. No quedaba rastro del chico ingenuo, del soñador que creía en el amor, en la lealtad. Todo eso se había ido. Se había extinguido la noche en que escuchó a Georgina burlarse de él, reduciendo lo a un juguete desechable. El dolor ya no era una herida abierta, era un muro impenetrable. Se prometió que nunca más volvería a ser el mismo. Nunca más entregaría su corazón. Si el mundo estaba lleno de personas dispuestas a destrozarlo, entonces él sería peor. Jugaría con las mismas reglas que los demás. Llegó a su dormitorio con el peso de la traición hundiéndolo, pero sin lágrimas. Ya no había lágrimas, solo un vacío insoportable que ardía en su interior. Pedro lo recibió con una mirada de complicidad, como si entendiera sin palabras lo que estaba a punto de suceder. —Hoy vas a aprender cómo se vi
Risas y Algo Más – Desde los Ojos de Emanuel El auto se deslizó suavemente por las calles iluminadas por el sol de la tarde. Emanuel tenía una mano en el volante y la otra descansando sobre su muslo, pero su mente estaba completamente absorta en Verónica. La mujer que, sin darse cuenta, había comenzado a iluminar los rincones más oscuros de su alma. Miró de reojo a Verónica, quien observaba distraídamente por la ventana con una expresión de tranquilidad en el rostro. Había algo en ella que lo hacía sentir en paz, algo que jamás había experimentado con ninguna otra mujer. Sin embargo, lo que más lo sorprendía era la facilidad con la que ella se había adentrado en su vida. Sin forzar nada, sin presionarlo, simplemente había estado ahí, y él se encontraba cada vez más cautivo de esa presencia cálida y sincera. —Emanuel, ¿quieres pasar a conocer a mi familia? —preguntó de pronto, con esa naturalidad que lo desarmaba. Emanuel sintió su corazón dar un vuelco. No esperaba esa invitación,
Diego sabía exactamente lo que estaba haciendo. Era un hombre paciente, calculador y con una habilidad innata para manipular a las personas hasta llevarlas justo donde él quería. Georgina, con su vulnerabilidad y desesperación, era la presa perfecta. Desde el momento en que puso un pie en su departamento, supo que la haría depender de él hasta el punto de no poder tomar decisiones sin su aprobación. Le susurraba palabras dulces en la mañana, la miraba como si fuera la única mujer en el mundo y le hacía sentir que sin él, su vida se desmoronaría aún más. Y lo peor de todo: ella lo creía. Georgina, la mujer que una vez pensó que tenía el control de todo, ahora era un simple títere en manos de alguien más astuto, más frío y sin un ápice de escrúpulos. Las mañanas en casa de Georgina siempre comenzaban con la misma rutina: Diego despertaba tarde, con el torso desnudo y la seguridad de un hombre que no tenía preocupaciones en la vida. Se estiraba en la cama y la miraba con una sonrisa conf