Con los ojos cerrados Adriano seguía viendo el infierno arder a su alrededor, sintiendo como el calor abrazador se extendía muy cerca de él y como la pierna le quemaba desde dentro hacia fuera.El dolor se incrementaba y casi podía sentirlo como ese día, como si fuera mejor rogar porque le amputaran la pierna para no seguir sufriendo de ese modo.Vio a retazos los flashes de los recuerdos del rostro de su amada Angelina bañada en lágrimas llorando a su lado, junto a la cama de hospital, y escuchó claramente cuando alguien anunció la muerte de Livia.Después de eso los recuerdos eran borrosos. Solo pequeños destellos de médicos discutiendo sobre su supervivencia, y luego… nada… hasta que los efectos del veneno y de las drogas desaparecieron y la tranquilidad del apacible rostro de la pelirroja le dijeron que estaba fuera de peligro.Se había jugado la vida incontables veces, y en muchas ocasiones estuvo a punto de perderla, pero nunca sintió tanto miedo como la última vez, miedo real.
Tres fuertes golpes se escucharon en la puerta de la residencia de los De Santi, los dueños de famosa tienda De Santi, una de las perfumerías más antiguas y exclusivas de la ciudad.La familia era propietaria de la tienda desde hacía al menos unos cien años, era parte de esos negocios familiares ancestrales en Roma.Alessandro De Santi se estremeció. Sabía quién era y a que venía. Se revolvieron las vísceras de solo pensar en lo que podría hacer cuando supiera que no tenía lo que era suyo.Hizo un gesto a la ama de llaves para que abriera la puerta y Adriano Bonuchi entró seguido de tres de sus matones.— ¡Adriano, que sorpresa! ¿A que debemos el honor de tu visita? — Alessandro saludó impostando una sonrisa mientras mantenía un nudo en la garganta y observaba al hombre enmascarado entrar en su casa.— No hay honor en lo que vengo a hacer a tu casa Alessandro, creo que ya sabes por qué estoy aquí — clavando la mirada gélida sobre el hombre entrado en años.Adriano reparó en la mujer e
Alessandro se alejó cojeando y una daga de dolor atravesó el pecho de la joven novicia.Amaba a su padre, pero nunca lo creyó capaz de una bajeza como esa, tratarla como si fuera una mercancía con la cual podía cerrar un trato, era tan bajo como querer que ella rompiera con el compromiso que había hecho con todo lo sagrado.No pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas y el pecho se le apretara dolorosamente.— ¡No puedo hacer lo que me pide! ¡Los amo!, pero no puedo…— Lo sé, entiendo lo que sientes, y aunque sea duro, ese problema no es tuyo Angelina, seguramente tu padre lo resolverá — El sacerdote aseguró.— No lo sé, solo espero estar haciendo lo correcto y no tener que arrepentirme de esto después.— ¿Angelina? — La voz de la Madre superiora se escuchó desde la puerta.— Creo que ya debo irme, muchas gracias por escuchar, y por no juzgarme…— No podría hija.La joven corrió y desapareció tras la puerta del Convento de las hermanas Siervas de María.— ¿Sucede algo An
Angelina fue arrastrada por la escalera de la iglesia y luego metida la fuerza en una camioneta negra y lujosa con los vidrios polarizados. Ya dentro del vehículo luchó por zafarse del agarre del tirano.— ¡Dijiste que no harías ningún daño! — Ella gritó dentro del auto — ¡Destruiste siglos de arte e historia en ese techo! — Golpeándolo con fuerza en los brazos y el pecho.Adriano la contuvo tomándola de las manos.— ¡Calma hermana! ¡No parecen cosas de una religiosa! — Ironizó mirándola desde detrás del antifaz, ahí estaban esos intrigantes ojos grises otra vez — He cumplido, no he tocado a nadie, solo es el estúpido techo, alguien podrá repararlo — Continuando con la burla.— ¡Eres despreciable!Adriano la tomó por el rostro y la contuvo contra el respaldo de la silla con rudeza mirándola a los ojos e intentando no volverse loco con su aroma, ese que inundaba todo el auto. Ella pudo ver su propio reflejo en la mirada acerada de Adriano al que todavía no lograba descubrir el rostro p
— La dejaré para que descanse, pero recuerde estar lista temprano para la cena.Luego de que la criada se fuera, Angelina se sintió terriblemente sola, pegó su espalda a la pared y se dejó deslizar por ella hasta el suelo mientras las lágrimas seguían saliendo sin control.Se recostó sobre la alfombra sabiendo que la vida se le escapaba de las manos, su vida, sobre la cual pensó que tenía el control, ahora no le pertenecía, era de él, de Adriano Bonuchi, un tipo que ni siquiera le había mostrado su rostro.Los golpes en la puerta la despertaron, cuando abrió los ojos había oscurecido.— ¡Señorita, señorita! ¿No está usted lista? ¡Señorita, levántese, debe darse una ducha y vestirse! ¡Ya es hora! — La criada llegó como un tornado levantándola del suelo y empujándola a la ducha.Fue la ducha más rápida de la historia, la mujer la apresuraba desde el otro lado y la envolvió con el paño al salir, aún le dolían mucho las manos.— Es tarde, el jefe no estará nada feliz, ¡Vístase rápido, por
Angelina escuchaba la conversación banal que tenían las estilistas encargadas de arreglar su cabello, cotilleaban sobre los últimos estilos de tintes para el cabello, sobre quienes los habían impuesto y por supuesto a quienes se les veía mejor, si a esta estrella de cine o a la otra.¡Como si eso le importara! ella suspiró agotada en la silla de tortura en la que la tenían contra su voluntad desde las seis de la mañana. Intentaba no pensar en el suplicio hasta que la chica de las uñas le habló:— ¡Es usted muy afortunada! Casarse con ese señor tan guapo, sofisticado y rico, ¡Debe ser como estar en un sueño…! ¿Verdad?A Angelina le pareció de lo más acertado el comentario, era exactamente eso, como estar en un sueño, ¡Pero en uno de terror!, una total pesadilla, claro que ella no podía ventilar sus problemas, cualquier cosa que dijera, e incluso, cualquier mueca que hiciera podría poner a más de uno en peligro, se le había ordenado no decir nada, y no correría riesgos, no confiaba en A
Los pocos invitados disfrutaron de los maravillosos platillos, las bebidas y el postre, sobró de todo porque los asistentes podían contarse con los dedos, y la gran ausente fue la novia. Adriano debió sentarse solo en la mesa de los novios a sonreír como un idiota frente al trozo de pastel mientras la gente comenzaba a irse.Ni siquiera lo probó, a pesar de que le encantaba un buen postre, era una de las muchas delicias de la vida de la que se le privó cuando era niño, y no desperdiciaba ni una miga cuando tenía una porción en frente.Se sintió aliviado de que antes de la medianoche ya no hubiera nadie a quien vigilar en las inmediaciones de la mansión Bonuchi, el silencio lo cubrió todo cuando hizo un par de señas al del sonido para que apagara todo y se largara.Pidió que le trajeran una botella de whisky y levantó las piernas sobre la mesa mientras se servía un trago tras otro. Tal vez lo que había hecho no había sido lo más inteligente; tanto pensar en ella, tanto planear la forma
— ¡No puede ser que me haya tomado por idiota! Sé que fui una estúpida en el pasado, una tonta que se dejó llevar por el fuego y la oscuridad del pecado, una ilusa que creyó que estaba haciendo bien cuando le salvó la vida a semejante demonio — Se dijo a sí misma llena de impotencia, no lo podía creer, ¿En serio era él? ¿Adriano? ¡No podía ser que la hubiera tomado por tonta de esa manera!Se dejó caer sobre la cama totalmente abatida, ya era suficientemente malo que la hubieran raptado de su ceremonia de votos, y de que su padre la entregara como una vulgar mercadería para saldar una deuda, como para venir a enterarse de que su nuevo y flamante esposo era Adriano.Mejor dicho, antes nunca supo cómo se llamaba el maldito, pero tampoco estaba segura de que ese fuera su nombre real. En todo caso, eso carecía de importancia, lo realmente importa