Deambuló por las calles, sumido en sus tantos pensamientos, tratando de alejarse y poder hallar respuestas a sus centenares de dudas que rondaban por su mente. No había dormido casi nada, demasiadas cosas pululando por aquí y allá y, por la misma razón, decidió no perder tiempo y levantarse muy temprano y solo… caminar. El sol aún estaba medio dormido, iluminando débilmente con los rayos ocre, el aire seguía siendo fresco y Santiago se dejó guiar por sus instintos.
Llegó a un taller mecánico, el que le había recomendado el camarero de la cafetería que ya era costumbre visitar y decidió vender su viejo Ford. Le había costado tomar esa determinación, pero sabía muy bien que pagar el costo del arreglo, bueno, no valía la pena cuando bien podía hacer una llamada telefónica, parlotear un poco y tener un coche último modelo
Divisó el enorme portón de rejas y sus pasos se detuvieron, ¿qué estaba haciendo? No, Santiago necesitaba tener respuestas, aclarar su mente y la única que podía darle todo eso era la chiquilla. Giró sobre sí, regresando por el sendero que conducía a la puerta principal.Dejó el caballete y el maltratado bolso a un lado de la puerta y, sin dudar un segundo, llevó su mano al picaporte y lo hizo girar. La puerta se abrió sin problema alguno e ingresó a la casa. No se detuvo a mirar los lujosos muebles ni las cortinas de seda italiana, se situó al pie de las escaleras, con la mirada fija como la de un halcón.—¡Olivia! —exclamó—. Olivia, necesitamos hablar.No obtuvo respuesta, pero si había algo que caracterizaba a Santiago era su insistencia cuando algo quería. No se daba por vencido tan fácilmente, nunca lo
—¿En serio, tú otra vez?—En efecto, yo otra vez.—¿Y bien, ahora qué ocurre?—Esa cuestión te la hago a ti, ¿aparecieron los millones que faltan?—Sí, por supuesto. Solo no quise decírtelo.—No juegues conmigo.—¿Cómo pretendes que aparezcan tres millones de dólares de la noche a la mañana?—Ese es tu maldito trabajo.—Pues debo decirte que ese dinero aparecerá cuando Filipo Wetter dé la cara.—No, no creo que eso suceda porque es un error.—Já, ¿qué estás diciendo?—Lo que oyes y le vas a decir a Stefano Brin que estoy aquí y que quiero tener una reunión con él y con los otros, ¿entiendes?—¿Ah, sí? ¿Y qué le dirás?—T&uacu
Santiago despertó temprano, esta mañana tenía mucho por hacer. Y sí, por primera vez en toda su existencia, estaba haciendo algo provechoso. Nunca imaginó que estaría realizando acciones que hablasen bien de sí mismo, aunque él siempre las hizo. Siempre se sintió satisfecho consigo mismo siendo cómo era y lo seguiría siendo. Sin embargo, tampoco imaginó que estaría haciendo una minuciosa investigación, sin parecer que lo estuviese haciendo porque nadie pensaría que Santiago, un chico con aspecto de niño bueno, vistiendo ropas desgastadas, estuviese realizando una laboriosa búsqueda.Santiago hizo un extenso recorrido. Pasó por varias joyerías, casas de empeños y por varios bancos. Nadie sospechó de él. Esas personas nunca se enteraron de lo que en realidad estaba haciendo. Se valió de su imagen, de su rostro de chico
Sus manos vagaban por la piel tibia, sus labios unidos a otros labios en un beso apasionado, sus caderas en un constante vaivén errático mientras su duro pene se deslizaba en aquella cavidad mojada y tórrida. El delgado cuerpo debajo del suyo se arqueó en un ángulo casi perfecto permitiendo a su pene llegar más profundo y rasguñar el placer del inevitable orgasmo.—Ah, sí, sí. Sigue, Santi, más duro —gimió la mujer mientras él la penetraba con ímpetu.Sintió las largas uñas dejar varias estelas ardientes por su espalda y, en un descuido, miró a los ojos de la mujer. Frunció el ceño al creer ver un rostro diferente; aturdido, sacudió la cabeza y cerró los ojos por unos breves segundos, oyendo los gemidos de placer en sus oídos. Cuando volvió a mirar, era el mismo rostro astuto de una mujer que sabía
Olivia sintió una opresión en su pecho cuando lo vio, a través de la ventana, caminar a pasos lentos hacia la entrada. Le pareció un chico diferente o quizá solo era el aspecto sereno que portaba aquel rostro varonil, desprovisto de barba. A pesar de la distancia, Olivia fue capaz de ver aquellos ojos color turquesa tan enigmáticos que su corazón brincó con brío dentro de su pecho.—Otra vez ese chico —La voz de Beatriz era como un susurro lejano—. No dejaré que te importune, Olivia. Ya me encargo de decirle sus verdades.—Él se ve… diferente —musitó—. Yo… No sé qué hacer.Sintió la mano de Beatriz acariciar su brazo como si quisiese darle consuelo, pero ella estaba segura de que solo ese chico con aspecto de vagabundo y sonrisa infantil, le proporcionaría el consuelo que su corazón necesitaba.
La ira, el enojo y la rabia estaban causándole un dolor de cabeza. Se pasó las manos por el rostro y se masajeó las sienes. Su mente era un caos y la vista que tenía delante de él no estaba ofreciéndole ninguna ayuda, todo lo opuesto.Exhaló un largo suspiro, miró fijo a la muchachita que parecía como un cachorrito herido y asustado contra la pared. ¿Quién se creía que era para actuar como una chica ofendida? Y, entonces, vio las lágrimas bañar aquel rostro de piel pálida. El enojo solo incrementó.—Já, lo qué faltaba —imperó, adusto—. Las lágrimas, un recurso de toda mujer débil. No, de hecho, es algo que ustedes, las mujeres, emplean para embaucar a los hombres. Ahora lo vas a negar, ¿cierto, Olivia? Es lo que siempre hacen. Las mujeres siempre recurren al llanto para alivianar el mal comportamient
Quedó a mitad de la sala, sus piernas no le respondían y de verdad quería marcharse de allí porque el enojo se transformó en dolor, la ira en tristeza y eso era nuevo y lo asustaba. No quería sentirse así, no quería nada de esos sentimientos que afloraban despacio dentro de su pecho, queriendo enraizarse y crecer, florecer. No, él no dejaría que eso ocurriese. No se condenaría a sí mismo.—Siempre odiaré esa noche que te vi tan apacible en los brazos de aquel hombre —profirió, sin mirarla—. Ahora me percato de algo y, quiera o no, aquella imagen estará en mi mente y sé que se repetirá una y otra vez. Pensaré en esa noche, pensaré en ti con otro hombre.—Y yo pensé y creí que eras un chico honesto, pero me equivoqué —La voz serena logró que girarse y quedase, de nuevo, frente a ella
No durmió casi nada porque los muchos pensamientos que pululaban por su mente no lo dejaron descansar como lo hubiese querido, pero ahora que el día comenzaba, todo aquello fue olvidado. Tenía solo un día para disfrutar de las delicias que la vida le ofrecía porque mañana todo cambiaría.Era el menor de tres hermanos, la oveja negra de la poderosa y multimillonaria familia Brin. Y sí, Santiago Brin había renegado de cualquier responsabilidad sobre el legado familiar. Sin embargo, si tenía en cuenta que desde pequeño fue inculcado con la convicción de que algún día fuese parte de las empresas, bueno, no tenía culpa alguna de poseer inteligencia y destrezas para los asuntos de negocios. Pese a ello, cuando cumplió los 20 años, renunció a todo ello y se marchó de la casa, buscando su propio destino. Su pasatiempo, desde que solo era un crío,