Un año transcurrió desde que fue arrastrado de nuevo a Madrid, de nuevo a casa. Un año de cambios. Un año del cual sacó provecho. Un año que laboraba en la empresa familiar. Un año pasando desapercibido cuando había gente en la casa. Un año que le sentó bien. Un año en el cual había hecho cambios en sí mismo y le gustó.
La personalidad altanera, propia de sí, la mantenía a rayas, solo sacándola a relucir de vez en cuando. Ya no se comportaba como un hombre que vivía solo para gozar de los placeres mundanos, esos placeres que ningún hombre debiese de desaprovecharlos. Había hechos grandes cambios desde raíz y ahora, después de un año, estaban a la vista.
Las ropas viejas y andrajosas fueron reemplazadas por trajes elegantes, de diseño exclusivo. Las zapatillas desgastadas, por zapatos Crockett&Jones¹, Lottusse², entre otras marcas caras. Era y se sentía un hombre completamente distinto del que alguna vez fue o, mejor dicho, de lo que era hace un año atrás.
Hacía mucho tiempo que no salía. Hacía mucho tiempo que no frecuentaba un bar. Hacía mucho tiempo que no se divertía. Y hacía una semana que no podía pasar la noche con Gretchen. A pesar de extrañar su antigua vida de libertinaje, lo que más extrañaba era la compañía femenina.Antes de ingresar al bar, tuvo un momento de reflexión, pero no fue suficiente para detenerlo y cometer, quizás, un grave error.El lugar estaba atiborrado de personas; algunas ocupaban mesas y otras se encontraban en la pequeña pista de baile. La música resonaba fuerte, ocasionando que las personas en la pista se moviesen al compás del ritmo, restregándose entre sí, riendo y hablando a gritos, pero nada de eso le llamó la atención porque alguien ya había ganado su interés y ese alguien se encontraba en la barra.Santiago sinti&oac
Su cabello cobrizo seguía teniendo ese toque de rebeldía, aunque ahora lucía un poco más corto y se peinaba usando algún producto de nombre extraño, pero el mechón mas rebelde continuaba cayendo por un lado de su frente. Vestía con trajes elegantes y zapatos que parecían nunca haber pisado un pavimento. También usaba perfumes caros e importados. Y sí, a la vista de cualquiera, Santiago Brin era un príncipe de pies a cabezas, pero su comportamiento distaba mucho de su apariencia pulcra y distinguida. A la superficie, no había en él ni una pizca del hombre libertino que fue años atrás e incluso ahora aparentaba una elegancia natural y eso era decir poco.—Hace dos años que trabajas en la empresa, hijo —Santiago entrecerró los ojos en torno a su padre—. Decirte que estoy orgulloso es quedarme corto de palabras.—¿A qu
Después de tres largas semanas, Santiago había llegado a un acuerdo consigo mismo: tratar de enmendar el error que cometió para con Gretchen. Al final, las palabras de su padre surtieron efectos en él y tuvo que reconocer que había obrado mal. Ninguna persona debería de sentirse traicionada por otra, mucho menos cuando se suponía estaban comenzando una relación, aunque, en algún rincón de la mente de Santiago, aquello no significaba exactamente una relación como tal.Pasó toda la mañana tratando de comunicarse con Gretchen, pero siempre iba a parar al buzón de voz. No tuvo más alternativas que dejarle varios mensajes y solo esperaba que ella tuviese un atisbo de compasión para con él y le devolviese la llamada.Un golpeteo suave en la puerta acaparó su atención y levantó la mirada de los documentos que estaba leyendo o, en todo cas
El único sonido que llegaba a sus oídos eran sus propios latidos. Su corazón parecía estar brincando con ímpetu dentro de su pecho mientras que algo más ocurría en su interior. Era casi imposible describir qué era con exactitud aquella mezcolanza de sentimientos que comenzaron a despertar y aflorar; su mente se sumió en un caos de memorias difusas, de recuerdos que emergían como un manantial de aguas turbias. Todo era marañoso.—Hola, Olivia. No… esperaba verte por aquí.¿Era la voz de su hermana, cierto? No estaba seguro. Estaba paralizado, viendo a la mujer que estaba de pie al lado de la mesa. El cabello tan rubio que parecía casi del color de las cenizas, el rostro de piel pálida, pero había un toque sutil de maquillaje en los pómulos, un tipo de rubor rosa. Sin embargo, lo que más resaltaba del rostro, eran los ojos color avell
Después de aquella injusticia que se cometió en contra de su padre, Olivia terminó convenciéndolo que vendiesen la casa y se marchasen de Valencia para comenzar de nuevo. Nunca se sintió como una huida, pero lo cierto era que luego de que todo el asunto se resolviera y que su padre quedase libre de culpas por algo que nunca hizo, ella estaba tan herida que la única solución era rehacer su vida lejos de todo.Tuvo que pasar algún tiempo para procesar los hechos y verdades, para aceptar que el verdadero culpable de que el honor de su padre quedase manchado, fue alguien que ella conocía muy bien; alguien con quien ella había salido e incluso creyó querer: Andrew Echeverri. Sin embargo, no fue Andrew el único responsable de su sufrimiento. Olivia había conocido a alguien más. Alguien tan distinto a cualquier hombre, alguien que la hizo sentir sensaciones que nunca antes experiment&oa
Santiago Brin siempre salía con las suyas. Lo estaba demostrando una vez más al estar delante de la puerta de Olivia Wetter.Cuando la puerta se abrió, sintió un inexplicable regocijo. Ella había cambiado mucho y Santiago se permitió observarla de pies a cabeza, detallando cada evidencia del paso de los años en el físico de la “señorita”. Tenía que reconocerlo, si hace seis años atrás Santiago deseaba llevarla a su cama, al verla ahora, ese deseo se intensificó. Sin embargo, él debía de mantenerse sosegado, demostrar ser un hombre maduro, hablar de manera civilizada y, bueno, después podría…—Tú, ¿qué haces aquí? ¿Cómo conseguiste la dirección de mi casa? —Santiago tuvo que reprimir esa risita altanera tan suya y mantuvo el semblante sereno—. No puedes estar aqu&iacut
No se engañaría a sí mismo pensando que ese cúmulo de sentimientos que se arremolinaba dentro de su pecho no se debía a la mujer que sostenía entre sus brazos. No era la primera vez que lo sentía, pero había olvidado lo que todos ellos le provocaban. Lo cierto era que Santiago no quería darle nombre a esos sentimientos porque de hacerlo, sabía que vendrían nuevos inconvenientes y él estaría en un serio conflicto. Ya le era difícil reconocer que había derramado lágrimas y, más difícil aún, reconocer que era a causa de una mujer.Cuando los sollozos de Olivia cesaron, Santiago se removió y, despacio, fue soltándola. El ambiente estaba atiborrado de una densa angustia y él era el único culpable. Sin embargo, había sido la mejor decisión que tomó. Pudo desahogarse, confesar sus pecados ante la mujer a
Estaba teniendo problemas con el nudo de la corbata y la risa de Rosalía no lo estaba ayudando en nada.Había decidido aceptar ir a la casa de sus padres para la dichosa cena con Bruno Krauss, pero lo cierto era que a él no le importaba en lo más mínimo nada que tuviese que ver con el hombre o con los negocios que su padre, quizá, quería hacer. Por otra parte, Santiago también sabía que tal vez vería a Gretchen y, aunque ella nunca le devolvió una de los centenares de llamadas que él realizó, no podía dejar pasar esta oportunidad. Una oportunidad para esclarecer la situación, si era que aún existía tal situación.—Al carajo esta corbata —refunfuñó, revoleando la corbata hacia su hermana.Exhalando un suspiro cansino, volvió a ingresar a su dormitorio y buscar otra.—Bien. No es necesario que u