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Santo Pecado
Santo Pecado
Por: Alexa Writer
1 Destino impensable

Tres fuertes golpes se escucharon en la puerta de la residencia de los De Santi, los dueños de famosa tienda De Santi, una de las perfumerías más antiguas y exclusivas de la ciudad.

La familia era propietaria de la tienda desde hacía al menos unos cien años, era parte de esos negocios familiares ancestrales en Roma.

Alessandro De Santi se estremeció. Sabía quién era y a que venía. Se revolvieron las vísceras de solo pensar en lo que podría hacer cuando supiera que no tenía lo que era suyo.

Hizo un gesto a la ama de llaves para que abriera la puerta y Adriano Bonuchi entró seguido de tres de sus matones.

— ¡Adriano, que sorpresa! ¿A que debemos el honor de tu visita? — Alessandro saludó impostando una sonrisa mientras mantenía un nudo en la garganta y observaba al hombre enmascarado entrar en su casa.

— No hay honor en lo que vengo a hacer a tu casa Alessandro, creo que ya sabes por qué estoy aquí — clavando la mirada gélida sobre el hombre entrado en años.

Adriano reparó en la mujer en silla de ruedas al fondo de la sala.

—  Beatrice, ¿Cómo sigue su salud?

— Mejor, Adriano — Secamente mientras un frío invadía su estómago.

— Basta de formalismos — Dijo sentándose cómodamente y poniendo los pies sobre la mesita de centro como si estuviera en su propia casa — He venido por lo que me debes Alessandro — Levantando la barbilla de forma altiva.

— Adriano, las ventas han bajado mucho, y yo no…

— Sabes que no acepto disculpas — replicó.

— Solo te pido tiempo, sabes que te lo pagaré — Controlando el tono de su voz.

Adriano se puso en pie y comenzó a caminar en círculos como una fiera enjaulada.

— Tiempo…

Repitió con una mano en el mentón como si estuviera pensando.

—  No, ¡No te daré tiempo! si digo que no doy segundas oportunidades, es porque no lo hago, ¿Capichi? — juntando los dedos de la mano derecha y moviéndola en el aire justo en la cara de Alessandro.

— Te lo ruego Adriano, solo esta vez, llévate algo como garantía, ¡Hay un Monet! Vale tres veces más de lo que te debo.

— ¿Acaso crees que soy un maldito coleccionista de arte? Sabes lo que les pasa a los que no pagan — La mirada gris tras el antifaz parecía echar chispas.

Se giró y miró a uno de los hombres y con un gesto el otro supo qué hacer.

La mole de músculo se subió las mangas de la camisa ante la mirada horrorizada de Beatrice que no podía hacer nada.

Dos hombres tomaron a Alessandro y lo sujetaron mientras un tercero se detuvo frente a él levantando los puños.

— ¿Dónde está mi dinero? — Gruñó Adriano una vez más.

— ¡Detente Adriano! ¡Por amor de la Madonna! — Rogó la mujer retenida en su silla de ruedas.

Adriano levantó una mano y los dos tipos lo dejaron caer ileso al suelo como un saco de papas.

— ¿Dónde está mi dinero Alessandro? ¡Si no me das lo que es mío, no voy a detener a mi amigo, te juro que…!

El anciano levantó la mirada, lleno de temor.

— ¡Te lo ruego Adriano, no lo toques!

Adriano metió la mano en su cinto sacando una navaja y la puso contra el cuello de Alessandro.

— ¡No! Te lo suplico, no lo hagas ¿Qué otra cosa aceptarías? — Preguntó Beatrice con un hilillo de voz, reuniendo todas sus fuerzas y valentía.

Adriano vio que no sacaría un solo quinto ese día del bolsillo del comerciante, así que se alejó y volvió a tomar asiento.

— ¿Qué están dispuestos a darme?

— ¡Lo que me pidas! ¡Cualquier cosa de esta casa! — Alessandro respondió.

Adriano se tomó un par de minutos para pensar y paseó la mirada sobre las paredes y los muebles de la casa, había objetos valiosos, pero a él no le interesaba nada de eso, solo una cosa en particular, y la buscaba con la mirada.

De pronto sus ojos acerados se detuvieron en una fotografía familiar, padre, madre y una hermosa joven, la hija de los De Santi.

Algo en su interior se encendió como una remembranza de lo que no fue su vida, una familia… nunca tuvo una, y uno que otro recuerdo más reciente asaltó su mente.

— ¿Esa es tu hija Alessandro?

Beatrice sintió un frío recorrer su estómago

— Si… — Alessandro respondió con cuidado.

— ¿Y porque es que nunca la he visto?

— Porque es monja, hace más de dos años que no vive con nosotros, no creo que la conozcas — Replicó el padre de la chica.

— Con que monja, ¿He? — Entonces era adulta ya, él pensó — Entonces es soltera.

— No exactamente, el lunes hará sus votos permanentes — advirtió la madre.

Craso error, no debió abrir la boca.

Una sonrisa retorcida se dibujó en los labios de Adriano lleno de malicia.

— ¡Participemos todos del Cuerpo y la sangre de Cristo! — pronunció con solemnidad el padre Dominic que oficiaba la misa.

— ¡Amén! — Respondió la congregación a coro mientras las personas iban haciendo fila para recibir la hostia.

Angelina, metida en su hábito de novicia, avanzó con las manos juntas en actitud de oración e hizo la fila para comulgar.

Sus pensamientos pertenecían al magno evento del día siguiente, había esperado mucho a que por fin llegara ese día y le parecía mentira que estuviera justo a la víspera.

— El cuerpo y la sangre de Cristo — La voz del sacerdote la sacó de sus pensamientos.

Había llegado al final de la fila y estaba justo en frente del párroco que la miró extrañado de verla tan perdida en sus cavilaciones.

— ¡Amén, padre! — Respondió sintiendo una oleada de vergüenza y recibiendo la comunión.

El sacerdote culminó la ceremonia y la iglesia comenzó a quedarse sola.

Angelina había llevado unas flores cortadas del jardín que cuidaba en el convento para poner en el altar de la virgen, se apresuró a arreglarlas antes de que las otras monjas y novicias se fueran y la dejaran sola.

Se acercó a la imagen de la Madonna y puso el atado de flores en el suelo, se inclinó para soltarlo y poder armar el ramo, hacía esto a diario como forma privada de purgar sus pecados, unos que nunca había dicho durante la confesión y de los que se avergonzaba enormemente.

— Buenos días, madre, la paz sea con usted.

— Y con usted padre Dominic.

— ¿Está todo listo para la ceremonia de votos de mañana?

— ¡Oh, sí! Las novicias esperan tomar sus votos con mucha ilusión, sobre todo Angelina De Santi, parece que esa chica efectivamente nació para esto.

Dominic echó un vistazo hacia la joven acurrucada en el altar arreglando las flores en un jarrón.

— Así parece madre, bueno, no les quito más tiempo, deben tener mucho que hacer.

— Nos vemos mañana, padre — el sacerdote asintió con un ligero movimiento de cabeza.

Las monjas se deslizaron hasta la salida y Angelina se apresuró para seguirlas llena de emoción por lo que le esperaba al día siguiente.

 A medio camino entre la iglesia y el convento Alessandro interceptó a su hija.

— ¡Angelina!

— ¿Papá? — La joven se detuvo en seco y se giró para ir a abrazarlo — ¡Por Dios, Papá! — Exclamó asustada al ver al deplorable estado del anciano —¡Dios mío!, ¿Qué te ha pasado? Tocando suavemente los moretones y el labio cortado de su padre.

— Hija mía, tenemos que hablar de algo muy importante.

— Papá, ¿Dime que está sucediendo? — La angustia colmaba su voz.

— Escúchame con cuidado Angelina, es sobre tu madre y los gastos que hemos tenido con su enfermedad…

— ¿Mamá está bien?

— Ella está bien, es Adriano Bonuchi…

— ¿Qué? ¿El mafioso de las noticias? ¿Qué tiene que ver él con mamá? — poniéndose a la defensiva.

— Él ha sido quien nos ha prestado el dinero de sus tratamientos durante años...

La chica se llevó ambas manos al pecho.

— Pero, pensé que ese dinero salía del negocio familiar…

— No todo, los gastos siempre han sido enormes y él me ha prestado dinero cuando lo he necesitado, pero ahora tengo una deuda muy grande con él, ¡Y es prácticamente impagable!

Angelina sintió como una gota fría corría por su espalda.

— ¿Y si vendes la casa?

— Está hipotecada.

— ¿Y el negocio?

— Prácticamente es suyo.

— ¡No puede ser! ¿En qué momento ocurrió todo esto?

— Ha sido cosa de tiempo, pensé que con las ventas el negocio nos sacaría de las deudas, pero me equivoqué, y ahora él está amenazando la vida de tu madre, y la mía también.

— ¡No! — ella se llevó las manos a la cara en un gesto de desesperación y apretó el paso.

— Hay una salida, quiero que sepas que es la única condición que él puso para perdonarnos la vida y también la deuda, si hubiera otra manera hija mía, ¡No te lo pediría! Solo tengo tres días para pagar…

— ¿Cuál es su condición?

— Tu mano.

Angelina escuchó con horror de boca de su padre que su mano era la única forma para pagar la enorme deuda con Adriano.

— ¡No! — dijo en seco.

— Hija, ¡Nos matará!

— ¡Debe haber otra forma!

— No la hay, solo si te casas con él nos perdonará la vida, es un hombre peligroso.

— ¡Iremos con la policía!

— ¡La policía es suya Angelina!

Hubo un corto e incómodo silencio.

— ¡Mañana haré mis votos! ¡No debiste aceptar dinero de ese hombre! pudimos trabajar más, ¡Si solo me lo hubieras dicho!

— No pude decírtelo antes, ¡Es la única salida!

— Lo siento padre, pero no lo haré, ustedes fueron los que quisieron que yo fuera monja, me ofrecieron en promesa a la virgen ¿Y ahora quieres romper esa promesa? ¡Pues no la romperé! ¡Nunca voy a casarme ese hombre que ni siquiera conozco!

— ¡Mírame bien, niña mimada! — Alessandro, presa de su desesperación, tomó el brazo de su hija y la sacudió con fuerza — ¡Soy tu padre! Y te estoy ordenando que lo hagas, el plazo de tres días se cumple mañana, así que vendrás conmigo, ¡Te guste o no!, te casarás con Adriano, es mi última palabra.

— Ya te dije que no lo haré, haré mis votos mañana, y tú y tu mafioso pueden irse al infier…

— ¿Está todo bien? — La voz del sacerdote detuvo la discusión entre padre e hija.

— Si padre, mi papá ya se iba… — Clavando la mirada azul y gélida sobre el rostro de Alessandro.

— Piénsalo, hija, o llevarás encima la culpa de haber podido salvar a tus padres y no haber querido hacerlo.

— ¡Me arriesgaré a cargar con eso!

— Mañana se cumple el plazo, el convenio ha sido decidido, no hay vuelta atrás.

— Tu plazo, padre, no el mío.

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