—Tú, cómo es…
—Yo.
—Pero…
—Oh, no te preocupes. Solo estoy aquí para darte un indicio.
—¿Qué estás diciendo?
—Venga, lo que has oído. Solo te diré que yo sé lo que soy y siempre reconocí que nunca fui un buen hijo ni un buen hermano. Sí, también soy un desagradecido con todo, pero yo sé eso y ellos también lo saben. Siempre lo supieron.
—Escucha…
—Solo un indicio —interrumpió, otra vez—. Solo estoy aquí por mera casualidad y por la misma me enteré de tu llegada.
—Pero…
—Deja de interrumpir. Me pregunto qué diría mi padre si supiese que todo lo bueno que haces para la compañía es gracias a mi, ¿eh?
—No entien…
—Bueno, eso es evidente porque
La semana finalizó con buenos avances, de eso no le cabía la menor duda. Había progresado con la pintura del jardín, aunque de ahora en más tendría que ralentizar un poco el ritmo si quería seguir yendo por un par de semanas más a la casa de la muchachita indecente. Ayer le dijo a la empleada que por ser fin de semana no iría a la casa, que prefería darles un respiro de su presencia y esta le había insistido que no habría problema alguno si decidía ir también a pintar su cuadro los sábados o domingos. Santiago se negó por un motivo muy importante: tenía que vender uno de esos retratos que había hecho anteriormente y conseguir dinero porque sus escasos billetes estaban agotándose y necesitaba seguir pagando la posada en la cual se hospedaba. No le había dicho esto último a la empleada, ella no tenía por qué saberlo, eso era c
De nuevo tuvo que regocijarse por dentro, había valido la pena su actuación de buen chico durante todo el tiempo que desperdició acompañándola a realizar las compras. Había sido un caballero llevando las bolsas y preguntando cualquier tontería para sacar conversación e información, aunque con esto último no hubo tanta suerte porque la chiquilla mucho no dijo sobre sí misma.Y ahora, mientras caminaba a su lado, cargando las bolsas, la observó minuciosamente y se preguntó el por qué despertaba tanto interés en él una muchachita como esta.—Dime, Santiago, ¿qué es para ti pintar?La pregunta lo tomó tan desprevenido, ocasionando que frenase los pasos y quedase parado en medio de la vereda. Analizó la pregunta en su mente, nunca nadie, su familia no contaba, le había cuestionado sobre su trabajo, su pasión,
Tan pronto como extrajo aquel teléfono móvil de la caja fuerte y lo prendió, se arrepintió. Cientos de mensajes de textos, cientos de llamadas perdidas y quizás otros cientos de mensajes de voz. Solo unos pocos eran de su madre y el resto eran de su padre.Se maldijo una y otra vez mientras se paseaba como un demente por la habitación de la posada. Gruñó algún improperio por lo bajo y guardó de nuevo el teléfono móvil dentro de la caja fuerte. No tenía tiempo para sentimentalismos baratos.(…)Santiago se había hecho una “fama” en la ciudad y ya era conocido por muchas mujeres. Después de ir a la galería y vender otros retratos y una pintura al aleo, fue a una cafetería distinta. Necesitaba probar otras cosas y sabía que allí bien podría conseguir lo que andaba buscando.Bribón como solo Sant
Santiago tarareaba una canción cualquiera por lo bajo mientras trazaba su pincel en el lienzo. El cuadro cada vez iba tomando mas forma del paisaje que tenía frente a sus ojos. Frondosos y tupidos árboles, arbustos pequeños, plantas de flores y varios rosales, todo esto sobre un extenso vergel de verde césped. Las vistas eran fascinantes y, la verdad, él había quedado hechizado con el paisaje. Sin embargo, el plan de ralentizar el trabajo estaba dando sus buenos frutos. Hacía ya dos semanas que iba a la casa y cada mediodía disfrutaba de las comidas de Beatriz. De la “señorita” mucho no sabía, no desde aquella vez que se encontraron en el mercado Mossen Sorell, pero no le dio tanta importancia porque sabía que tarde o temprano terminaría cayendo en sus redes.Dentro de su rutina, Santiago también seguía yendo a la cafetería y sí, participaba de ma
Santiago trabajó en su cuadro durante una hora sin detenerse. La inspiración había aflorado y crecía con cada pincelazo que trazaba en el lienzo. Cualquiera que lo viera, podría suponer que él carecía de talento o de afán por superarse, pero no era así, en lo absoluto. Si había algo que Santiago amaba en el mundo era su vocación, una vocación que nunca dio por dudosa porque ni su madre ni hermano ni su hermana y ni su padre lograron que él se diese por vencido ante sus propósitos de vida. Porque Santiago sí tenía una familia.En este momento, solo se centró en plasmar el paisaje en el cuadro, olvidándose de su familia y hasta de Olivia. Nada ocupaba su mente más que su pasión por la pintura y continuó de ese modo hasta que miró la hora en su reloj de pulsera, un reloj barato que había comprado cuando Beatriz le hab&ia
Deambuló por las calles, sumido en sus tantos pensamientos, tratando de alejarse y poder hallar respuestas a sus centenares de dudas que rondaban por su mente. No había dormido casi nada, demasiadas cosas pululando por aquí y allá y, por la misma razón, decidió no perder tiempo y levantarse muy temprano y solo… caminar. El sol aún estaba medio dormido, iluminando débilmente con los rayos ocre, el aire seguía siendo fresco y Santiago se dejó guiar por sus instintos.Llegó a un taller mecánico, el que le había recomendado el camarero de la cafetería que ya era costumbre visitar y decidió vender su viejo Ford. Le había costado tomar esa determinación, pero sabía muy bien que pagar el costo del arreglo, bueno, no valía la pena cuando bien podía hacer una llamada telefónica, parlotear un poco y tener un coche último modelo
Divisó el enorme portón de rejas y sus pasos se detuvieron, ¿qué estaba haciendo? No, Santiago necesitaba tener respuestas, aclarar su mente y la única que podía darle todo eso era la chiquilla. Giró sobre sí, regresando por el sendero que conducía a la puerta principal.Dejó el caballete y el maltratado bolso a un lado de la puerta y, sin dudar un segundo, llevó su mano al picaporte y lo hizo girar. La puerta se abrió sin problema alguno e ingresó a la casa. No se detuvo a mirar los lujosos muebles ni las cortinas de seda italiana, se situó al pie de las escaleras, con la mirada fija como la de un halcón.—¡Olivia! —exclamó—. Olivia, necesitamos hablar.No obtuvo respuesta, pero si había algo que caracterizaba a Santiago era su insistencia cuando algo quería. No se daba por vencido tan fácilmente, nunca lo
—¿En serio, tú otra vez?—En efecto, yo otra vez.—¿Y bien, ahora qué ocurre?—Esa cuestión te la hago a ti, ¿aparecieron los millones que faltan?—Sí, por supuesto. Solo no quise decírtelo.—No juegues conmigo.—¿Cómo pretendes que aparezcan tres millones de dólares de la noche a la mañana?—Ese es tu maldito trabajo.—Pues debo decirte que ese dinero aparecerá cuando Filipo Wetter dé la cara.—No, no creo que eso suceda porque es un error.—Já, ¿qué estás diciendo?—Lo que oyes y le vas a decir a Stefano Brin que estoy aquí y que quiero tener una reunión con él y con los otros, ¿entiendes?—¿Ah, sí? ¿Y qué le dirás?—T&uacu