Una semana transcurrió desde que tuvo el grato placer de tener a una mujer en su cama y, desde entonces, no volvió a ver a dicha mujer. Además, él había dejado muy claro que no le interesaba nada más que un buen polvo. Sí, con esas palabras y la mujer aceptó. El resto era historia vieja.
Pudo vender el cuadro en una galería, obteniendo unos buenos billetes con los cuales podía solventar sus gastos por unos cuantos días más, pero el asunto estaba en que debía pintar otro y, bueno, venderlo si quería seguir teniendo una cama para dormir y comida para mitigar el hambre. Llegó a pensar en la posibilidad de vender su auto, aunque posiblemente no consiguiese mucho por este. No descartaba ninguna posibilidad con tal de salir del apuro y definitivamente no era una opción pedir dinero a su padre. No, ni aunque estuviese a punto de morir de hambre lo haría.
Ingresó a la misma cafetería en la cual ya se consideraba cliente, la misma que quedaba a solo un par de calles de la posada en la cual se hospedaba.
—¿Qué haces por aquí? —preguntó el camarero—. Dios, apuesto a que no has dormido de nuevo. Te la pasas pintando cuadros y no obtienes suficiente dinero. Un día de estos alguien te encontrará en alguna esquina pidiendo limosna.
—Sí, bueno, las cosas están difíciles —espetó, ocupando la misma mesa que las veces anteriores—. Tráeme un café cortado y algún bocadillo, podría comer cualquier cosa.
—¿Tienes dinero para pagar? —El tipo lo miró de pies a cabeza, sin evitar hacer un gesto desdeñoso—. Escucha, tienes pinta de vagabundo y no creo que esta ciudad sea para ti.
Rodó los ojos y se echó una mirada a sí mismo. Vestía de modo estrafalario, un pantalón que hace mucho era de color negro, ahora lucía gris, una camiseta básica y una camisa, un poco arrugada, en color bordó por encima, con las mangas por los codos. Calzaba unas zapatillas de lona que en sus mejores días fueron blancas, ahora tenía varias manchas de pintura y quién sabe qué más. Estaba limpio, pero quizá su barba de tres días le daba el aspecto descuidado. Este hombre era él y no encontró nada fuera de lo usual en sí mismo.
—No tengo pinta de vagabundo —refutó, suprimiendo una risita irónica—. Y esta ciudad tiene la inspiración suficiente para pintar mis cuadros.
—No respondiste a mi pregunta —gruñó el camarero.
—Aquí tengo uno de 20, supongo que alcanza, ¿verdad? —profirió, dejando el billete sobre la mesa.
—Ahora sí nos entendemos —Rió por lo bajo mientras el tipo arqueaba una ceja—. Enseguida regreso.
Negó con la cabeza y miró hacia la calle. Más de una semana sin tener noticias sobre cierta muchacha, bueno, no era como que había hecho algo para averiguar más sobre el asunto. Había decidido quedarse por más tiempo en la ciudad, no estaba en sus planes irse sin haber tenido el placer de realizar sus deseos más pecaminosos. Lo haría, por supuesto, una vez conociese a dicha muchacha.
Diez minutos transcurrieron y el camarero regresó a su mesa. Dejó una taza humeante y unos pastelillos dulces. Bueno, era mejor eso que nada.
(…)
El carboncillo seguía trazando rasgos en el papel y, de aquellos rasgos, emergía un rostro arrugado y unos ojos sin ilusión. Continuó dibujando el boceto del hombre que yacía postrado en una banca, con la mirada perdida en alguna parte mientras, de vez en cuando, llevaba una botella a la boca. Dedujo que sería algún tipo de licor barato o algo así.
Un último retoque y el retrato estaba hecho, pero no se lo daría al hombre, ¿por qué hacerlo? Luego lo pintaría en un cuadro y trataría de venderlo. Era bueno en lo que hacía, aunque, bueno, no importa.
Se incorporó de la banca, guardó los papeles, pinceles y carboncillos en un bolso de cuero maltratado, se colgó el caballete al hombro y comenzó a caminar sin rumbo fijo. Tal vez iría en busca de algún lugar tranquilo para pintar, sin el bullicio de las personas que transitaban por el parque. Necesitaba sosiego para explayarse y pincelar el boceto del rostro del hombre. Tal vez algún parque o zona menos transitada, menos ruidosa.
Con eso en mente, continuó caminando hasta que llegó a una zona que no conocía muy bien. Las calles tenían como un toque bohemio, algo ideal para los hombres como él, poco transitadas. Vio varios grafitis y sonrió pensando en la personas, o personas, que lo hicieron. Daba la impresión de algo inusual y hasta enigmático, un tipo de paisaje al estilo Picasso o algo así, pero hecho con pintura en aerosol.
Siguió por unas cuantas calles más y se sorprendió cuando vislumbró la Catedral y una hermosa plaza. Esbozó otra sonrisa, era el sitio ideal que estaba buscando.
~*~
Exhaló un suspiro mientras contemplaba el cuadro. Daba por hecho que sacaría unos cuantos billetes, incluso unos cuantos más si comparaba con el último. Era el rostro del hombre de la banca. Logró retratar aquellos rasgos cansados y arrugados, ojos sin vida, sin ilusión. Inspiraba tristeza, pero eso no significaba que era triste o que él se haya sentido triste mientras trabajaba en cada detalle.
—Es muy hermoso —Se sobresaltó al oír la voz aguda. Volteó la cabeza, la mano haciendo de visera, tapando los rayos del sol, y así poder ver a la persona—. Oh, lo siento. No quise importunarlo.
—No, en lo absoluto —profirió.
Y cuanta verdad había en sus palabras. La mujer delante de él era como salida de la revista Playboy. Escrutó, disimuladamente, el cuerpo de la mujer. Unos muslos que eran apenas cubiertos por una minifalda, piernas largas y tonificadas. Caderas grandes, cintura pequeña y ni mencionar los mas que voluminosos senos. Vaya, quería darse un festín con la belleza de pie frente a él.
—¿Eres de aquí? —Se irguió de la banca, pudiendo apreciar mejor a la mujer—. Yo no, solo estoy de paso. De vacaciones.
—No, no soy de aquí —refutó—. También de vacaciones —mintió.
—Oh, creí que… —La mujer soltó una risita nerviosa—. Lo siento, es que te vi y pensé que eras uno de los tantos artistas de aquí.
—Soy un artista —espetó, casi con desdén—. Un pintor, un paisajista y un incomprendido de la vida misma.
—Y poeta también —añadió la fémina.
Él rió con ganas, negando con la cabeza, mientras su mente imaginaba miles de escenarios y en todos ellos la hermosa mujer era la principal protagonista de escenas lujuriosas junto a él.
—Soy Santiago —Se presentó, tendiendo la mano que fue aceptada—. Y tú eres…
—Natasha —El apretón de manos duró más de la cuenta—. Encantada de conocerte, Santiago.
Sí, esta mujer frente a él sería su próxima conquista.
~*~
Eran las ocho de la noche cuando abandonó la habitación del hotel donde se quedaba Natasha. Mientras ingresaba al ascensor, sonrió lobuno porque había podido sacarse el estrés acumulado de toda una semana y disfrutado de una exquisita comida. El postre fue su mayor delicia porque Natasha le hizo venirse dos veces en un periodo de una hora. La mujer resultó ser un manjar en el sexo y él pudo gozar de realizar esas posiciones que tanto le gustaba en la cama. No era como si fuese algún tipo de dominante, pero no mentiría diciendo o creyendo que no disfrutaba mucho más del sexo cuando era rudo. Si la compañía que tenía estaba dispuesta a participar en ciertos juegos, bueno, era mucho muy bienvenida. Natasha resultó ser una persona flexible y algo sumisa, siguiéndole en los juegos previos, utilizando algunos juguetes que esta tenía porque, vaya, ella sí era de esa clase de mujeres que gozaba de darse placer a sí misma con ciertos objetos no muy convencionales o que no usaría una mujer ordinaria. En definitiva, él estaba más que satisfecho con todos los acontecimientos que se desarrollaron en la cama y en otras partes de la habitación.
Y ahora, debía volver a la realidad.
Salió del hotel, sin mirar atrás. No volvería y sabía que Natasha tampoco lo buscaría. Otro corazón que dejó atrás, otra cama a la cual no regresaría. Él era un hombre libre y no iba a atraerse a nadie.
—Olivia —llamó la mujer, quien estaba cerca del ventanal—. Olivia, ven un momento.—Ya voy —replicó la muchacha.Giró sobre sí y caminó hasta quedar al lado de la mujer. Esta la miró con el ceño fruncido, haciendo un gesto para que ella mirase por el ventanal.—¿Qué estoy buscando o viendo, Beatriz? —preguntó, tratando de encontrar algo que le llamase la atención desde afuera.—Pues había un hombre con aspecto de vagabundo merodeando la calle —refutó la mujer, corriendo más la cortina de seda italiana y mirando hacia la calle en cuestión—. No sé quién era. Llevaba algo en su hombro y no me dio buena espina. Creo que no es de por aquí.—¿Quién puede andar a estas horas? —profirió, alejándose del ventanal—. Bueno, no impor
—Estoy un poco cansado de todas esas habladurías que corren por ahí —imperó el joven hombre, haciendo un gesto despectivo con la mano.—Muchacho, no hiciste nada y no debes de hacer caso de esas cosas —sugirió el otro, un hombre mayor.—Eso lo sé, pero es agotador escuchar siempre las mismas cosas —El joven hombre bebió de la taza con café y, luego, miró por la ventana—. La culpa es solo de ella. Ella que lleva a sus amantes a su propia casa. Una vergüenza.—Dicen que renunció al trabajo en ese bar —chismoseó el hombre mayor—. Seguramente no recibía buena paga con ese trabajo de camarera.—¿Qué importa eso? —intervino el tercer hombre, otro mayor.—Importa porque ahora los rumores se hicieron más fuertes y, lo peor, es que me involucran a mí —refutó e
Olivia estaba de los nervios y muy enojada, paseándose de un lado al otro por la sala de estar y mirando, de vez en cuando, por el enorme ventanal. No podía creer que después de todo el asunto histérico de Beatriz los días anteriores, ayer esta cambió completamente de parecer al hablar con el hombre con aspecto de vagabundo. Estaba segura de que el tipo había engatusado a Beatriz con esos ojos color turquesa y quién sabe qué más, pero el asunto era que ahora el hombre estaba de nuevo en su jardín, en su propiedad y eso era el colmo.—¡No debiste darle permiso, Beatriz! —exclamó, al borde de un colapso nervioso—. No quiero ver a ese hombre, un completo extraño, merodeando por el jardín —Giró sobre sí y quedó frente a la mujer—. ¡Encima le dijiste que podía venir cuántas veces quisiera!—C&aac
Tragó los bocadillos de buena gana y bebió el café. Sabía que su actuación estaba dando buenos resultados y esto solo era el comienzo.Como lo había intuido ayer, la empleada era fácil de manejar e incluso consiguió, con solo una sonrisa de buen chico, que esta le diese permiso para entrar a la casa. No tuvo que hacer absolutamente nada, la mujer cayó rendidita a sus pies. Sacaría provecho, de eso no tenía un ápice de dudas. Sin embargo, se preguntó si la buena mujer, que tenía una especie de devoción para con su “señorita”, sabía lo que las personas hablaban de esta y si tenía algún tipo de conocimiento respecto a los amantes que la visitaban. Saber esto último no le había costado nada porque lo oyó por parte de los tres hombres que frecuentaban la misma cafetería que él y, antes de llegar a la cas
—Tú, cómo es…—Yo.—Pero…—Oh, no te preocupes. Solo estoy aquí para darte un indicio.—¿Qué estás diciendo?—Venga, lo que has oído. Solo te diré que yo sé lo que soy y siempre reconocí que nunca fui un buen hijo ni un buen hermano. Sí, también soy un desagradecido con todo, pero yo sé eso y ellos también lo saben. Siempre lo supieron.—Escucha…—Solo un indicio —interrumpió, otra vez—. Solo estoy aquí por mera casualidad y por la misma me enteré de tu llegada.—Pero…—Deja de interrumpir. Me pregunto qué diría mi padre si supiese que todo lo bueno que haces para la compañía es gracias a mi, ¿eh?—No entien…—Bueno, eso es evidente porque
La semana finalizó con buenos avances, de eso no le cabía la menor duda. Había progresado con la pintura del jardín, aunque de ahora en más tendría que ralentizar un poco el ritmo si quería seguir yendo por un par de semanas más a la casa de la muchachita indecente. Ayer le dijo a la empleada que por ser fin de semana no iría a la casa, que prefería darles un respiro de su presencia y esta le había insistido que no habría problema alguno si decidía ir también a pintar su cuadro los sábados o domingos. Santiago se negó por un motivo muy importante: tenía que vender uno de esos retratos que había hecho anteriormente y conseguir dinero porque sus escasos billetes estaban agotándose y necesitaba seguir pagando la posada en la cual se hospedaba. No le había dicho esto último a la empleada, ella no tenía por qué saberlo, eso era c
De nuevo tuvo que regocijarse por dentro, había valido la pena su actuación de buen chico durante todo el tiempo que desperdició acompañándola a realizar las compras. Había sido un caballero llevando las bolsas y preguntando cualquier tontería para sacar conversación e información, aunque con esto último no hubo tanta suerte porque la chiquilla mucho no dijo sobre sí misma.Y ahora, mientras caminaba a su lado, cargando las bolsas, la observó minuciosamente y se preguntó el por qué despertaba tanto interés en él una muchachita como esta.—Dime, Santiago, ¿qué es para ti pintar?La pregunta lo tomó tan desprevenido, ocasionando que frenase los pasos y quedase parado en medio de la vereda. Analizó la pregunta en su mente, nunca nadie, su familia no contaba, le había cuestionado sobre su trabajo, su pasión,
Tan pronto como extrajo aquel teléfono móvil de la caja fuerte y lo prendió, se arrepintió. Cientos de mensajes de textos, cientos de llamadas perdidas y quizás otros cientos de mensajes de voz. Solo unos pocos eran de su madre y el resto eran de su padre.Se maldijo una y otra vez mientras se paseaba como un demente por la habitación de la posada. Gruñó algún improperio por lo bajo y guardó de nuevo el teléfono móvil dentro de la caja fuerte. No tenía tiempo para sentimentalismos baratos.(…)Santiago se había hecho una “fama” en la ciudad y ya era conocido por muchas mujeres. Después de ir a la galería y vender otros retratos y una pintura al aleo, fue a una cafetería distinta. Necesitaba probar otras cosas y sabía que allí bien podría conseguir lo que andaba buscando.Bribón como solo Sant