2 ¡Raptada!

Alessandro se alejó cojeando y una daga de dolor atravesó el pecho de la joven novicia.

Amaba a su padre, pero nunca lo creyó capaz de una bajeza como esa, tratarla como si fuera una mercancía con la cual podía cerrar un trato, era tan bajo como querer que ella rompiera con el compromiso que había hecho con todo lo sagrado.

No pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas y el pecho se le apretara dolorosamente.

— ¡No puedo hacer lo que me pide! ¡Los amo!, pero no puedo…

— Lo sé, entiendo lo que sientes, y aunque sea duro, ese problema no es tuyo Angelina, seguramente tu padre lo resolverá — El sacerdote aseguró.

— No lo sé, solo espero estar haciendo lo correcto y no tener que arrepentirme de esto después.

— ¿Angelina? — La voz de la Madre superiora se escuchó desde la puerta.

— Creo que ya debo irme, muchas gracias por escuchar, y por no juzgarme…

— No podría hija.

La joven corrió y desapareció tras la puerta del Convento de las hermanas Siervas de María.

— ¿Sucede algo Angelina? — Preguntó la Madre superiora.

La chicha negó con la cabeza.

— No, Madre, no pasa nada, es solo que estoy tan emocionada por la ceremonia de mañana que... me puse un poco sentimental en la iglesia, es todo.

— Está bien, ve a cenar, mañana hay que levantarse muy temprano, todavía hay que decorar la iglesia y las flores no están cortadas.

— Como usted ordene, Madre — Dijo sin levantar la mirada.

Esa noche durmió poco, dio vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, pero fue en vano, debió levantarse y salir a caminar, se dirigió directo a la capilla y se dejó caer de rodillas para implorar por un poco de paz. Se sentía desesperada, sucia y la peor hija.

— Señora, ¡Dime por favor si lo que estoy haciendo es lo correcto! — Dijo elevando una plegaria a virgen mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas — ¿Debo abandonar así a mis padres? ¡No sé qué es lo que debo hacer!

El corazón se le apretó en el pecho mientras oraba con un inmenso dolor.

— ¿Es correcto dejarlos a deriva?, ¿O debo renunciar a este pacto que he hecho contigo, y a lo que más anhelo en la vida por casarme con ese tirano? — sollozó — ¡Oh, madre! ¡Dime que hacer!

La madre superiora tampoco podía dormir, sentía un peligro inminente que asechaba a la congregación, se levantó y decidió orar un rato para apaciguar el espíritu, y allí la encontró, bañada en lágrimas.

— Hija mía, ¿Qué es lo que aflige a tu alma? — Le dijo acercándose con cuidado y poniendo una mano amable sobre su hombro.

— ¡Ay, madre! ¡Me siento tan poca cosa! ¡Tan inútil! ¡No sé si estoy haciendo lo correcto!

La madre superiora se preocupó, Angelina era la novicia más disciplinada y la más fervorosa, ¿Y a escasas horas de hacer sus votos tenía una crisis existencial?

— ¿Tienes dudas sobre tomar tus votos?

— No, Madre, ¡Lo anhelo con toda mi alma!

— Entonces, ¿Qué es lo que tanto te aflige?

Angelina no podía decirle, ¿Cómo iba a explicar que su padre tenía tratos con el mafioso más temido de toda Roma? ¿Nada menos que con el Capo di tuti? ¡No podía!

Intentó tranquilizarse e inspirar hondo.

— Es que… no sé si sea suficiente para la congregación, no sé si sea tan buena…

La anciana mujer se enterneció al escucharla.

— ¡Oh, mi niña! ¡Pero si eres poco menos que una santa! ¿Cómo no vas a ser suficiente para este trabajo en el que se requiere de corazones puros y generosos como el tuyo? Estoy segura de que Nuestra Señora ha de estar muy feliz contigo en la Orden — Le dijo con amabilidad.

A la mañana siguiente, Alessandro hacía las maletas con ayuda del ama de llaves.

— ¿Qué es lo que haces Alessandro? — Beatrice entró en la habitación rodando su silla.

— Hago las maletas mujer, pensé que podía convencer a Angelina de hacer algo por sus padres, ¡Pero ya ves! No quiso ayudarnos.

— No seas injusto con ella Alessandro, ella no tiene ninguna responsabilidad en todo esto, ¡La culpa es tuya por haberte endeudado con ese mafioso!

— ¡Lo hice por ti, porque no quisiste tocar nuca las propiedades de tu herencia!

Así estaban, en un interminable dilema de culpas y suposiciones cuando de nuevo escucharon los malditos tres golpes en la puerta.

— ¡Sé que está ahí De Santi, abre la puerta! — Gritó Adriano desde fuera.

Beatrice palideció y Alessandro respiró hondo para poder asumir lo que fuera que viniera.

— Guarda las maletas, ¡Si pasa algo, huye con mi mujer! — le dijo al ama de llaves con desesperación — No la dejes sola, ¡Te lo ruego!

— ¡No lo haré señor De Santi, no la dejaré!

Alessandro bajó las escaleras y abrió la puerta.

— ¡Aquí estoy Adriano! — Dijo Alessandro cuando lo vio entrar.

— He venido por mi mujer como acordamos, ¿Dónde está?

— No puedo darte lo que quieres…

— ¿Cómo que no puedes darme lo que quiero? ¡Hicimos un trato, no me iré de aquí sin ella! — Dijo abalanzándose sobre Alessandro y pegándolo contra la pared mientras le ponía un brazo en el cuello.

— ¡Ella no vendrá! — Grito Beatrice desde lo alto de la escalera — ¡No va a dejar la promesa que le hizo a la virgen por casarse con alguien como tú!

Adriano se enfureció y lanzó al viejo contra el suelo, y luego subió de tres zancadas la escalera hasta arriba.

— A ver querida Beatrice, explícame cómo es eso de la promesa que la linda Angelina no quiere romper…

— ¡No te diré nada!

Adriano empujó la silla de ruedas de manera teatral hasta el borde de la escalera y volvió a preguntar.

— Lo haré una vez más porque me siento particularmente generoso el día de hoy Beatrice, ¿Dónde diablos, está tu hija? Me lo dirás, o no habrá nada que pueda salvarte de un accidente en la escalera, ¡Solo estará el diablo allá abajo esperando a que llegues!

La mujer comenzó a temblar llena de pánico y se dejó llevar por el temor.

— Convento de las hermanas Siervas de María…

— Eso es, ¡Niña buena!

La emoción de las otras novicias tranquilizó los nervios de Angelina. La misa comenzó y las novicias entraron cantando con la alegría de quien por fin ve cumplido su sueño.

El sacerdote oficiaba la ceremonia, al parecer, lo peor ya había pasado, la chica estaba ahí en medio de las demás y la duda no había podido vencerla.

Angelina cerró los ojos para agradecer al cielo por tener la oportunidad de hacer su pacto definitivo y las lágrimas corrieron de nuevo por sus mejillas, esta vez de alegría.

El sacerdote llamó a las novicias al frente para que dijeran sus votos:

— ¿Quieren unirse más estrechamente a la iglesia con la profesión religiosa, ofreciendo el don de tu obediencia en todo?

— ¡Si quiero! — respondieron las novicias al unísono.

— ¿Quieren guardarse en castidad para el reino de los cielos? —  La pregunta quedó suspendida en el aire.

Pero antes de que las nuevas monjas pudieran responder, una voz profundamente masculina gritó desde la puerta de la iglesia.

— ¡No!

Todos los presentes giraron para ver al que gritaba.

Angelina se giró despacio y Adriano pudo ver su rostro por primera vez.

«¡Maldición!», pensó él para sus adentros cuando la vio, volver a verla fue como ser arrollado por un tren en movimiento.

La chica palideció al instante al ver al hombre enmascarado acercarse con paso firme.

Era alto y de hombros anchos, brazos fuertes y porte elegante, se movía con agilidad felina abarcando el espacio con confianza, pero en cuanto la miró a los ojos algo en él cambio, titubeó, aunque se recompuso rápidamente.

El sacerdote bajó de un salto la escalera del altar y se interpuso entre las monjas y el mafioso para que la chica tuviera tiempo de correr, pero justo en ese instante, Adriano disparó directo a uno de los santos de tamaño natural haciéndolo volar en mil pedazos.

— ¡Nadie se mueva! — Ordenó con seguridad, no era momento de echarse para atrás — Y tú — Señalando al sacerdote — Déjala ir, ¡Ella me pertenece! — Dijo con altivez.

La chica se quedó inmóvil mirando los ojos grises que se asomaban por entre los agujeros del antifaz, juraría que ya los había visto en alguna parte.

Adriano aprovechó para tomarla por la cintura atrayéndola hacia su cuerpo y arrastrándola por el pasillo central hacia la salida, mientras ella luchaba con todas sus fuerzas y rogaba que la dejase ir.

En medio de los gritos, el sacerdote reaccionó y avanzó firme hacia el mafioso que todavía luchaba con la monja en brazos mientras las otras novicias corrían hacia los lados buscando en donde refugiarse.

— ¡Déjala! ¿Acaso no ves que ella es una sierva del señor?

— Lamento mucho echarles a perder la fiesta Padre, pero ella ahora es mi mujer, me ha costado una fortuna, ¡Y no estoy dispuesto a perder lo que es mío!

— Ella no es una mercancía, ¡Es un ser humano! además, ¿Qué clase de hombre se oculta tras una máscara para hacer sus fechorías? ¡Da la cara, no eres más que un patán!

Una sonrisa maliciosa y extremadamente sexi se extendió en el rostro del mafioso, el antifaz solo dejaba ver la mitad de su rostro pues acostumbraba a usarlo para ocultar su verdadera identidad.

—  Vamos Padre, ¿Qué es lo que hará? — Dijo retando al cura.

Dominic lo atravesó con la mirada.

— Haré lo que tenga que hacer.

— Muy valiente de su parte, pero veo que no sabe con quién trata, veamos si puedo ilustrarlo…

— ¿Va a dispararme? — Lo interrumpió — Yo estoy preparado para ver a mi creador, ¿Y tú? — Levantando la barbilla.

Adriano vaciló por una fracción de segundo nada más, y la chica aprovechó para zafarse del agarre del enmascarado y correr alejándose de él.

— ¡Cura estúpido! ¿En serio me obligará a hacer esto? No quisiera tener a un cura en mi lista negra.

Adriano levantó el arma y se acercó poniendo el cañón justo en medio del pecho del sacerdote.

— ¡Espera! Iré contigo — Angelina interrumpió temblando de miedo, no dejaría que alguien muriera.

— ¡Angelina, no! — La madre superiora gritó desde detrás de una columna.

— Iré contigo, pero no lastimes a nadie — Ella aseguró muerta de miedo levantando las manos mientras se acercaba a Adriano.

El enmascarado asintió con la cabeza y le echó mano atrayéndola hacia él mientras la rodeaba por la cintura, pero antes de salir, disparó al techo, haciendo que uno de los hermosos frescos de siglos de historia cayera hecho pedazos en una nube de polvo, creando la mejor cortina para huir. 

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