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3 A solas con la bestia

Angelina fue arrastrada por la escalera de la iglesia y luego metida la fuerza en una camioneta negra y lujosa con los vidrios polarizados. Ya dentro del vehículo luchó por zafarse del agarre del tirano.

— ¡Dijiste que no harías ningún daño! — Ella gritó dentro del auto — ¡Destruiste siglos de arte e historia en ese techo! — Golpeándolo con fuerza en los brazos y el pecho.

Adriano la contuvo tomándola de las manos.

— ¡Calma hermana! ¡No parecen cosas de una religiosa! — Ironizó mirándola desde detrás del antifaz, ahí estaban esos intrigantes ojos grises otra vez — He cumplido, no he tocado a nadie, solo es el estúpido techo, alguien podrá repararlo — Continuando con la burla.

— ¡Eres despreciable!

Adriano la tomó por el rostro y la contuvo contra el respaldo de la silla con rudeza mirándola a los ojos e intentando no volverse loco con su aroma, ese que inundaba todo el auto. Ella pudo ver su propio reflejo en la mirada acerada de Adriano al que todavía no lograba descubrir el rostro por completo.

— ¡No sabes lo que es hacer daño, niña!, pero si te puedo prometer que conocerás a mi lado el verdadero significado de esa expresión y también sabrás lo que es el dolor si no te quedas tranquila, ¡Eso sí puedo prometértelo!

Adriano tragó grueso, por ahora ella no lograba identificarlo, pero pronto lo haría, no viviría para siempre ante ella con el rostro cubierto, el problema sería mantenerse a distancia mientras todo su ser la anhelaba con locura.

Le ató las manos con cuerdas y vendó sus ojos para impedir que viera el camino, ella intentó tranquilizarse rezando el rosario, comenzó con lo que era apenas un murmullo y el chofer, miró por el espejo retrovisor a Adriano.

— ¡Haz silencio! — Le dijo él en un tono gutural y amenazante, aún no podía creer que la tenía justo a su lado, hacia esfuerzos por mantener la cabeza fría — No te servirán diez mil rezos en el infierno, ¡Ahí la ley soy yo!  — Dijo con frustración, no podía pensar con claridad y solo lograba sacar lo peor de él.

Pero el mafioso no contaba con que el carácter de Angelina no era el de una niña noble y fácil de doblegar, no, Angelina era voluntariosa y fuerte, por lo que, en vez de obedecerle y dejar de rezar, la monja elevó el tono de su voz progresivamente haciendo que fuera casi insoportable para el par de demonios que iban con ella.

— ¡Te han dicho que cierres la boca! — Gritó el chofer lleno de ira, pero no obtuvo lo que quería.

Así que, cerrando la mano en un puño, la descargó en un fuerte golpe sobre el volante del auto haciéndola estremecer.

— ¡Cállate ya!

Adriano no dijo nada, era mejor así, mantener su imagen de tipo rudo era imprescindible, no iba a arruinarla por nada.

El sonido del golpe la tomó a ella por sorpresa, las lágrimas se abrieron paso en silencio humedeciendo la venda mientras ella tomaba el sabor salado en su boca.

— ¡Maldición! — Adriano maldijo por lo bajo — Esto no es lo que quería.

Después de un par de horas de dar vueltas el auto se detuvo y Adriano salió del coche dejando que el chofer sacara a empujones a la chica, tirando de ella y llevándola a rastras.

Angelina caminaba sin poder ver hacia donde iba dando traspiés, hasta que tropezó con algo en el suelo y cayó de rodillas golpeándose bastante fuerte.

— ¡Eres una torpe! ¡Levántate! — Le gritó tirando de su brazo bruscamente.

— ¡Detente idiota! — Él lo increpó — ¡No te atrevas a hacerle un solo rasguño, ella será mi mujer!

— Disculpe jefe, pensé que…

— No te pago por pensar, ¡Te pago por actuar! Ahora vete a hacer algo productivo.

— No puedo ver… — Ella le recordó en baja voz, y Adriano se detuvo frente a ella inspirando profundo, se inclinó y desató la venda de sus ojos haciendo que el velo se resbalara de su cabello en el proceso y cayera al suelo.

Ella lo recogió rápidamente y trató de incorporarse, pero se había lastimado las manos y las rodillas.

 — Ya está mejor así, ¿Ves? ¡Poco a poco iré quitándote lo monja, preciosa! — Le dijo tratando de quitarle hierro al asunto.

El sol la golpeó directamente con fuerza en los ojos y la obligó a mantener la mirada entreabierta, mientras la luz daba de forma perpendicular sobre los rasgos angulados del mentón de Adriano haciéndolo ver en contraste de luces y sombras como una de esas esculturas con rostro de dios griego.

— ¿Te quedarás en el suelo? — ofreciéndole la mano para apoyarse, pero ella la rechazó sin mediar palabra y se levantó por sus propios medios.

Una imponente mansión al estilo Toscano se levantó ante ella, a pesar de que todavía seguían en Roma, no había pasado tanto tiempo como para un viaje esa magnitud, sabía que todavía estaba en la ciudad.

El lugar era enorme con campos verdes, una caballeriza, piscina y… ¡Perros!

Dos enormes y agresivos mastines ingleses comenzaron a ladrar en cuanto ella echó a andar de nuevo.

— Camina, mientras yo esté a tu lado no te harán daño — él la obligó guiándola por el codo.

Avanzaron un par de pasos y de pronto Adriano se detuvo.

— ¡Carajo! Dejé el móvil en el auto, quédate aquí, ya regreso.

El hombre se dio la vuelta y corrió hacia el vehículo para buscar lo que fuera que hubiera dejado olvidado y los mastines rodearon a la chica indefensa gruñendo y mostrándole los dientes, ella no se atrevió a moverse un solo centímetro, pero las agresivas bestias se abalanzaron sobre ella tirando de su falda y rasgándola mientras luchaba por sacárselos de encima.

— ¡Júpiter! ¡Mercurio! ¡Alto, deténganse! — Adriano gritó desde el auto cuando vio que los perros destrozarían a la chica sin miramientos — ¡Alto he dicho!

Demasiado tarde, ya habían arañado la blanca piel de las manos y las piernas de Angelina. Adriano corrió a su lado y tomó sus manos para ver el daño mientras ella lloraba en baja voz al ver su hábito de monja roto por las fauces de los perros.

— ¡Maldición! Solo fueron rasguños — Dijo levantándola en brazos hasta la entrada y depositándola en el suelo mientras temblaba como una hoja.

— Tú — Señalando a una de las criadas — Muéstrale su habitación, y dile como son las cosas aquí y cuáles son mis reglas.

— Sí señor, como usted ordene — Respondió la criada sin levantar la mirada y apresurándose a empujar suavemente a Angelina para llevarla arriba — Vamos, le limpiaré las heridas y le daré ropa para que se cambie, ¿Está bien?

— Está bien… — Apenas musitó todavía temblando.

Ambas entraron en una lujosa habitación, mucho para el gusto de Angelina que tenía al menos dos años en el claustro y durmiendo en un espacio pequeño absolutamente austero sin ningún lujo.

— ¿Le gusta? Esta habitación es muy bonita, el jefe la ha preparado especialmente para usted, dijo que debía estar todo perfecto para cuando usted llegara.

Angelina seguía sin decir una palabra.

— ¿Era monja? — La mucama se atrevió a preguntar con cuidado mientras buscaba la cajita de primeros auxilios.

— Soy novicia, esa bestia me raptó durante mi ceremonia de votos — Contestó fríamente.

— ¡Oh!

Hubo un corto e incómodo silencio entre las dos.

— Venga, tengo algo con lo que puedo limpiar esos arañazos — Tirando de su brazo y sentándola frente a la cómoda.

Los pasos acompasados de Adriano se escucharon en el pasillo y la puerta se abrió.

— Señor, iba a limpiarle las…

— Déjalo, lo haré yo, tú busca lo que te indiqué para que se cambie — Dijo sin levantar la voz.

La criada asintió y dejó la cajita sobre la cómoda.

Adriano se sentó frente a ella sobre la cama y luego de humedecer una gasa en alcohol la miró a los ojos.

— Esto dolerá, pero debo hacerlo.

Ella apenas asintió temerosa y él puso la gasa húmeda sobre la piel lastimada de Angelina.

— ¡Ah! Ah… me duele…

Él levantó la venda y la miró a los ojos, esos profundos y hermosos ojos azules que ahora se veían tan tristes y desolados, llenos de terror. Le temía a él, y al futuro que le esperaba, Adriano sintió una puñalada en el pecho.

— Debo limpiar eso, no querrás que se infecte.

La novicia volvió a asentir y apretó la mandíbula conteniendo la respiración mientras soportaba el profundo ardor de sus heridas bajo el efecto del alcohol.

— Ya está — Dijo terminando de vendar sus manos — Ahora esa rodilla.

Angelina levantó la mirada y negó con la cabeza, ¡Si este patán con complejo de fantasma de la ópera pensaba que iba a ponerle las manos en las piernas, no sabía quién era ella!

— ¡No!, yo puedo sola — dijo con firmeza sin bajar la mirada de los ojos de acero fundido de Adriano, no quería que la viera como una víctima, aunque lo fuera.

— ¿Segura?

— ¡Absolutamente! — No le daría el gusto al maldito psicópata.

Él inspiró profundo.

— Entonces te espero adecuadamente vestida para la hora de la cena, debemos discutir los detalles de nuestra boda — Dijo levantándose con pose orgullosa, y a la novicia le pareció que él volvía a encerrarse en su coraza de chico malo.

Él desapareció tras la puerta dejándola adolorida en más de una forma.

— No puede bajar tarde a cenar — La criada se asomó de nuevo con un vestido en las manos — Esto es lo que el jefe quiere que use esta noche.

Angelina levantó la vista y ahí estaba el vestido más vulgar y sugerente que había visto en toda la vida.

Rojo, bordado con piedras, falda larga con una abertura que dejaría completamente al descubierto una pierna hasta arriba en el muslo y con escote delantero y en la espalda.

— ¿Eso?

— ¿No es hermoso?

— ¿Hermoso? — Angelina no podía concebir usar una prenda tan absolutamente reveladora — Es… ¡Vulgar!

La criada cerró la boca, quizás para una monja era demasiado.

— ¡No pasaré de ser una monja a ser la scort de un mafioso!

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