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Todo estaba en silencio, y Adam, recostado sobre las almohadas, no dejaba de tocar a Tess. Sus manos, su brazo, su hombro. Toda ella era suavecita, y bonita, digna de tocar.

Tenía una pregunta atascada en la boca, algo que siempre se había preguntado. Al final, ya no pudo soportarlo más, y habló.

—¿Tess, por qué me olvidaste? —Tess se quedó totalmente quieta, dejó salir el aire y se sentó en la cama mirándolo—. Me olvidaste completamente —siguió él—. En aquella fiesta, no me reconociste, me miraste como a un extraño. Y luego… cada vez que volvía a hablarte, era como si me vieras por primera vez. Y olvidaste la cita. ¿Por qué, Tess? —Tess bajó la mirada, y él siguió—. Es como si me hubieses arrancado de tu mente, como si tu tiempo conmigo, en mi casa, hubiese sido tan traumático que,

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