El Consuelo en la Tormenta Verónica no dijo nada más. Simplemente se sentó junto a Emanuel y, con un gesto instintivo, lo envolvió en un abrazo firme. Él, roto, quebrado por la culpa y el dolor, se dejó caer sobre ella. Apoyó la cabeza en sus piernas y cerró los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera detener las lágrimas que seguían cayendo sin control. Su respiración era entrecortada, temblorosa. El hombre fuerte, el empresario intocable, el padre que siempre supo guiar, ahora era solo un hombre destrozado. Y Verónica, sin dudarlo, estuvo allí para sostenerlo. Sus dedos comenzaron a deslizarse por el cabello de Emanuel con una suavidad reconfortante, como si el simple contacto pudiera calmar la tormenta que se agitaba dentro de él. —Todo va a estar bien, Emanuel. —Su voz fue un susurro, un bálsamo en medio del caos—. Esto tenía que pasar, se lo dijeras cuando se lo dijeras a Ismael. Él se iba a enojar igual. Pero dale tiempo, va a entenderlo. Pero Emanuel negó con la cabeza
El dolor punzante en la cabeza fue lo primero que sintió al despertar. Georgina parpadeó varias veces, tratando de enfocar la vista en el techo blanco que se extendía sobre ella. Un lugar desconocido. Un vacío en su mente. Su cuerpo estaba entumecido, pesado, como si hubiera sido golpeada por un tren. Trató de moverse, pero una punzada de náusea la hizo detenerse. El hedor a alcohol aún impregnaba su piel. Giró el rostro y lo vio. Un hombre. No era Emanuel. No era Ismael. No era nadie que ella conociera. El pánico la golpeó como un puñetazo en el estómago. —¿Quién eres? —preguntó con voz entrecortada, abrazándose a sí misma, sintiendo la tela de una sábana que no reconocía. El hombre, con una sonrisa relajada y una expresión de satisfacción, se incorporó ligeramente sobre la cama. —Soy Diego —respondió con naturalidad, como si la conociera de toda la vida—. Nos conocimos anoche en el bar. Bebimos bastante. Lo pasamos bien. Georgina sintió que el mundo a su alrededor se desmoron
Capítulo: "El Silencio del Puerto" Ismael caminaba sin rumbo fijo, las calles se desdibujaban a su alrededor como sombras sin forma. El aire nocturno se filtraba en su piel, pero el frío no era nada comparado con el vacío que sentía en su interior. Todo en su vida había sido una mentira. Cada paso lo alejaba de la empresa, de la casa donde creció, del hombre que siempre admiró. Su padre. Emanuel Ferreira. El dolor que le oprimía el pecho no tenía comparación con nada que hubiera sentido antes. Había confiado en él más que en nadie. Había creído que, sin importar qué pasara, su padre siempre lo protegería, lo guiaría, le diría la verdad. Pero no. Emanuel lo había dejado caer, lo había dejado jugar un juego cruel sin advertirle que era solo un peón. Las luces de la ciudad parecían desvanecerse mientras sus pies lo llevaban sin pensar hasta el puerto. Siempre terminaba allí cuando todo se volvía insoportable. Se sentó en el borde de un muelle viejo, dejando que sus pies colgaran sob
Capítulo: "Refugio en la Tormenta" Emanuel despertó con los párpados pesados y el cuerpo tenso, como si cada músculo hubiera absorbido el agotamiento de su alma. El llanto, la rabia, la decepción... todo pesaba en su pecho como un yugo insoportable. Pero, por primera vez en mucho tiempo, había algo diferente. Algo cálido. Algo reconfortante. El primer sentido que cobró vida fue el tacto. Sus dedos rozaban una tela suave, cálida, y el aroma inconfundible de Verónica lo envolvía, una mezcla de lavanda y algo puramente ella. Su cabeza descansaba en su regazo, y, sin abrir los ojos, sintió el leve cosquilleo de sus dedos deslizándose por su cabello en una caricia rítmica y reconfortante. No quería moverse. Por un momento, por una fracción de segundo, se permitió olvidarlo todo. Se permitió solo existir en esa paz frágil, en ese refugio inesperado. Un susurro escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo: —Gracias... Verónica, sin dejar de acariciarlo, sintió su corazón latir
Capítulo: "Las Verdades, los Golpes y un Beso Robado" El amanecer bañaba la casa de Verónica con una luz tenue y dorada cuando el timbre sonó con insistencia. Gloria, aún con la bata puesta y el cabello enredado, gruñó con fastidio mientras se dirigía a la puerta. —¡Más te vale ser el cartero con un paquete de oro, porque si no…! —bufó mientras giraba el picaporte. Pero cuando vio quién estaba del otro lado, su humor se oscureció más que el café que tenía en la mano. —¿Qué haces acá, lacra? —soltó sin filtro, cruzando los brazos como una guardiana a punto de lanzar un hechizo letal. Diego, con su mejor cara de “padre arrepentido”, intentó sonreír. —Vengo a ver a mi hija. Gloria soltó una carcajada seca y burlona, llevándose una mano al pecho como si hubiera oído el mejor chiste del año. —¿Mi nieta? ¿Ahora te acuerdas que tienes una? —ladeó la cabeza con falsa sorpresa—. ¡Cinco años, Diego! Cinco años sin siquiera un mensajito de "feliz cumpleaños". ¿Y ahora vienes con la cara d
El aroma del café flotaba en el aire, envolviendo la oficina con una calidez reconfortante. La luz de la mañana entraba por las ventanas, iluminando los rostros de Verónica y Emanuel, que se miraban en un silencio cargado de emociones. Verónica movió su silla lentamente, un gesto automático mientras sus pensamientos se agolpaban en su mente. Emanuel estaba frente a ella, pero había algo en su mirada que la detenía, algo profundo, algo que la hacía sentirse observada de una manera diferente, con una intensidad que nunca antes había sentido de él. Emanuel, por su parte, sentía su corazón latir con fuerza. No podía apartar los ojos de ella. Cada pequeño gesto, la manera en que fruncía ligeramente el ceño cuando pensaba, la forma en que sus labios se humedecían sin que ella se diera cuenta, lo tenía atrapado en un torbellino de emociones que ya no podía contener. Cuando sus miradas se cruzaron, fue como si el tiempo se detuviera. No hubo dudas, ni preguntas, ni miedo. Solo un impulso pu
Maquinaciones y Arrepentimientos Diego salió disparado de la casa de Verónica, con el corazón bombeando rabia y frustración. La voz de Gloria aún resonaba en sus oídos, su desprecio atravesándolo como cuchillos afilados. —¡No vuelvas a aparecer por aquí, lacra! —había escupido la mujer con una furia inquebrantable. Diego, sintiéndose humillado y expuesto, masculló insultos entre dientes mientras pateaba una piedra con violencia. No podía creer que, después de tantos años, aún lo trataran como un don nadie. ¿Quiénes se creían? ¿Acaso pensaban que lo podían borrar de la vida de Carolina como si nunca hubiera existido? Cruzó la calle con la vista nublada por la ira, sin darse cuenta del auto que venía a toda velocidad. Un frenazo abrupto, el chirrido de las llantas contra el pavimento, y la bocina estridente lo hicieron detenerse en seco. —¡IMBÉCIL! —rugió el conductor, bajando del auto con furia—. ¡¿Quieres que te mate, estúpido?! Diego, con su soberbia intacta, respondió con insul
Máscaras Desveladas La brisa fría de la noche cortaba la piel como pequeñas agujas heladas, pero Ismael no sentía nada. Caminaba con las manos en los bolsillos, la cabeza gacha y la mirada vacía. No quedaba rastro del chico ingenuo, del soñador que creía en el amor, en la lealtad. Todo eso se había ido. Se había extinguido la noche en que escuchó a Georgina burlarse de él, reduciendo lo a un juguete desechable. El dolor ya no era una herida abierta, era un muro impenetrable. Se prometió que nunca más volvería a ser el mismo. Nunca más entregaría su corazón. Si el mundo estaba lleno de personas dispuestas a destrozarlo, entonces él sería peor. Jugaría con las mismas reglas que los demás. Llegó a su dormitorio con el peso de la traición hundiéndolo, pero sin lágrimas. Ya no había lágrimas, solo un vacío insoportable que ardía en su interior. Pedro lo recibió con una mirada de complicidad, como si entendiera sin palabras lo que estaba a punto de suceder. —Hoy vas a aprender cómo se vi