Tan pronto como extrajo aquel teléfono móvil de la caja fuerte y lo prendió, se arrepintió. Cientos de mensajes de textos, cientos de llamadas perdidas y quizás otros cientos de mensajes de voz. Solo unos pocos eran de su madre y el resto eran de su padre.
Se maldijo una y otra vez mientras se paseaba como un demente por la habitación de la posada. Gruñó algún improperio por lo bajo y guardó de nuevo el teléfono móvil dentro de la caja fuerte. No tenía tiempo para sentimentalismos baratos.
(…)
Santiago se había hecho una “fama” en la ciudad y ya era conocido por muchas mujeres. Después de ir a la galería y vender otros retratos y una pintura al aleo, fue a una cafetería distinta. Necesitaba probar otras cosas y sabía que allí bien podría conseguir lo que andaba buscando.
Bribón como solo Sant
Santiago tarareaba una canción cualquiera por lo bajo mientras trazaba su pincel en el lienzo. El cuadro cada vez iba tomando mas forma del paisaje que tenía frente a sus ojos. Frondosos y tupidos árboles, arbustos pequeños, plantas de flores y varios rosales, todo esto sobre un extenso vergel de verde césped. Las vistas eran fascinantes y, la verdad, él había quedado hechizado con el paisaje. Sin embargo, el plan de ralentizar el trabajo estaba dando sus buenos frutos. Hacía ya dos semanas que iba a la casa y cada mediodía disfrutaba de las comidas de Beatriz. De la “señorita” mucho no sabía, no desde aquella vez que se encontraron en el mercado Mossen Sorell, pero no le dio tanta importancia porque sabía que tarde o temprano terminaría cayendo en sus redes.Dentro de su rutina, Santiago también seguía yendo a la cafetería y sí, participaba de ma
Santiago trabajó en su cuadro durante una hora sin detenerse. La inspiración había aflorado y crecía con cada pincelazo que trazaba en el lienzo. Cualquiera que lo viera, podría suponer que él carecía de talento o de afán por superarse, pero no era así, en lo absoluto. Si había algo que Santiago amaba en el mundo era su vocación, una vocación que nunca dio por dudosa porque ni su madre ni hermano ni su hermana y ni su padre lograron que él se diese por vencido ante sus propósitos de vida. Porque Santiago sí tenía una familia.En este momento, solo se centró en plasmar el paisaje en el cuadro, olvidándose de su familia y hasta de Olivia. Nada ocupaba su mente más que su pasión por la pintura y continuó de ese modo hasta que miró la hora en su reloj de pulsera, un reloj barato que había comprado cuando Beatriz le hab&ia
Deambuló por las calles, sumido en sus tantos pensamientos, tratando de alejarse y poder hallar respuestas a sus centenares de dudas que rondaban por su mente. No había dormido casi nada, demasiadas cosas pululando por aquí y allá y, por la misma razón, decidió no perder tiempo y levantarse muy temprano y solo… caminar. El sol aún estaba medio dormido, iluminando débilmente con los rayos ocre, el aire seguía siendo fresco y Santiago se dejó guiar por sus instintos.Llegó a un taller mecánico, el que le había recomendado el camarero de la cafetería que ya era costumbre visitar y decidió vender su viejo Ford. Le había costado tomar esa determinación, pero sabía muy bien que pagar el costo del arreglo, bueno, no valía la pena cuando bien podía hacer una llamada telefónica, parlotear un poco y tener un coche último modelo
Divisó el enorme portón de rejas y sus pasos se detuvieron, ¿qué estaba haciendo? No, Santiago necesitaba tener respuestas, aclarar su mente y la única que podía darle todo eso era la chiquilla. Giró sobre sí, regresando por el sendero que conducía a la puerta principal.Dejó el caballete y el maltratado bolso a un lado de la puerta y, sin dudar un segundo, llevó su mano al picaporte y lo hizo girar. La puerta se abrió sin problema alguno e ingresó a la casa. No se detuvo a mirar los lujosos muebles ni las cortinas de seda italiana, se situó al pie de las escaleras, con la mirada fija como la de un halcón.—¡Olivia! —exclamó—. Olivia, necesitamos hablar.No obtuvo respuesta, pero si había algo que caracterizaba a Santiago era su insistencia cuando algo quería. No se daba por vencido tan fácilmente, nunca lo
—¿En serio, tú otra vez?—En efecto, yo otra vez.—¿Y bien, ahora qué ocurre?—Esa cuestión te la hago a ti, ¿aparecieron los millones que faltan?—Sí, por supuesto. Solo no quise decírtelo.—No juegues conmigo.—¿Cómo pretendes que aparezcan tres millones de dólares de la noche a la mañana?—Ese es tu maldito trabajo.—Pues debo decirte que ese dinero aparecerá cuando Filipo Wetter dé la cara.—No, no creo que eso suceda porque es un error.—Já, ¿qué estás diciendo?—Lo que oyes y le vas a decir a Stefano Brin que estoy aquí y que quiero tener una reunión con él y con los otros, ¿entiendes?—¿Ah, sí? ¿Y qué le dirás?—T&uacu
Santiago despertó temprano, esta mañana tenía mucho por hacer. Y sí, por primera vez en toda su existencia, estaba haciendo algo provechoso. Nunca imaginó que estaría realizando acciones que hablasen bien de sí mismo, aunque él siempre las hizo. Siempre se sintió satisfecho consigo mismo siendo cómo era y lo seguiría siendo. Sin embargo, tampoco imaginó que estaría haciendo una minuciosa investigación, sin parecer que lo estuviese haciendo porque nadie pensaría que Santiago, un chico con aspecto de niño bueno, vistiendo ropas desgastadas, estuviese realizando una laboriosa búsqueda.Santiago hizo un extenso recorrido. Pasó por varias joyerías, casas de empeños y por varios bancos. Nadie sospechó de él. Esas personas nunca se enteraron de lo que en realidad estaba haciendo. Se valió de su imagen, de su rostro de chico
Sus manos vagaban por la piel tibia, sus labios unidos a otros labios en un beso apasionado, sus caderas en un constante vaivén errático mientras su duro pene se deslizaba en aquella cavidad mojada y tórrida. El delgado cuerpo debajo del suyo se arqueó en un ángulo casi perfecto permitiendo a su pene llegar más profundo y rasguñar el placer del inevitable orgasmo.—Ah, sí, sí. Sigue, Santi, más duro —gimió la mujer mientras él la penetraba con ímpetu.Sintió las largas uñas dejar varias estelas ardientes por su espalda y, en un descuido, miró a los ojos de la mujer. Frunció el ceño al creer ver un rostro diferente; aturdido, sacudió la cabeza y cerró los ojos por unos breves segundos, oyendo los gemidos de placer en sus oídos. Cuando volvió a mirar, era el mismo rostro astuto de una mujer que sabía
Olivia sintió una opresión en su pecho cuando lo vio, a través de la ventana, caminar a pasos lentos hacia la entrada. Le pareció un chico diferente o quizá solo era el aspecto sereno que portaba aquel rostro varonil, desprovisto de barba. A pesar de la distancia, Olivia fue capaz de ver aquellos ojos color turquesa tan enigmáticos que su corazón brincó con brío dentro de su pecho.—Otra vez ese chico —La voz de Beatriz era como un susurro lejano—. No dejaré que te importune, Olivia. Ya me encargo de decirle sus verdades.—Él se ve… diferente —musitó—. Yo… No sé qué hacer.Sintió la mano de Beatriz acariciar su brazo como si quisiese darle consuelo, pero ella estaba segura de que solo ese chico con aspecto de vagabundo y sonrisa infantil, le proporcionaría el consuelo que su corazón necesitaba.