Después de aquella injusticia que se cometió en contra de su padre, Olivia terminó convenciéndolo que vendiesen la casa y se marchasen de Valencia para comenzar de nuevo. Nunca se sintió como una huida, pero lo cierto era que luego de que todo el asunto se resolviera y que su padre quedase libre de culpas por algo que nunca hizo, ella estaba tan herida que la única solución era rehacer su vida lejos de todo.
Tuvo que pasar algún tiempo para procesar los hechos y verdades, para aceptar que el verdadero culpable de que el honor de su padre quedase manchado, fue alguien que ella conocía muy bien; alguien con quien ella había salido e incluso creyó querer: Andrew Echeverri. Sin embargo, no fue Andrew el único responsable de su sufrimiento. Olivia había conocido a alguien más. Alguien tan distinto a cualquier hombre, alguien que la hizo sentir sensaciones que nunca antes experiment&oa
Santiago Brin siempre salía con las suyas. Lo estaba demostrando una vez más al estar delante de la puerta de Olivia Wetter.Cuando la puerta se abrió, sintió un inexplicable regocijo. Ella había cambiado mucho y Santiago se permitió observarla de pies a cabeza, detallando cada evidencia del paso de los años en el físico de la “señorita”. Tenía que reconocerlo, si hace seis años atrás Santiago deseaba llevarla a su cama, al verla ahora, ese deseo se intensificó. Sin embargo, él debía de mantenerse sosegado, demostrar ser un hombre maduro, hablar de manera civilizada y, bueno, después podría…—Tú, ¿qué haces aquí? ¿Cómo conseguiste la dirección de mi casa? —Santiago tuvo que reprimir esa risita altanera tan suya y mantuvo el semblante sereno—. No puedes estar aqu&iacut
No se engañaría a sí mismo pensando que ese cúmulo de sentimientos que se arremolinaba dentro de su pecho no se debía a la mujer que sostenía entre sus brazos. No era la primera vez que lo sentía, pero había olvidado lo que todos ellos le provocaban. Lo cierto era que Santiago no quería darle nombre a esos sentimientos porque de hacerlo, sabía que vendrían nuevos inconvenientes y él estaría en un serio conflicto. Ya le era difícil reconocer que había derramado lágrimas y, más difícil aún, reconocer que era a causa de una mujer.Cuando los sollozos de Olivia cesaron, Santiago se removió y, despacio, fue soltándola. El ambiente estaba atiborrado de una densa angustia y él era el único culpable. Sin embargo, había sido la mejor decisión que tomó. Pudo desahogarse, confesar sus pecados ante la mujer a
Estaba teniendo problemas con el nudo de la corbata y la risa de Rosalía no lo estaba ayudando en nada.Había decidido aceptar ir a la casa de sus padres para la dichosa cena con Bruno Krauss, pero lo cierto era que a él no le importaba en lo más mínimo nada que tuviese que ver con el hombre o con los negocios que su padre, quizá, quería hacer. Por otra parte, Santiago también sabía que tal vez vería a Gretchen y, aunque ella nunca le devolvió una de los centenares de llamadas que él realizó, no podía dejar pasar esta oportunidad. Una oportunidad para esclarecer la situación, si era que aún existía tal situación.—Al carajo esta corbata —refunfuñó, revoleando la corbata hacia su hermana.Exhalando un suspiro cansino, volvió a ingresar a su dormitorio y buscar otra.—Bien. No es necesario que u
Se sentía como el mejor de los idiotas al suponer cosas que no debía o ver cosas que no eran. Aún estaba asimilando la realidad y esa realidad se encontraba justo frente a él. Pudo suprimir cualquier tipo de sentimiento que quisieron adueñarse de sí mientras observaba a su padre devolver la sonrisa que Santiago supuso era para él. ¿Por qué creyó que Olivia Wetter le sonreía a él?Santiago pinceló un mohín en los labios al darse cuenta de que para Olivia él no existía, que ella no lo había perdonado y quizá nunca lo perdonaría. Entonces, ¿por qué desperdiciar el tiempo con esa mujer? ¿Por qué no podía dejar de mirar a Olivia y a su padre hablar y sonreírse? ¿Por qué, desde que vio a Olivia, Gretchen dejó de importarle? Tenía a una hermosa y elegante mujer a su lado, dispuesta a
Realmente debía de sentirse como todo un hombre de las cavernas por estar llevando a rastras a una mujer, pero lo cierto era que, para Santiago, estaba bien. Siempre fue un hombre que se dejaba guiar por sus impulsos, como ahora que hacía caso omiso a las protestas de la fémina y la conducía por un desolado pasillo. Cruzó varías puertas hasta que llegó a la indicada.—Entra —demandó. Abrió la puerta y empujó, casi sin sutileza, a la mujer al interior de la habitación—. Aquí podremos hablar y aclarar todo este asunto de una buena vez.Cerró la puerta y, mirando como si fuese un depredador a la mujer que se hallaba con un semblante estupefacto, caminó, no, se paseó lentamente hacia ella.—¿Qué… se supone estamos haciendo aquí?Quiso reírse al notar los evidentes nervios de la fémina, no lo
Las lágrimas dejaron de caer, pero aún sentía la tibieza y humedad de estas en sus mejillas. No sabía cuánto tiempo había pasado, tampoco era como si le importase. Lo único que tenía en mente ahora mismo era poder aclarar la confusión que habitaba dentro de su corazón.Desde que experimentó el placer de estar con una mujer, desde su primera vez, había decidido que nunca se involucraría sentimentalmente con ninguna. Decidió ser el tipo de hombre libertino. La clase de hombre que prefiere pasarla bien, gozar de la compañía de turno y pasar a otra la noche siguiente. Había conquistado muchos corazones por aquí y allá, pero nunca nadie conquistó el suyo. Estuvo bien de esa manera hasta seis años atrás.Demasiadas cosas pasaron desde entonces. Muchas situaciones vivió e incluso, contra su voluntad, terminó ce
No sentía euforia, tampoco las famosas mariposas revolotear dentro de su estómago. No sentía nada de lo que suponía sentiría al decir aquellas palabras en voz alta. El único sentimiento que albergaba dentro de su pecho era… dolor.El dolor que lo encarceló, aplacó cualquier atisbo de otros sentimientos. Sin embargo, se había arriesgado y aceptó la realidad tal cual era por primera vez en su vida. Pese a ello, aquellas palabras dichas en voz alta, arraigaría a que su vida cambiase nuevamente y no tenía idea de cómo.Durante muchos años se consideró un hombre libertino, un hombre que solo gozaba de los placeres que le proporcionaban las mujeres; placeres que ningún hombre debiese de reprimir, pero lo cierto era que había dejado de ser ese hombre.Santiago Brin se convirtió en aquel hombre que él mismo renegó de serlo in
Había muchas cosas que Santiago podía olvidar, situaciones, experiencias, vivencias, entre otras similares, pero no podía olvidar que la mujer que tenía delante de él, era la culpable de que sintiese por primera vez en su vida sentimientos. Tampoco podía olvidar que fue ella quien le confesó —en un lamentable estado etílico— que estaba enamorada de él y que, en todos estos años, no lo había podido arrancar de su corazón.Era una situación irónica, sin embargo, que después de aquella noche en la cual Olivia le confesó que seguía enamorada de él, Santiago confesó lo mismo, que él también se había enamorado de ella, pero las palabras de Santiago no fueron dirigidas a Olivia. Aquella confesión no fue escuchada por Olivia y era un tanto hilarante que ahora él quisiese hacer borrón y cuenta nueva,