Santiago, amorosamente voluble
Santiago, amorosamente voluble
Por: Black-Wings1777
Prólogo.

Renegó por media hora bajo el sol abrazador y no pudo solucionar el problema del viejo auto, tampoco era como si supiese algo de mecánica, pero creyó que toqueteando algo del motor, el coche arrancaría tal cual sucedía en las películas. Bueno, se equivocó y, no teniendo alguna posible solución, emprendió rumbo hacia un bar-café que ya había visitado con anterioridad.

Hacía dos meses que se instaló en un pequeño hospedaje, la habitación era barata y lo suficientemente cómoda para él y sus pocas pertenencias. Además, nunca se quedaba por mucho tiempo en la misma ciudad y esta vez no sería la excepción. Su familia nunca lo buscaría en Valencia, lo harían por Málaga o San Sebastián o cualquier otra ciudad lejana, pero no a pocos kilómetros de Madrid. Misma razón por la cual ni se preocupaba de ser encontrado y podía estar tranquilo y hacer de las suyas como el hombre libre que era.

Sonriendo, ingresó al bar-café. El aroma dulzón con notas de café flotaba en el aire y, mientras ocupaba una de las mesas, vio al mismo camarero que lo había atendido las otras veces. Pidió un cappuccino.

—¿Lo has escuchado, cierto?

—Pues siempre escucho algo por ahí, sobre todo por tratarse de un revuelo como ese.

No era su intención andar oyendo conversaciones ajenas, pero los dos hombres se encontraban a solo unos pocos metros de su mesa.

El camarero le trajo el cappuccino y le regaló un leve asentimiento de cabeza. Luego pasaría por caja y pagaría.

—Según se rumorea, Andrew Echeverri la dejó.

—Vaya, por tu expresión, deduzco que no es sorpresa, ¿acaso sabes algo más que yo no?

 —Hombre, que si sé algo —No mentiría pensando que la charla no estaba poniéndose interesante—. Verás, dicen que quedó en la calle. Imagínate, una muchacha como ella.

—No, eso no es cierto —Para estas altura, tuvo que hacer acopio de su voluntad y no erguir un poco la cabeza—. Sigue viviendo con esa mujer, no recuerdo su nombre ahora mismo.

Entrecerró los ojos, viendo a los dos hombres intercambiar una mirada dudosa como si intuyesen que eran escuchados, pero la charla retomó y él, disimulando beber un cappuccino más que frío y centrando su atención en un viejo periódico que habían dejado en su mesa, concentró sus oídos al bajo cuchicheo.

—Por lo que importa de ser ciertos los demás rumores —continuó uno de los hombres.

Él podía reconocer a simple vista que estos tipos estarían alrededor de los 50 años; vestían pulcramente con trajes y corbata, uno de ellos tenía el cabello canoso y el otro portaba unos elegantes lentes de pasta, pero pertenecer a cierto estatus social no era impedimento para hablar de otras personas. Ja, él lo sabía mejor que nadie.

—Eso sí, pero no creo que esa joven tuviese ese estilo de vida —comentó el hombre canoso.

—Seamos honesto, si Andrew la dejó, debió de ser por algo realmente grave —objetó el otro y bebió un sorbo de café—. A eso sumarle lo que ocurrió con su padre. Podre muchacha.

—Si tú lo dices.

Rebuscó en su bolsillo y solo halló un par de billetes. Tendría que pensar en la manera de conseguir dinero, tal vez pintar otro cuadro y venderlo o conseguirse algún empleo, aunque esto último no le agradaba en lo absoluto.

—Oh, mira quién viene —canturreó uno de los tipos.

Eso le llamó la atención y observó, casi sin disimulo, la entrada del local. Un hombre de aspecto cuidado y bien vestido ingresó al bar-café. Quizá no alcanzaba los 30 años de edad y él, siendo un hombre que reconocía la belleza, no pudo negar que el recién llegado poseía un rostro hermoso, de rubios cabellos y ojos color azul cielo.

—Hey, Andrew, por aquí, chico —llamó uno de los hombres, a poca distancia de su mesa.

«Vaya, este hombre tiene algo que, como decirlo… Ah, sí, tiene porte y exuda pretensión. Es uno de esos, sin dudas», pensó mientras dicho hombre se unía a los otros dos en la mesa.

—Buenos días, caballeros —saludó el tipo joven.

—Venga, Andrew, sin formalismos, es muy temprano —comentó el hombre canoso.

—Aún no bebo café, señores, y ya saben que…

—Pues ya tendrás una taza de cafeína —dijo el otro y se levantó de prisa.

La diversión emergió dentro de sí, estos tipos eran peores que esas viejicitas chismosas, pero tampoco podía negar que la curiosidad le picaba por continuar oyendo y saber más sobre cierta muchacha.

Posterior a unos cuantos minutos, el hombre cincuentón volvió a la mesa, cargando una bandeja con tazas con café. Por su parte, continuó con su actuación de leer el periódico y parando las orejas a la charla que se estaba reavivando con el recién llegado.

—No sé a qué vienen las preguntas, pero sí, es cierto que la dejé.

—¿Y eso por qué? Ella parecía valer la pena.

—Sí, de valer, lo valía.

—Entonces…

—Entonces ocurrió lo de su padre y no quise estar en medio de ese lío.

Interesante. La charla se estaba poniendo mucho muy interesante, ¿quién sería esta muchacha para que estos hombres estuviesen cotilleando ávidamente?

—Dicen por ahí que se marchó al otro lado del continente.

—Por mi puede estar donde quiera. De lo único que puedo estar seguro es de que ahora vendrán a ver cómo están las cosas en la empresa —parloteó el hombre joven.

—Escucha, no quiero ser, ya sabes, indecoroso, pero los rumores dicen que ella comenzó a trabajar como camarera y que aparte de ese trabajo tiene otro menos, eh, digno —contó el hombre de lente de pasta.

—Yo la quería, saben, de verdad lo hacía —confesó Andrew.

—Que desgracia, chico, ella realmente es una belleza y sería una deshonra para su padre saber que…  

—¿Qué, que tiene varios amantes? —preguntó, con tono altanero, Andrew.

—Bueno, yo no diría eso sin estar seguro, pero eso se rumorea por ahí —enunció el hombre canoso.

—Además, su padre ahora tiene una reputación peor que la de su hija —señaló el hombre de lentes.

—Miren, no tengo noción de lo que pasará con ella o con su padre —objetó el joven—. Lo importante es lo que ocurrirá con la llegada de esa persona a la empresa.

—¿Sabes si vendrá el padre o algunos de los hijos? —curioseó el canoso.

—Uno de ellos es un don nadie, un vago sin oficio ni beneficio y el otro está tan alejado de la familia como ser posible —informó Andrew—. No, vendrá el yerno.

—Ese sí que se sacó la lotería al casarse con la única hija de Stefano.

—Pues que decirte, ese tipo no sabe ni cómo dar una conferencia, pero el respeto de los empleados lo tiene.

La charla tomó otro rumbo, pero eso no significó que él perdiese el interés; por el contrario, lo beneficiaba de muchas maneras.

Quizá, por primera vez, se quedaría por más tiempo en una ciudad. Quizá podría conocer a la muchacha de la cual hablaron esos tipos e investigar si podía aprovecharse de la situación de esta y tener una aventura, poseerla como esos tantos amantes…

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