Santiago quedó mirando absorto a aquel niño que correteaba de un lado al otro por el jardín que una vez él mismo pisó. El mismo en el cual hace tiempo atrás estuvo con su caballete y lienzo, con pintura y pinceles… Aquel jardín que lo hechizó y quiso pintarlo y…
—¿Quién es usted, señor? ¿Necesita algo? ¿Es algún tipo de vendedor?
Santiago salió de su ensimismamiento al oír la voz y fijó la mirada en la persona que habló. Era una mujer de estatura media, de cabellos color cobre con algunos mechones blanquecinos y ojos color marrón. El rostro de la fémina portaba un ceño fruncido y él se percató de la mirada interrogatoria de esta.
—No vendo nada, señora —replicó, luego de unos segundos—. Y, siendo honesto, sí, necesito hablar con la señorit
La distancia fue un buen recurso. El tiempo un buen amigo. Las mujeres las compañías. La pintura su dispersión.Escocia fue su elección. Edimburgo su destino. Princes Streer Gardens su refugio.Algunas veces, en el pasado, se le había cruzado por la mente el pensamiento de amor, pero nunca imaginó que terminaría enamorándose de una ciudad. Fue amor a primera vista, por decirlo de alguna manera. Había quedado hechizado, embelesado, embobado a causa de una ciudad que jamás creyó poder visitar.Escuchó decir muchas veces que el tiempo cura todos los males, pero lo cierto era que no había ningún mal que curar porque lo que él tenía y sentía, no tenía cura.Tres años pasaron desde que optó por centrarse únicamente en su vida, lejos de cualquier persona que alguna vez conoció, lejos de su propia familia. Desco
Aquellos sentimientos familiares emergieron desde lo profundo de su ser, arrasando y destruyendo su típica máscara de altanería, aunque, bueno, solo fue por unos pocos segundos.De pie en medio del vestíbulo, su mirada analítica iba y venía, reconociendo cada recoveco en los cuales alguna vez jugó cuando era solo un crío. Una pena, Santiago ya no era ese crío.—Por aquí, señor Brin —Quiso rodar los ojos ante el comentario absurdo de la despampanante mujer—. Su padre lo…—Escúchame, preciosa, estoy en la casa en la cual crecí —imperó, su voz con atisbo de sarcasmo—. La cual, por cierto, también es mía. No necesito una guía turística para saber dónde está mi padre.—El CEO Brin Stefano me ordenó que…—Me importa un comino lo que te ordenó
A los lejos podía oír ecos de lo que supuso eran gritos, pero todo él se encontraba inerte, con los ojos puesto en el hombre que yacía sentado en el lujoso y elegante sofá de cuero negro. El ojo izquierdo del hombre comenzaba a tomar un horrible color violáceo, transformando el rostro impasible en uno dolorido y agónico. Unos ojos color calaíta lo miraban con palpable aflicción y algo en su interior despertó, trayéndolo a la realidad.—Q-qué… hice —murmuró, sus facciones mutando a un gesto agnóstico.—Me lo merecía —habló el hombre—. Hace años que me lo merecía —Sus ojos viajaron por el rostro ajeno, la verdad cayendo y enjaulándolo—. No me veas así, es la verdad.Una risita incrédula escapó de sus labios heridos y negó con la cabeza, asimilando lo que hab
El tiempo se detuvo, todo a su alrededor desapareció y solo quedó él, asimilando las palabras de su padre. No era algo que se debía de tomar a la ligera. Una noticia de tal magnitud era inverosímil que la digiriese así nada más, pero algo en todo el asunto no encajaba, algo estaba fuera de lugar y ese algo era él. Santiago no entendía la razón de que ahora supiese esto, él no tenía nada que ver. Eran cosas de su padre y no suyas, entonces, ¿por qué de pronto sentía que debía de hacer algo?, pero hacer qué exactamente.—¿Estás bien, hijo? —Un escalofrío recorrió por su espina dorsal y miró confuso a su padre—. ¿Te hiciste daño?—¿Qué…? —Frunció el ceño y sus ojos cayeron de nuevo al piso cubierto de pequeños trozos de cristal—.
Cada músculo de su cuerpo se contraía y estiraba con las embestidas de sus caderas, el sudor goteaba de su frente y caía sobre los senos que se balanceaban como si fuesen una deliciosa gelatina. Los gemidos y jadeos que escapaban de los labios gruesos y rojizos de la mujer calaban profundo en sus oídos, mezclados con los balbuceos apenas entendibles.—Santi, fóllame más duro —pidió la mujer.Santiago agarró las piernas desnudas y las sujetó fuertemente hacia arriba, dejando más expuesta la cavidad húmeda y caliente de la fémina. Se deleitó viendo su duro y grueso pene entrar y salir de la vagina. Resbaloso, caliente y a punto de llegar al clímax.Bajó las piernas de la mujer y la instó a que le rodease las caderas. Ella lo hizo y él se inclinó hacia delante, una mano jugando con un pezón rosado y su boca y lengua jugand
Un hombre elegante, vestido con un traje color azul oscuro de tres piezas, camisa blanca, corbata negra y zapatos negros. El cabello peinado hacia atrás, el rostro desprovisto de barba… Esa imagen en el pulcro espejo proyectaba un hombre imponente, un hombre de mirada austera, un hombre que exudaba prepotencia y poder. Ese hombre era él y le llevó varios minutos percatarse del abrupto cambio que padeció con solo vestir un traje que valía cientos de dólares. Sin embargo, la imagen del espejo curvó los labios en una altanera sonrisa y Santiago supo que por más que vistiese impolutamente de pies a cabeza, en el fondo seguía siendo él mismo.—Muy bien, Santi, es hora de que comience el espectáculo —musitó a su imagen.Alzó la barbilla en un gesto altivo y salió de la habitación. Cuando llegó a la sala de estar, vio a su padre vestido de la mism
Un año transcurrió desde que fue arrastrado de nuevo a Madrid, de nuevo a casa. Un año de cambios. Un año del cual sacó provecho. Un año que laboraba en la empresa familiar. Un año pasando desapercibido cuando había gente en la casa. Un año que le sentó bien. Un año en el cual había hecho cambios en sí mismo y le gustó. La personalidad altanera, propia de sí, la mantenía a rayas, solo sacándola a relucir de vez en cuando. Ya no se comportaba como un hombre que vivía solo para gozar de los placeres mundanos, esos placeres que ningún hombre debiese de desaprovecharlos. Había hechos grandes cambios desde raíz y ahora, después de un año, estaban a la vista. Las ropas viejas y andrajosas fueron reemplazadas por trajes elegantes, de diseño exclusivo. Las zapatillas desgastadas, por zapatos Crockett&Jones¹, Lottusse², entre otras marcas caras. Era y se sentía un hombre completamente distinto del que alguna vez fue o, mejor dicho, de lo que era hace un año atrás.
Hacía mucho tiempo que no salía. Hacía mucho tiempo que no frecuentaba un bar. Hacía mucho tiempo que no se divertía. Y hacía una semana que no podía pasar la noche con Gretchen. A pesar de extrañar su antigua vida de libertinaje, lo que más extrañaba era la compañía femenina.Antes de ingresar al bar, tuvo un momento de reflexión, pero no fue suficiente para detenerlo y cometer, quizás, un grave error.El lugar estaba atiborrado de personas; algunas ocupaban mesas y otras se encontraban en la pequeña pista de baile. La música resonaba fuerte, ocasionando que las personas en la pista se moviesen al compás del ritmo, restregándose entre sí, riendo y hablando a gritos, pero nada de eso le llamó la atención porque alguien ya había ganado su interés y ese alguien se encontraba en la barra.Santiago sinti&oac