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CAPITULO 2: ACLIMATARSE.

—¡Despierta!

Raquel sintió la sacudida de su cuerpo y abrió sus ojos algo adormitados, pero al ver el rostro de Sara, sus ojos se abrieron enormemente y se levantó abruptamente de la cama.

—¡No puede ser! ¡No otra vez!… ¡Llegaré tarde!

Sara se sentó sobre la cama mientras miraba a Raquel revolotear sus cajones.

—Esta es la cuarta vez que te sucede; me sorprende que no te hayan echado aún.

Raquel se detuvo y con cara de preocupación miró a Sara.

—¿Tú crees que lo hagan?

Sara notó la preocupación de Raquel y se sintió rápidamente mal por haber dicho lo anterior.

—No lo sé, tú eres la que podría decirlo, ya que solo tú sabes cómo es tu jefe.

Recordé los regaños de mi jefe del día anterior por la misma razón, por lo que estaba preocupada en ese momento. Era tan implacable; sus palabras fueron algo dolorosas; no se midió en decir que eso se ganaba por contratar a inexpertos como yo.

—Pues si te despide ni modos, pero de todos modos date prisa.

Raquel recuperó nuevamente la prisa y se arregló lo más rápido posible.

—¡Otra vez!

La mirada de Raquel se centraba en los zapatos finos de su jefe, ya que evitaba mirar los ojos de este porque sabía que quizás estaban enfurecidos como el día anterior.

—¡¿Qué le está pasando?! ¡¿Qué le sucede?!

—Lo siento, señor, no tengo ninguna excusa.

Samuel vio cómo Raquel mordió un extremo de su labio y este gesto le pareció muy sexi.

Samuel suspiró para tratar de bajar su furia.

—Lo dejaré pasar, pero será la última que lo acepte; de ahora en adelante no debe equivocarse.

—¡En serio, señor! ¡Muchas gracias!

—Bueno, retírese, ya que más tarde tenemos una junta y necesito que termine de organizar los documentos que le encargué redactar ayer.

—¿Los documentos?

La mirada de Samuel estaba volviéndose a tornar furiosa, y esto lo notó rápidamente Raquel.

—¡Ah... Sí... Los documentos. Sí, ya los tengo listos.

—Perfecto, váyase, entonces la veo después del almuerzo.

—Sí, señor.

Raquel se dirigió hacia la puerta de la oficina y al salir el aura desoladora la invadió. Caminó hacia su oficina ignorando la mirada de Esther; se dirigió a su escritorio y al sentarse recargó su cabeza sobre esta.

—Soy una inútil.

Soltó mientras sus lágrimas comenzaron a caer; sus sollozos hicieron que no escuchara el sonido de la puerta.

—Señorita, ¿está bien?

Al escuchar esto, Raquel levantó su cabeza del escritorio y rápidamente limpió sus lágrimas.

—Sí, sí. Dígame ¿En qué puedo ayudarla?

La chica frente a ella se sintió un poco incómoda al ver como Raquel trataba de evadir su mirada para ocultar sus ojos enrojecidos.

—Es que vine a confirmar algunas cosas sobre la junta. Ayer recibí un correo solicitando la sala de juntas para después del almuerzo, además me solicitaba informar a algunos jefes de departamentos… Supongo que fue usted.

—Sí, fui yo. ¿Hay algún problema?

La chica agitó sus manos al ver la preocupación en el rostro de Raquel.

—Nada malo, solo me gusta confirmar todo personalmente… Eh, la sala de juntas estará libre para el horario que me mandó en su solicitud.

—Gracias por avisarme.

Respondió Raquel.

—Supongo que ya sabe que, como la organizadora, usted debe estar antes para recibir a los asistentes y ver que todo esté en orden.

—¿Yo?

—Si usted, supongo que también tiene listo lo que se les ofrecerá a los asistentes… Normalmente, eso lo hace la secretaria, pero…

—Debo avisar a la secretaria, ¿verdad?

—Así es.

—OK, gracias.

Los ojos de Raquel se tornaron cristalinos, pero antes de que las lágrimas nuevamente brotaran, las limpió.

—Discúlpeme la intromisión, pero, ¿puedo ayudarle en algo?

—No, estoy acabada.

—¿Por qué dice eso?

Raquel miró fijamente a la chica frente a ella y aunque dudó un poco, pensó que no tenía a quien más contarle su desgracia.

—Olvidé unos documentos que necesito para la junta y pensaba tomar el tiempo del almuerzo, pero ahora sé que debo estar antes de la junta.

La chica se sintió mal por Raquel.

—¿Los olvidaste en tu casa?

Raquel negó con su cabeza.

—En la universidad, he estado ocupada terminando mi tesis y he estudiado hasta tarde; ayer trabajé arduamente en esos documentos, pero los dejé en mi casillero cuando tuve mis asesorías… Eché a perder mi oportunidad.

—Yo iré por ellos.

Raquel la miró sorprendida.

—Pero…

—Solo dime dónde está tu universidad y yo iré a la hora del almuerzo.

—¡En serio!

Preguntó animadamente Raquel.

—Sí.

Raquel abrazó a la chica que era una desconocida para ella.

—¡Gracias! ¡¡Muchas, muchas gracias!

Raquel exhaló con un aire de esperanza.

Mientras esperaba a los asistentes, mi nerviosismo comenzó a surgir cuando él apareció. Lo saludé cordialmente y lo invité a pasar a la sala de juntas, donde le servirían una taza de café mientras esperaba. A pesar de que a Esther no le agradaba que le diera una orden, ordenó todo lo que le pedí para la junta. Trataba de estar en calma y cada cierto tiempo observaba con desespero el pasillo, esperando ver a mi salvación. Casi caigo derrotada, cuando vi a mi jefe frente a mí. Me miraba como expectante a que me equivocara y mi orgullo no quería darle esa satisfacción. Al entrar él a la sala, sabía que tenía mis segundos contados. Miré con tristeza aquel lugar en forma de despido, pero mi alma regresó cuando vi aquella chica gentil, aquella chica con su cabello corto y mirada profunda, acercarse a mí.

—Siento la demora, el tráfico… Aquí están.

La chica extendió las carpetas.

—¡Gracias!

—No fue nada, ahora entra y no te preocupes. Es normal no aclimatarse tan rápido a una empresa; solo pon mucho esfuerzo.

—¡Sí!

Raquel tomó la perilla de la puerta, pero nuevamente volteó a verla.

—¿Cómo te llamas?

—Soy Aurora del área de gestión de recursos de la empresa.

—Gracias, Aurora… Esta noche, yo invito la cena. ¿Sí?

—Está bien, ¡suerte!

Raquel asintió feliz antes de entrar a la sala de juntas, donde ya todos estaban reunidos.

 

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