A los lejos podía oír ecos de lo que supuso eran gritos, pero todo él se encontraba inerte, con los ojos puesto en el hombre que yacía sentado en el lujoso y elegante sofá de cuero negro. El ojo izquierdo del hombre comenzaba a tomar un horrible color violáceo, transformando el rostro impasible en uno dolorido y agónico. Unos ojos color calaíta lo miraban con palpable aflicción y algo en su interior despertó, trayéndolo a la realidad.
—Q-qué… hice —murmuró, sus facciones mutando a un gesto agnóstico.
—Me lo merecía —habló el hombre—. Hace años que me lo merecía —Sus ojos viajaron por el rostro ajeno, la verdad cayendo y enjaulándolo—. No me veas así, es la verdad.
Una risita incrédula escapó de sus labios heridos y negó con la cabeza, asimilando lo que hab
El tiempo se detuvo, todo a su alrededor desapareció y solo quedó él, asimilando las palabras de su padre. No era algo que se debía de tomar a la ligera. Una noticia de tal magnitud era inverosímil que la digiriese así nada más, pero algo en todo el asunto no encajaba, algo estaba fuera de lugar y ese algo era él. Santiago no entendía la razón de que ahora supiese esto, él no tenía nada que ver. Eran cosas de su padre y no suyas, entonces, ¿por qué de pronto sentía que debía de hacer algo?, pero hacer qué exactamente.—¿Estás bien, hijo? —Un escalofrío recorrió por su espina dorsal y miró confuso a su padre—. ¿Te hiciste daño?—¿Qué…? —Frunció el ceño y sus ojos cayeron de nuevo al piso cubierto de pequeños trozos de cristal—.
Cada músculo de su cuerpo se contraía y estiraba con las embestidas de sus caderas, el sudor goteaba de su frente y caía sobre los senos que se balanceaban como si fuesen una deliciosa gelatina. Los gemidos y jadeos que escapaban de los labios gruesos y rojizos de la mujer calaban profundo en sus oídos, mezclados con los balbuceos apenas entendibles.—Santi, fóllame más duro —pidió la mujer.Santiago agarró las piernas desnudas y las sujetó fuertemente hacia arriba, dejando más expuesta la cavidad húmeda y caliente de la fémina. Se deleitó viendo su duro y grueso pene entrar y salir de la vagina. Resbaloso, caliente y a punto de llegar al clímax.Bajó las piernas de la mujer y la instó a que le rodease las caderas. Ella lo hizo y él se inclinó hacia delante, una mano jugando con un pezón rosado y su boca y lengua jugand
Un hombre elegante, vestido con un traje color azul oscuro de tres piezas, camisa blanca, corbata negra y zapatos negros. El cabello peinado hacia atrás, el rostro desprovisto de barba… Esa imagen en el pulcro espejo proyectaba un hombre imponente, un hombre de mirada austera, un hombre que exudaba prepotencia y poder. Ese hombre era él y le llevó varios minutos percatarse del abrupto cambio que padeció con solo vestir un traje que valía cientos de dólares. Sin embargo, la imagen del espejo curvó los labios en una altanera sonrisa y Santiago supo que por más que vistiese impolutamente de pies a cabeza, en el fondo seguía siendo él mismo.—Muy bien, Santi, es hora de que comience el espectáculo —musitó a su imagen.Alzó la barbilla en un gesto altivo y salió de la habitación. Cuando llegó a la sala de estar, vio a su padre vestido de la mism
Un año transcurrió desde que fue arrastrado de nuevo a Madrid, de nuevo a casa. Un año de cambios. Un año del cual sacó provecho. Un año que laboraba en la empresa familiar. Un año pasando desapercibido cuando había gente en la casa. Un año que le sentó bien. Un año en el cual había hecho cambios en sí mismo y le gustó. La personalidad altanera, propia de sí, la mantenía a rayas, solo sacándola a relucir de vez en cuando. Ya no se comportaba como un hombre que vivía solo para gozar de los placeres mundanos, esos placeres que ningún hombre debiese de desaprovecharlos. Había hechos grandes cambios desde raíz y ahora, después de un año, estaban a la vista. Las ropas viejas y andrajosas fueron reemplazadas por trajes elegantes, de diseño exclusivo. Las zapatillas desgastadas, por zapatos Crockett&Jones¹, Lottusse², entre otras marcas caras. Era y se sentía un hombre completamente distinto del que alguna vez fue o, mejor dicho, de lo que era hace un año atrás.
Hacía mucho tiempo que no salía. Hacía mucho tiempo que no frecuentaba un bar. Hacía mucho tiempo que no se divertía. Y hacía una semana que no podía pasar la noche con Gretchen. A pesar de extrañar su antigua vida de libertinaje, lo que más extrañaba era la compañía femenina.Antes de ingresar al bar, tuvo un momento de reflexión, pero no fue suficiente para detenerlo y cometer, quizás, un grave error.El lugar estaba atiborrado de personas; algunas ocupaban mesas y otras se encontraban en la pequeña pista de baile. La música resonaba fuerte, ocasionando que las personas en la pista se moviesen al compás del ritmo, restregándose entre sí, riendo y hablando a gritos, pero nada de eso le llamó la atención porque alguien ya había ganado su interés y ese alguien se encontraba en la barra.Santiago sinti&oac
Su cabello cobrizo seguía teniendo ese toque de rebeldía, aunque ahora lucía un poco más corto y se peinaba usando algún producto de nombre extraño, pero el mechón mas rebelde continuaba cayendo por un lado de su frente. Vestía con trajes elegantes y zapatos que parecían nunca haber pisado un pavimento. También usaba perfumes caros e importados. Y sí, a la vista de cualquiera, Santiago Brin era un príncipe de pies a cabezas, pero su comportamiento distaba mucho de su apariencia pulcra y distinguida. A la superficie, no había en él ni una pizca del hombre libertino que fue años atrás e incluso ahora aparentaba una elegancia natural y eso era decir poco.—Hace dos años que trabajas en la empresa, hijo —Santiago entrecerró los ojos en torno a su padre—. Decirte que estoy orgulloso es quedarme corto de palabras.—¿A qu
Después de tres largas semanas, Santiago había llegado a un acuerdo consigo mismo: tratar de enmendar el error que cometió para con Gretchen. Al final, las palabras de su padre surtieron efectos en él y tuvo que reconocer que había obrado mal. Ninguna persona debería de sentirse traicionada por otra, mucho menos cuando se suponía estaban comenzando una relación, aunque, en algún rincón de la mente de Santiago, aquello no significaba exactamente una relación como tal.Pasó toda la mañana tratando de comunicarse con Gretchen, pero siempre iba a parar al buzón de voz. No tuvo más alternativas que dejarle varios mensajes y solo esperaba que ella tuviese un atisbo de compasión para con él y le devolviese la llamada.Un golpeteo suave en la puerta acaparó su atención y levantó la mirada de los documentos que estaba leyendo o, en todo cas
El único sonido que llegaba a sus oídos eran sus propios latidos. Su corazón parecía estar brincando con ímpetu dentro de su pecho mientras que algo más ocurría en su interior. Era casi imposible describir qué era con exactitud aquella mezcolanza de sentimientos que comenzaron a despertar y aflorar; su mente se sumió en un caos de memorias difusas, de recuerdos que emergían como un manantial de aguas turbias. Todo era marañoso.—Hola, Olivia. No… esperaba verte por aquí.¿Era la voz de su hermana, cierto? No estaba seguro. Estaba paralizado, viendo a la mujer que estaba de pie al lado de la mesa. El cabello tan rubio que parecía casi del color de las cenizas, el rostro de piel pálida, pero había un toque sutil de maquillaje en los pómulos, un tipo de rubor rosa. Sin embargo, lo que más resaltaba del rostro, eran los ojos color avell