Capítulo 2

Una semana transcurrió desde que tuvo el grato placer de tener a una mujer en su cama y, desde entonces, no volvió a ver a dicha mujer. Además, él había dejado muy claro que no le interesaba nada más que un buen polvo. Sí, con esas palabras y la mujer aceptó. El resto era historia vieja.

Pudo vender el cuadro en una galería, obteniendo unos buenos billetes con los cuales podía solventar sus gastos por unos cuantos días más, pero el asunto estaba en que debía pintar otro y, bueno, venderlo si quería seguir teniendo una cama para dormir y comida para mitigar el hambre. Llegó a pensar en la posibilidad de vender su auto, aunque posiblemente no consiguiese mucho por este. No descartaba ninguna posibilidad con tal de salir del apuro y definitivamente no era una opción pedir dinero a su padre. No, ni aunque estuviese a punto de morir de hambre lo haría.

Ingresó a la misma cafetería en la cual ya se consideraba cliente, la misma que quedaba a solo un par de calles de la posada en la cual se hospedaba.

—¿Qué haces por aquí? —preguntó el camarero—. Dios, apuesto a que no has dormido de nuevo. Te la pasas pintando cuadros y no obtienes suficiente dinero. Un día de estos alguien te encontrará en alguna esquina pidiendo limosna.

—Sí, bueno, las cosas están difíciles —espetó, ocupando la misma mesa que las veces anteriores—. Tráeme un café cortado y algún bocadillo, podría comer cualquier cosa.

—¿Tienes dinero para pagar? —El tipo lo miró de pies a cabeza, sin evitar hacer un gesto desdeñoso—. Escucha, tienes pinta de vagabundo y no creo que esta ciudad sea para ti.

Rodó los ojos y se echó una mirada a sí mismo. Vestía de modo estrafalario, un pantalón que hace mucho era de color negro, ahora lucía gris, una camiseta básica y una camisa, un poco arrugada, en color bordó por encima, con las mangas por los codos. Calzaba unas zapatillas de lona que en sus mejores días fueron blancas, ahora tenía varias manchas de pintura y quién sabe qué más. Estaba limpio, pero quizá su barba de tres días le daba el aspecto descuidado. Este hombre era él y no encontró nada fuera de lo usual en sí mismo.

—No tengo pinta de vagabundo —refutó, suprimiendo una risita irónica—. Y esta ciudad tiene la inspiración suficiente para pintar mis cuadros.

—No respondiste a mi pregunta —gruñó el camarero.

—Aquí tengo uno de 20, supongo que alcanza, ¿verdad? —profirió, dejando el billete sobre la mesa.

—Ahora sí nos entendemos —Rió por lo bajo mientras el tipo arqueaba una ceja—. Enseguida regreso.

Negó con la cabeza y miró hacia la calle. Más de una semana sin tener noticias sobre cierta muchacha, bueno, no era como que había hecho algo para averiguar más sobre el asunto. Había decidido quedarse por más tiempo en la ciudad, no estaba en sus planes irse sin haber tenido el placer de realizar sus deseos más pecaminosos. Lo haría, por supuesto, una vez conociese a dicha muchacha.

Diez minutos transcurrieron y el camarero regresó a su mesa. Dejó una taza humeante y unos pastelillos dulces. Bueno, era mejor eso que nada.

(…)

El carboncillo seguía trazando rasgos en el papel y, de aquellos rasgos, emergía un rostro arrugado y unos ojos sin ilusión. Continuó dibujando el boceto del hombre que yacía postrado en una banca, con la mirada perdida en alguna parte mientras, de vez en cuando, llevaba una botella a la boca. Dedujo que sería algún tipo de licor barato o algo así.

Un último retoque y el retrato estaba hecho, pero no se lo daría al hombre, ¿por qué hacerlo? Luego lo pintaría en un cuadro y trataría de venderlo. Era bueno en lo que hacía, aunque, bueno, no importa.

Se incorporó de la banca, guardó los papeles, pinceles y carboncillos en un bolso de cuero maltratado, se colgó el caballete al hombro y comenzó a caminar sin rumbo fijo. Tal vez iría en busca de algún lugar tranquilo para pintar, sin el bullicio de las personas que transitaban por el parque. Necesitaba sosiego para explayarse y pincelar el boceto del rostro del hombre. Tal vez algún parque o zona menos transitada, menos ruidosa.

Con eso en mente, continuó caminando hasta que llegó a una zona que no conocía muy bien. Las calles tenían como un toque bohemio, algo ideal para los hombres como él, poco transitadas. Vio varios grafitis y sonrió pensando en la personas, o personas, que lo hicieron. Daba la impresión de algo inusual y hasta enigmático, un tipo de paisaje al estilo Picasso o algo así, pero hecho con pintura en aerosol.

Siguió por unas cuantas calles más y se sorprendió cuando vislumbró la Catedral y una hermosa plaza. Esbozó otra sonrisa, era el sitio ideal que estaba buscando.

~*~

Exhaló un suspiro mientras contemplaba el cuadro. Daba por hecho que sacaría unos cuantos billetes, incluso unos cuantos más si comparaba con el último. Era el rostro del hombre de la banca. Logró retratar aquellos rasgos cansados y arrugados, ojos sin vida, sin ilusión. Inspiraba tristeza, pero eso no significaba que era triste o que él se haya sentido triste mientras trabajaba en cada detalle.

—Es muy hermoso —Se sobresaltó al oír la voz aguda. Volteó la cabeza, la mano haciendo de visera, tapando los rayos del sol, y así poder ver a la persona—. Oh, lo siento. No quise importunarlo.

—No, en lo absoluto —profirió.

Y cuanta verdad había en sus palabras. La mujer delante de él era como salida de la revista Playboy. Escrutó, disimuladamente, el cuerpo de la mujer. Unos muslos que eran apenas cubiertos por una minifalda, piernas largas y tonificadas. Caderas grandes, cintura pequeña y ni mencionar los mas que voluminosos senos. Vaya, quería darse un festín con la belleza de pie frente a él.

—¿Eres de aquí? —Se irguió de la banca, pudiendo apreciar mejor a la mujer—. Yo no, solo estoy de paso. De vacaciones.

—No, no soy de aquí —refutó—. También de vacaciones —mintió.

—Oh, creí que… —La mujer soltó una risita nerviosa—. Lo siento, es que te vi y pensé que eras uno de los tantos artistas de aquí.

—Soy un artista —espetó, casi con desdén—. Un pintor, un paisajista y un incomprendido de la vida misma.

—Y poeta también —añadió la fémina.

Él rió con ganas, negando con la cabeza, mientras su mente imaginaba miles de escenarios y en todos ellos la hermosa mujer era la principal protagonista de escenas lujuriosas junto a él.

—Soy Santiago —Se presentó, tendiendo la mano que fue aceptada—. Y tú eres…

—Natasha —El apretón de manos duró más de la cuenta—. Encantada de conocerte, Santiago. 

Sí, esta mujer frente a él sería su próxima conquista.

~*~

Eran las ocho de la noche cuando abandonó la habitación del hotel donde se quedaba Natasha. Mientras ingresaba al ascensor, sonrió lobuno porque había podido sacarse el estrés acumulado de toda una semana y disfrutado de una exquisita comida. El postre fue su mayor delicia porque Natasha le hizo venirse dos veces en un periodo de una hora. La mujer resultó ser un manjar en el sexo y él pudo gozar de realizar esas posiciones que tanto le gustaba en la cama. No era como si fuese algún tipo de dominante, pero no mentiría diciendo o creyendo que no disfrutaba mucho más del sexo cuando era rudo. Si la compañía que tenía estaba dispuesta a participar en ciertos juegos, bueno, era mucho muy bienvenida. Natasha resultó ser una persona flexible y algo sumisa, siguiéndole en los juegos previos, utilizando algunos juguetes que esta tenía porque, vaya, ella sí era de esa clase de mujeres que gozaba de darse placer a sí misma con ciertos objetos no muy convencionales o que no usaría una mujer ordinaria. En definitiva, él estaba más que satisfecho con todos los acontecimientos que se desarrollaron en la cama y en otras partes de la habitación.

Y ahora, debía volver a la realidad.

Salió del hotel, sin mirar atrás. No volvería y sabía que Natasha tampoco lo buscaría. Otro corazón que dejó atrás, otra cama a la cual no regresaría. Él era un hombre libre y no iba a atraerse a nadie.

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