—Olivia —llamó la mujer, quien estaba cerca del ventanal—. Olivia, ven un momento.
—Ya voy —replicó la muchacha.
Giró sobre sí y caminó hasta quedar al lado de la mujer. Esta la miró con el ceño fruncido, haciendo un gesto para que ella mirase por el ventanal.
—¿Qué estoy buscando o viendo, Beatriz? —preguntó, tratando de encontrar algo que le llamase la atención desde afuera.
—Pues había un hombre con aspecto de vagabundo merodeando la calle —refutó la mujer, corriendo más la cortina de seda italiana y mirando hacia la calle en cuestión—. No sé quién era. Llevaba algo en su hombro y no me dio buena espina. Creo que no es de por aquí.
—¿Quién puede andar a estas horas? —profirió, alejándose del ventanal—. Bueno, no importa. Además, nadie vendrá a molestar. Despreocúpate y vamos a ver qué hacemos para la cena.
—Te digo que era un hombre, Olivia, y estoy muy segura de que no es de por aquí —imperó la mujer.
Olivia se percató del tono de voz grave, como si Beatriz recalcara algo importante. No lo era; en realidad, le daba igual quien estuviese paseando por la calle a esta hora de la noche. Sabía que estaba protegida dentro de la casa y nadie se atrevería a molestarla o a Beatriz.
Dejó a la mujer allí, cerca del ventanal, y se dirigió a la cocina. Tenía tareas más importantes que hacer que andar de fisgona. No era su asunto y tampoco lo era de Beatriz, pero la conocía muy bien y sabía que la mujer se alteraba por todo y exageraba un poco las cosas o la situación, para el caso.
(…)
Pasó casi toda la mañana haciendo quehaceres en la casa, aprovechando el día libre. Sabía que no era sencillo para Beatriz encargarse de todas las tareas domésticas, la casa era grande, espaciosa y con varios dormitorios. No era una mansión, pero el estilo victoriano le daba ese aspecto. El extenso jardín también requería de muchos cuidados y no disponía de todos los conocimientos de jardinería como para tratar con ciertas plantas y arbustos. Eso, lamentablemente, los tenía que dejar pasar y se centraba en las otras labores, pero sí mantenía el césped bien cuidado.
Olivia era consciente de que la situación debía de ser muy difícil para Beatriz, no podía pagarle el sueldo que le correspondía, no después de lo que…
—¡Ha entrado al jardín, ha entrado! —Volteó en torno a Beatriz, quien se encontraba en un evidente estado de histeria—. Te lo dije y no me hiciste caso. Ahora está merodeando el jardín.
—Calma, respira profundamente —pidió, sosteniéndola de los brazos—. Ahora, ¿quién ha entrado al jardín?
—El hombre de anoche, Olivia.
Pestañeó varias veces ante lo dicho por la mujer. No, no era posible que alguien entrase, a menos que las rejas del enorme portón hayan quedado abiertas, pero incluso, hasta ahora, nadie había entrado sin algún tipo de autorización.
—Pero…
—Te dije que no me daba buena espina, Olivia, y tú no quisiste escucharme —profirió Beatriz, nerviosa—. Escucha, ve a ver quién es mientras doy aviso a las autoridades para…
—Tranquila, quizá sea solo un vendedor y vio que el portón estaba abierto e ingresó —Trató de sonar convincente, pero la cosa estaba en que el nerviosismo de la mujer estaba contagiándole—. No te preocupes, ¿vale? Saldré y le diré que no queremos nada.
La pobre mujer asintió dubitativa y ella se tragó un suspiro nervioso.
~*~
Atravesó el jardín con pasos presurosos, sin importarle que solo calzara unas pantuflas. Tampoco le dio relevancia a cómo estaba vestida; un simple short de jeans, dejando al descubierto sus piernas torneadas y pálidas, un suéter holgado, pero casi pegado en la zona de sus senos. Vio al hombre, quien miraba casi maravillado el jardín.
—Oiga, no necesitamos nada —espetó, captando la atención del tipo—. No queremos comprar nada. Es mejor que dé la vuelta y salga de la propiedad.
—Tiene usted un hermoso jardín —Frunció el ceño y se acercó un poco más al hombre—. No estoy vendiendo nada.
—Si está aquí para rob…
—Señorita, jamás en la vida me he apropiado de nada que no fuese mío —interrumpió el tipo.
Entonces lo miró, realmente lo hizo, percatándose de cómo estaba vestido y de lo que colgaba en su hombro derecho. No sabía qué pensar al respecto. Sin embargo, también se dio cuenta de que, evidentemente, el tipo no era de por aquí. Si no era un vendedor, bien podría ser algún tipo de bohemio, desprendía ese tipo de aire de aventurero, de artista. Y lo confirmó al ver bien lo que traía colgado del hombro. Alguna especie de caballete y un bolso de cuero gastado cruzado por el pecho.
—Entonces, creo que se ha equivocado —habló, permitiéndose mirar los ojos del hombre.
Tuvo que tragarse la sorpresa al notar los ojos de un color turquesa tan claro como el mar mediterráneo de la playa Malvarrosa.
—Oh, no estoy seguro de eso, señorita —Había un nota de desdén en el tono de voz del hombre—. Mire, soy un artista, un pintor y andaba buscando algo de inspiración hasta que vi este hermoso jardín y solo entré.
—No puede entrar en propiedad ajena así porque sí —imperó, haciendo caso omiso de la mirada ajena sobre su persona—. Váyase y busque otra cosa que pintar. No puede estar aquí.
—Escuche, señorita, le propongo lo siguiente —Suprimió un bufido, el tipo sonreía altanero—. Usted me da permiso para pintar y yo le daré algo de lo que gane cuando venda el cuadro, ¿qué le parece mi propuesta? ¿Acepta?
—Mi respuesta es un rotundo no —replicó, decidida y autoritaria.
No dejaría que un extraño merodease por su jardín, mucho menos alguien tan vulgar y vestido como un pordiosero.
—Me llamo Santiago, pero todos me conocen por Santi, el bohemio.
—¿Todos?
—Sí, los que me conocen, sí.
—Bueno, no soy todos y no lo conozco de nada —enfatizó, mirándolo a los ojos—. Váyase de mi propiedad o me veré en la obligación de llamar a las autoridades.
—No es necesario llegar a tales extremo, señorita —Se dio cuenta de la descarda burla que había en las palabras del tipo—. Si no tengo su permiso, puedo, al menos, tener algo de beber, ¿un vaso con agua?
—No —respondió, haciendo un gesto hacia la salida—. Escuche, lo vuelvo a repetir, no sé quién es usted, no lo conozco de nada y definitivamente no entro en la categoría de todos lo que sí lo hacen. Así que váyase por donde vino y no regrese a esta propiedad.
—Está bien, no la molesto más.
Agradeció al cielo cuando el hombre giró sobre sí, comenzando a caminar rumbo a la salida. Sin embargo, creyendo que se había liberando de tan ordinario personaje, el tipo volteó a verla con una sonrisa en los labios.
—¿Sabe una cosa? Jamás estuve en un jardín como este —Ella hizo un mohín en los labios, deseaba que se marchara—. Como dije, soy pintor y este lugar es ideal para pincelarlo en un cuadro.
—No aparenta ser un pintor, señor —objetó—. Váyase de una buena vez.
—Lo soy —afirmó el hombre—. He estado recorriendo toda Valencia esta primavera y pienso continuar después hacia el norte, con Castellón. Sinceramente, no me atrevo a molestar a las personas más que tres o cuatro veces por semana.
—No sé qué pretende con todo lo que está diciendo, pero lo que sí sé es que a mí no me importa —imperó, segura de sí misma—. Solo quiero que se vaya de mi jardín, de mi propiedad. Llamaré a las autoridades, señor.
—Lo sé, sé que no le estoy diciendo nada con esto —El hombre giró, esta vez quedando frente a ella—. Además, ¿qué puede importarle a una señorita como usted un pintor ambulante como yo? Sin embargo, a mí sí me importa y tengo que advertirle que soy muy insistente cuando quiero algo, aunque dicha dueña me lo esté impidiendo.
—De nuevo, señor, se ha equivocado —refutó, comenzando a enojarse.
—¿Con respecto a lo que quiero? En eso nunca me equivoco, señorita —El enojo aumentaba con cada palabra altiva que salía de la boca del tipo, ¿quién se creía?—. Cuando yo colocó la mirada en un paisaje y me fascina, nadie puede desalentarme a pincelarlo y exponerlo en un cuadro —Tuvo que dar un paso atrás cuando el tipo dio uno hacia delante—. Soy bien testarudo y nadie puede cambiarme.
—¿Qué está sucediendo aquí?
Dio gracias al cielo, otra vez, cuando oyó la voz de Beatriz. Volteó en torno a la mujer y la miró suplicante.
—Buenas tardes, señora —Con la mirada aún en Beatriz, le dio a entender que el tipo no quería abandonar la propiedad—. Usted debe ser la dueña de la casa y necesito decirle que me encantaría venir a pintar un cuadro de su jardín. Por supuesto, como le dije a su hija, aquí presente, una vez venda el cuadro, le daré una parte.
—Esta casa y este jardín me pertenecen —El enojo salió a relucir en su voz, ya no pudo soportar más la desfachatez de este hombre impertinente—. Y no le pienso autorizar a venir cada vez que se le antoje a dizque pintar.
Percatándose del cambio brusco en las facciones del hombre, giró para mirar a Beatriz y grande fue su sorpresa al verla con la mirada de pena dirigida al tipo. No, no y no. Sabía que Beatriz era todo corazón y el tipo este se estaba aprovechando sin que lo supiese.
—Regresa a la casa, yo me encargo.
—No, no dejaré que…
—En serio, me ocuparé —Bufando algo por lo bajo, pasó por el costado de Beatriz—. Estaré contigo en un momento.
Hizo un gesto con la mano. Se sentía muy enojada y hasta traicionada por Beatriz, pero rogó porque la buena mujer no creyera en nada de lo que le dijo e iba a decir el desconocido.
—Estoy un poco cansado de todas esas habladurías que corren por ahí —imperó el joven hombre, haciendo un gesto despectivo con la mano.—Muchacho, no hiciste nada y no debes de hacer caso de esas cosas —sugirió el otro, un hombre mayor.—Eso lo sé, pero es agotador escuchar siempre las mismas cosas —El joven hombre bebió de la taza con café y, luego, miró por la ventana—. La culpa es solo de ella. Ella que lleva a sus amantes a su propia casa. Una vergüenza.—Dicen que renunció al trabajo en ese bar —chismoseó el hombre mayor—. Seguramente no recibía buena paga con ese trabajo de camarera.—¿Qué importa eso? —intervino el tercer hombre, otro mayor.—Importa porque ahora los rumores se hicieron más fuertes y, lo peor, es que me involucran a mí —refutó e
Olivia estaba de los nervios y muy enojada, paseándose de un lado al otro por la sala de estar y mirando, de vez en cuando, por el enorme ventanal. No podía creer que después de todo el asunto histérico de Beatriz los días anteriores, ayer esta cambió completamente de parecer al hablar con el hombre con aspecto de vagabundo. Estaba segura de que el tipo había engatusado a Beatriz con esos ojos color turquesa y quién sabe qué más, pero el asunto era que ahora el hombre estaba de nuevo en su jardín, en su propiedad y eso era el colmo.—¡No debiste darle permiso, Beatriz! —exclamó, al borde de un colapso nervioso—. No quiero ver a ese hombre, un completo extraño, merodeando por el jardín —Giró sobre sí y quedó frente a la mujer—. ¡Encima le dijiste que podía venir cuántas veces quisiera!—C&aac
Tragó los bocadillos de buena gana y bebió el café. Sabía que su actuación estaba dando buenos resultados y esto solo era el comienzo.Como lo había intuido ayer, la empleada era fácil de manejar e incluso consiguió, con solo una sonrisa de buen chico, que esta le diese permiso para entrar a la casa. No tuvo que hacer absolutamente nada, la mujer cayó rendidita a sus pies. Sacaría provecho, de eso no tenía un ápice de dudas. Sin embargo, se preguntó si la buena mujer, que tenía una especie de devoción para con su “señorita”, sabía lo que las personas hablaban de esta y si tenía algún tipo de conocimiento respecto a los amantes que la visitaban. Saber esto último no le había costado nada porque lo oyó por parte de los tres hombres que frecuentaban la misma cafetería que él y, antes de llegar a la cas
—Tú, cómo es…—Yo.—Pero…—Oh, no te preocupes. Solo estoy aquí para darte un indicio.—¿Qué estás diciendo?—Venga, lo que has oído. Solo te diré que yo sé lo que soy y siempre reconocí que nunca fui un buen hijo ni un buen hermano. Sí, también soy un desagradecido con todo, pero yo sé eso y ellos también lo saben. Siempre lo supieron.—Escucha…—Solo un indicio —interrumpió, otra vez—. Solo estoy aquí por mera casualidad y por la misma me enteré de tu llegada.—Pero…—Deja de interrumpir. Me pregunto qué diría mi padre si supiese que todo lo bueno que haces para la compañía es gracias a mi, ¿eh?—No entien…—Bueno, eso es evidente porque
La semana finalizó con buenos avances, de eso no le cabía la menor duda. Había progresado con la pintura del jardín, aunque de ahora en más tendría que ralentizar un poco el ritmo si quería seguir yendo por un par de semanas más a la casa de la muchachita indecente. Ayer le dijo a la empleada que por ser fin de semana no iría a la casa, que prefería darles un respiro de su presencia y esta le había insistido que no habría problema alguno si decidía ir también a pintar su cuadro los sábados o domingos. Santiago se negó por un motivo muy importante: tenía que vender uno de esos retratos que había hecho anteriormente y conseguir dinero porque sus escasos billetes estaban agotándose y necesitaba seguir pagando la posada en la cual se hospedaba. No le había dicho esto último a la empleada, ella no tenía por qué saberlo, eso era c
De nuevo tuvo que regocijarse por dentro, había valido la pena su actuación de buen chico durante todo el tiempo que desperdició acompañándola a realizar las compras. Había sido un caballero llevando las bolsas y preguntando cualquier tontería para sacar conversación e información, aunque con esto último no hubo tanta suerte porque la chiquilla mucho no dijo sobre sí misma.Y ahora, mientras caminaba a su lado, cargando las bolsas, la observó minuciosamente y se preguntó el por qué despertaba tanto interés en él una muchachita como esta.—Dime, Santiago, ¿qué es para ti pintar?La pregunta lo tomó tan desprevenido, ocasionando que frenase los pasos y quedase parado en medio de la vereda. Analizó la pregunta en su mente, nunca nadie, su familia no contaba, le había cuestionado sobre su trabajo, su pasión,
Tan pronto como extrajo aquel teléfono móvil de la caja fuerte y lo prendió, se arrepintió. Cientos de mensajes de textos, cientos de llamadas perdidas y quizás otros cientos de mensajes de voz. Solo unos pocos eran de su madre y el resto eran de su padre.Se maldijo una y otra vez mientras se paseaba como un demente por la habitación de la posada. Gruñó algún improperio por lo bajo y guardó de nuevo el teléfono móvil dentro de la caja fuerte. No tenía tiempo para sentimentalismos baratos.(…)Santiago se había hecho una “fama” en la ciudad y ya era conocido por muchas mujeres. Después de ir a la galería y vender otros retratos y una pintura al aleo, fue a una cafetería distinta. Necesitaba probar otras cosas y sabía que allí bien podría conseguir lo que andaba buscando.Bribón como solo Sant
Santiago tarareaba una canción cualquiera por lo bajo mientras trazaba su pincel en el lienzo. El cuadro cada vez iba tomando mas forma del paisaje que tenía frente a sus ojos. Frondosos y tupidos árboles, arbustos pequeños, plantas de flores y varios rosales, todo esto sobre un extenso vergel de verde césped. Las vistas eran fascinantes y, la verdad, él había quedado hechizado con el paisaje. Sin embargo, el plan de ralentizar el trabajo estaba dando sus buenos frutos. Hacía ya dos semanas que iba a la casa y cada mediodía disfrutaba de las comidas de Beatriz. De la “señorita” mucho no sabía, no desde aquella vez que se encontraron en el mercado Mossen Sorell, pero no le dio tanta importancia porque sabía que tarde o temprano terminaría cayendo en sus redes.Dentro de su rutina, Santiago también seguía yendo a la cafetería y sí, participaba de ma