Secreto de oficina.
Secreto de oficina.
Por: Wendukita
CAPITULO1: BECARIA.

Trataba de arreglar mi cabello con prisa, pero sentía que ningún estilo le venía bien con el rizado de mi cabello. Finalmente, solo me hice una coleta al ver que se me hacía tarde para mi primer día, en la empresa en que había deseado entrar desde que supe de ella.

Raquel salió de su habitación, tomó varias cosas de los diferentes muebles del departamento y cada una de estas cosas las metió velozmente dentro de su bolsa de mano color blanca, que hacía juego con el vestido blanco que esa mañana se había puesto.

—¿No desayunarás?

Preguntó Sara. Quien había sido su roomie desde que Raquel se había mudado de su ciudad natal a esa gran ciudad.

—Se me hizo tarde.

Dije mientras solo tomaba el pan que se encontraba cerca del plato de huevos servido en la mesa. Esto para no hacer sentir mal a Sara, que se había esforzado por hacer el desayuno para mí.

—Discúlpame.

—No te preocupes, sé lo importante que es esto para ti… ¡Ánimo!

—Gracias.

Raquel miró el reloj sobre su muñeca y la ansiedad brotó de su cuerpo instantáneamente al ver que efectivamente ya era demasiado tarde y aún debía esperar el autobús.

—Me voy. Nos vemos más tarde. No, sería por la noche. Hoy tengo clase por la tarde.

—Ok, amiga. Nos vemos después.

Después de despedirse de Sara, rápidamente salió del departamento y se apresuró a dirigirse hacia la parada de autobús, donde después de esperar 10 minutos, por fin logró subir a este.

Suspiré al ver aquel edificio frente a mí; en verdad deseaba hacerlo bien. Había trabajado duro para poder conseguir el puesto que me ayudaría a aprender todo lo que necesitaba para ser una buena licenciada en mercadotecnia.

Me dirigí al lobby, algo temerosa, y aunque estuve unos pocos segundos en silencio, por fin logré preguntar en qué piso queda la oficina del jefe. La señorita, frente a mí amablemente, me da las instrucciones para llegar a mi destino. Después de una travesía por el ascensor y algunos pasillos, finalmente estoy frente a la secretaria del CEO.

—Eh…

Dudo un poco al verme observada por la chica castaña frente a mí. El tono del cabello que ella tiene es muy parecido al mío, solo que este es lacio, a diferencia del mío. Aún estaba perdida en su hermoso cabello cuando ella misma me hizo regresar en sí.

—Dígame.

—¡Ah... Sí. Vengo. Tengo una cita con el presidente.

La mujer observó a Raquel levantando una ceja y examinando su cuerpo, un cuerpo relativamente normal y común.

—¿Nombre?

—Sí, claro. Raquel Eche… Raquel Ruiz.

Terminó de decir Raquel.

—Mmmm…

La mujer bajó su mirada hacia una pequeña libreta frente a ella.

—Sí, aquí está anotada. Pasé ahora que está libre.

—Gracias.

Agradecí y rápidamente me acerqué a la puerta de la elegante oficina frente a mí. Abrí lentamente la puerta después de tocar suavemente y lo vi bajo los primeros rayos de sol. El hombre más imponente que había visto y me sonrió, algo que hizo sentirme muy extraña.

—Siéntese, ¿señorita?

—Ruiz.

Terminó de decir Raquel.

—Bien, usted viene a verme porque…

—Sí, señor, soy la nueva becaria. Me mandó el profesor Ordóñez.

—Ah, sí, la universitaria que estará aquí como becaria. Tienes suerte, yo no acepto becarias, ya que no suelo pagarle a alguien sin experiencia, pero… Fue un favor que debía, además me dijo que eras una de las mejores alumnas que tenía.

—Sí, señor, yo entiendo lo que dice, pero en verdad estoy con mucho entusiasmo, y prometo que daré lo mejor de mí.

Él sonrió y quería ocultar mi sonrojo, pero me fue imposible. Aunque trataba de no ver sus ojos negros tan intensos como la noche, mi mirada se centraba en esos hermosos ojos.

—¿Por qué esta empresa?

—Porque es una de las mejores en el mercado, por no decir que es la mejor en la distribución de telas en todo el país.

—Tiene razón. Bueno… Pues… ¡Bienvenido!

Finalmente, él se levantó de su asiento y extendió su mano frente a Raquel, que solo lo observaba.

—¡Gracias, Señor! ¡Gracias por la oportunidad!

Estreché finalmente su mano tan varonil y ese fue el primer encuentro de nuestros cuerpos.

—Bueno, su trabajo será estar todo el tiempo conmigo, en mis juntas, en todo lo que implique mis actividades. Será como una asistente, pero usted debe absorber cada una de las cosas que hacemos aquí.

—¡Sí, señor!

—Bien, pase con Esther, mi secretaria, y ella le dará su lugar de trabajo que claramente debe ser muy cerca de mí.

—¡Sí, señor!

Estaba emocionada por el nuevo puesto y desvió su atención por aquel hombre para centrarse en hacer bien su nuevo trabajo.

—Cuando se haya acomodado, por favor, regrese junto a mí para que me acompañe a una junta que tengo con un proveedor.

Asentí feliz para luego despedirme y salir de la oficina regresando a la mujer que aún me miraba con desgana.

—Me dijo él…

—Jefe.

Recalcó Esther.

—Jefe… Que me muestre mi lugar de trabajo.

—Sí. Sígueme.

La mujer se levantó del escritorio y caminó por delante de Raquel.

—Estarás en la oficina de al lado de la suya; el señor Dávila es un poco exigente, así que trata de asistir en cuanto él te solicite.

—Si eso haré. Gracias.

La mujer abrió la puerta frente a ella.

—Es esta… No es tan grande.

En verdad era algo pequeña, pero para Raquel era perfecta, ya que era su primera oficina y se sentía muy emocionada y muy feliz.

—¡Es perfecta!

Dijo mientras seguía admirando la oficina.

—Bien, te dejo a solas para que te instales. Yo soy, Esther, la secretaria del Señor. Si necesitas algo, puedes informármelo.

La mujer se dio vuelta, alejándose tan rápidamente que apenas escuchó el agradecimiento de Raquel, aunque a este gesto Raquel no le dio importancia y solo cerró la puerta de la oficina para sentirse como toda una persona importante.

Estaba feliz porque podía aprender mucho de aquel hombre. Un hombre muy conocido por ser un empresario joven y con mucho éxito. El nombre de Samuel Dávila Bermúdez era muy conocido; yo lo admiraba, admiraba la forma en cómo a sus 29 años había puesto a su empresa en el mercado, como uno de los más importantes del país, y a mis 22 años deseaba hacer lo mismo en un futuro.

Raquel se sentó frente al escritorio admirando este e incluso pensando que podría poner algunos artículos personales para hacerla más acogedora. Su sonrisa era enorme. Era como si lo que estaba viviendo no fuera real en verdad. Aunque para muchos podría ser algo sencillo, para ella era algo grandioso haber podido entrar a la empresa que quería. Pensó que quizás lo había hecho con un poco de ayuda, pero pensó también que haría que no se arrepintieran de tomarla en cuenta.

El teléfono de la oficina comenzó a sonar insistentemente.

—¿Sí? ¿Diga?

—El jefe me pregunta ¿si ya puedes pasar a su oficina?, ya que pronto se irá a su junta.

—¡Ah, sí! Voy para allá. Gracias…

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