Los años no vienen solos, nunca lo hacen. Mirar hacia atrás le causaba un dejo de nostalgia porque su historia no comenzó de la manera típica y cliché. Su historia no fue color rosa. Estaba bien, sin embargo, porque logró aprender de sus errores, logró crecer como persona y logró madurar como hombre. En algún momento creyó y pensó que siempre sería ese chico libertino, ese pintor de aspecto andrajoso que saltaba de ciudad en ciudad; ese chico que conquistaba cuántas mujeres se le cruzasen por el camino; ese chico que juró no enamorarse nunca. Las vueltas de la vida porque nunca imaginó estar dónde está hoy día.
Él había hecho un largo recorrido y no es como si se arrepintiese de todo lo que vivió o experimentó cuando era más joven. Por el contrario. Durante ese tiempo en el cual a él no le importaba un comino n
Comenzó con una pequeña curvatura de las comisuras de sus labios, pero pronto aquella curvatura se transformó en una hermosa sonrisa. Una sonrisa tan brillante que lo encandilaba, que lo hacía sentir inmensamente feliz. —Tu… prometida. Yo… —Dios, sí, lo eres. Eres mi prometida —enunció feliz, risueño, incrédulo—. No lo puedo creer, esto es real. Ver el anillo en tu dedo es mucho mejor de lo que imaginé. Es… inverosímil. Te amo, Olivia, te amo tanto como no tienes idea. Sintió sus ojos escocer y le importó un bledo que sus emociones lo traicionasen. Le importó un comino si no podía contener la alegría… Nada, absolutamente nada podía superar la dicha de ver la radiante sonrisa de Olivia, luciendo el anillo que él había escogido con tanta ilusión y anhelo. —Santi, estás… —No me importa —balbuceó, siendo traicionado por las lágrimas—. Me importa un carajo que nos estén viendo ahora mismo. Lo único importante eres tú, preciosa. Solo tú. Oli
—«No me interesa la fama, pero sí el sentirme satisfecho conmigo mismo» —Santiago se sobresaltó al oír esas palabras y volteó en torno a la puerta, frunció el ceño—. Nunca olvidaré el día que pronunciaste esas palabras. Santiago se mordió el labio inferior, tratando de no sonreír. Caminó hacia la puerta, apoyando su costado sobre la madera. —Esas palabras fueron y son parte de mí. No mentí entonces y no miento ahora —imperó, mirando las puntas de sus zapatos—. ¿Estás nerviosa? —Haré de cuenta de que no escuché semejante pregunta. —¿Sabes? Estoy haciendo mucho esfuerzo para no abrir esta puerta y verte —profirió—. ¿Crees en el destino, Olivia? Hubo un largo silencio del otro lado de la puerta. Santiago sentía cómo los latidos de su corazón iban en aumento e incluso podía jurar que en cualquier momento se le saldría del pecho, porque él sí estaba de los nervios. —Sí, creo en el destino —Contra su voluntad, esbozó una sonrisa altanera—. Y
Renegó por media hora bajo el sol abrazador y no pudo solucionar el problema del viejo auto, tampoco era como si supiese algo de mecánica, pero creyó que toqueteando algo del motor, el coche arrancaría tal cual sucedía en las películas. Bueno, se equivocó y, no teniendo alguna posible solución, emprendió rumbo hacia un bar-café que ya había visitado con anterioridad. Hacía dos meses que se instaló en un pequeño hospedaje, la habitación era barata y lo suficientemente cómoda para él y sus pocas pertenencias. Además, nunca se quedaba por mucho tiempo en la misma ciudad y esta vez no sería la excepción. Su familia nunca lo buscaría en Valencia, lo harían por Málaga o San Sebastián o cualquier otra ciudad lejana, pero no a pocos kilómetros de Madrid. Misma razón por la cual ni se preocupaba de ser encontrado y podía estar tranquilo y hacer de las suyas como el hombre libre que era. Sonriendo, ingresó al bar-café. El aroma dulzón con notas de café flotaba en el aire y, mi
Sonrió lobuno y no era como si se estuviese burlando, aunque sí lo hacía, pero no podía negar que la situación dio un giro bastante inesperado y hasta hilarante, al menos, así lo creía. Cuanto más pensaba en todo ese cotilleo que oyó, la curiosidad emergía y se enraizaba dentro de sí. Por favor, él se consideraba un hombre de placeres y no estaba en sus planes desperdiciar una oportunidad tan…—¿Otro cappuccino?Levantó la cabeza y su mirada fue capturada por unos ojos color marrón chocolate. Sí, el era un hombre y no le importaba un comino reconocer la belleza en otro. El camarero era un tipo ordinario, pero el rostro de este destacaba por su mandíbula cuadrada y ojos de un marrón líquido semejante al chocolate caliente.—No tengo dinero para pagar otro —espetó, era mejor ser honesto—. Aunque
Una semana transcurrió desde que tuvo el grato placer de tener a una mujer en su cama y, desde entonces, no volvió a ver a dicha mujer. Además, él había dejado muy claro que no le interesaba nada más que un buen polvo. Sí, con esas palabras y la mujer aceptó. El resto era historia vieja.Pudo vender el cuadro en una galería, obteniendo unos buenos billetes con los cuales podía solventar sus gastos por unos cuantos días más, pero el asunto estaba en que debía pintar otro y, bueno, venderlo si quería seguir teniendo una cama para dormir y comida para mitigar el hambre. Llegó a pensar en la posibilidad de vender su auto, aunque posiblemente no consiguiese mucho por este. No descartaba ninguna posibilidad con tal de salir del apuro y definitivamente no era una opción pedir dinero a su padre. No, ni aunque estuviese a punto de morir de hambre lo haría.Ingr
—Olivia —llamó la mujer, quien estaba cerca del ventanal—. Olivia, ven un momento.—Ya voy —replicó la muchacha.Giró sobre sí y caminó hasta quedar al lado de la mujer. Esta la miró con el ceño fruncido, haciendo un gesto para que ella mirase por el ventanal.—¿Qué estoy buscando o viendo, Beatriz? —preguntó, tratando de encontrar algo que le llamase la atención desde afuera.—Pues había un hombre con aspecto de vagabundo merodeando la calle —refutó la mujer, corriendo más la cortina de seda italiana y mirando hacia la calle en cuestión—. No sé quién era. Llevaba algo en su hombro y no me dio buena espina. Creo que no es de por aquí.—¿Quién puede andar a estas horas? —profirió, alejándose del ventanal—. Bueno, no impor
—Estoy un poco cansado de todas esas habladurías que corren por ahí —imperó el joven hombre, haciendo un gesto despectivo con la mano.—Muchacho, no hiciste nada y no debes de hacer caso de esas cosas —sugirió el otro, un hombre mayor.—Eso lo sé, pero es agotador escuchar siempre las mismas cosas —El joven hombre bebió de la taza con café y, luego, miró por la ventana—. La culpa es solo de ella. Ella que lleva a sus amantes a su propia casa. Una vergüenza.—Dicen que renunció al trabajo en ese bar —chismoseó el hombre mayor—. Seguramente no recibía buena paga con ese trabajo de camarera.—¿Qué importa eso? —intervino el tercer hombre, otro mayor.—Importa porque ahora los rumores se hicieron más fuertes y, lo peor, es que me involucran a mí —refutó e
Olivia estaba de los nervios y muy enojada, paseándose de un lado al otro por la sala de estar y mirando, de vez en cuando, por el enorme ventanal. No podía creer que después de todo el asunto histérico de Beatriz los días anteriores, ayer esta cambió completamente de parecer al hablar con el hombre con aspecto de vagabundo. Estaba segura de que el tipo había engatusado a Beatriz con esos ojos color turquesa y quién sabe qué más, pero el asunto era que ahora el hombre estaba de nuevo en su jardín, en su propiedad y eso era el colmo.—¡No debiste darle permiso, Beatriz! —exclamó, al borde de un colapso nervioso—. No quiero ver a ese hombre, un completo extraño, merodeando por el jardín —Giró sobre sí y quedó frente a la mujer—. ¡Encima le dijiste que podía venir cuántas veces quisiera!—C&aac