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—Me hubiese gustado que mi abuela estuviese conmigo en mi boda —dijo Tess con melancolía, desnuda en la cama con su marido, agotados no sólo por las actividades que acababan de tener, sino por todos los días pasados. Habían organizado una boda en menos de nada, y ya a ninguno les quedaban energías.

Georgina les había propuesto ir temprano por los niños, y darles a los recién casados un poco de privacidad, ya que no podrían irse de viaje, al menos, por ahora.

August, al oír a su esposa, se sentó en la cama y la miró. Cuánto había cambiado su cuerpo, pensó Tess. Ahora todo su torso era plano, magro, musculoso. Y era porque le dedicaba tiempo; Por las mañanas salía a correr, y si alguno de los niños lo pillaba antes de irse, se iba con él. Casi siempre regresaba con el chiquillo en sus hombros.

O a veces, en

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