Capitulo II

El coliseo estaba abarrotado de personas, humanos y algunos vampiros que lograban mezclarse entre la multitud. La familia real estaba ubicada en el palco más alto y visible del lugar. Venecia, sentada al lado izquierdo del rey, vestía un extravagante vestido rojo, y accesorios del mismo color que adornaba su cuello y manos. La vestimenta de Debora era más sencilla. El blanco de su vestido hacía resaltar su largo cabello negro, y su hermosa piel blanca carecía de cualquier tipo de maquillaje y artificios, brindándole un aspecto más sencillo, pero nunca vulgar. El monarca vestía también de blanco, pero las miradas eran cautivadas por su inmensa corona decorada con rubíes. Justo debajo de ellos yacía otro palco, donde el portavoz del reino se comunicaba con todos los espectadores.

-A través de los siglos hemos sido víctimas de los infames demonios. –Comunicaba el portavoz, envuelto entre aplausos y elogios – ¡Nunca más! –Finalizo así, aumentando aún más la euforia del público.

            En ese instante llegaron al coliseo tres guardias, cada uno con un vampiro con las manos atadas a la espalda. Caminaron toda la arena hasta llegar a tres pilares que se hallaban en el centro del coliseo. Los espectadores se agasajaban como si de un espectáculo de circo se tratase, mientras que los hombres inhumanos guardaban silencio. Sabían qué les deparaba el destino desde el instante en el que fueron capturados y no había nada que pudieran hacer para evitarlo, así que prefirieron perecer con orgullo que hacerlo suplicando perdón sólo por ser quienes eran.

No demoró mucho tiempo para que un hombre de piel blanca, cabello rubio, y ojos claros se apareciera en el coliseo. Lucaccio vestía pantalones negros, sin camisa y sus pies estaban en contacto directo con la arena. Sostenía en sus manos un arco, y en su espalda tres flechas con punta de plata. Cuando los tres vampiros yacían aferrados a los pilares, el singular guardia se posicionó frente a ellos. Los ojos de Debora se enfocaban enfáticamente, sobre el hombre semidesnudo del coliseo. No recordaba en qué momento, Lucaccio, se había convertido en quien era ahora: ese hombre atroz y servicial al régimen de su hermano. No lo desestimaba como amigo, pero no consideraba plausible su estilo de vida. El joven guardia no era sólo un cazador de vampiros, también los asesinaba.       

-Lucaccio –Dijo el portavoz, dirigiéndose al arquero –Verdugo de nuestros verdugo ¡Acaba con ellos! –La multitud estalló en euforia. El hombre puso sus pies firmes en el arenoso suelo, alcanzó una de las flechas en su espalda y la acomodó en el arcó que apuntaba hacia uno de los tres demonios en el centro del coliseo. Los ojos claros del verdugo miraban con precisión su primer objetivo. Le gustaba que su rostro fuese el último que sus víctimas apreciaran antes de morir. En un instante tan efímero como un parpadeo la flecha que sostenía fue lanzada hasta clavar justo en el corazón del vampiro quien agonizó por breves segundos antes de fallecer. Los labios de Víctor se extendieron en una soberbia sonrisa luego de que la muchedumbre colmara el coliseo de aplausos, en cambio Debora se vio forzada a cerrar los ojos para evitar ser testigo del crimen que Lucaccio cometía. Bajó la cabeza para ver su regazo, mientras sus oídos seguían percibiendo el alboroto y el escándalo que formaban cuando el verdugo se preparaba para aniquilar al segundo vampiro.  

-¿Te encuentras bien, Debora? –Cuestionó Venecia al ver a su cuñada cabizbaja.

-Sí, sólo necesito un poco de aire fresco. –Se excusó Debora, levantándose y marchándose. De haber estado en otra circunstancia Víctor hubiese ido detrás de ella, pero no podida correr a mitad de la mortandad, sería desvalorizar una tradición.

Los pasos de Debora la llevaron hasta uno de los pasillos más extensos del castillo. Desde que estaba muy pequeña, Debora había sido testigo de aquel acto atroz, pero no importaba cuánto tiempo pasará, ella seguía reaccionando como una niña pequeña, horrorizada con algo que su hermano sentía natural. Se aproximó a una de las ventanas que yacían abiertas y respiró un poco del aire fresco que se colaba por la apertura. Tratando de desprender su alma de la sensación que percibía con la mortandad. Advirtió el sonar de unas pisadas que se acercaban a su dirección y no tardó en avistar a Don modesto quien llegaba a compartir la estancia donde ella se hallaba.

-Niña Debora. –Habló el longevo hombre, robándole una sonrisa a la mencionada. –No debería estar aquí.

-Prefiero estar aquí que volver al coliseo. –Se sinceró Debora. Don modesto sabía lo mucho que detestaba la mortandad, aunque lo adjudicaba al buen corazón de la chica quien siempre se mostró empática hacia los demás. Era una cualidad que compartía con su madre, Víctor, en cambio, se asemejaba más a su padre con un talante austero y frío.

-¿Asistirá al festejo de esta noche? –Cuestionó Don modesto.

-¿Tengo otra opción?

-Por supuesto que la tiene. Si no siente el gusto de acompañarnos, no lo haga. No la podemos obligar a contradecir sus deseos. –Articuló el hombre, cautivando el interés de Debora. La festividad que se llevaba a cabo luego de la mortandad era una costumbre de antaño a la que Debora asistía, siempre, exigida, por tal razón fue una sorpresa para ella oír a Don modesto cediéndole la posibilidad de no hacer acto de presencia en la prestigiosa velada. El longevo hombre sabía que su decisión causaría polémica entre los medios de comunicación del reino, y eso enfurecería al monarca, más aún al ser una decisión efectuada sin su consentimiento, pero prefería enfrentarse a Víctor antes de arriesgarse a que Debora se viera rodeada de tantas personas. Don modesto estaba seguro que más temprano que tarde el caos entre la familia real estallaría. Aunque no tenía manera de evitarlo, sí podía atrasarlo, y así lo haría hasta más no poder.

(…)

            Mientras que sus diseñadoras tomaban las medias exactas para confeccionar un traje a la medida que el rey pudiera lucir en la celebración de la noche, Víctor apreciaba su reflejo en el espejo, no por vanidad, más bien era por la ironía que advertía al ver a un hombre recio posado de pie al otro lado del cristal, nada semejante al hombre temeroso y preocupado que sentía en su interior. El monarca siempre creyó tener todo bajo su control, a pesar de las cientos de veces en las que Don modesto le hacía saber que lo que se avecinaba era algo más grande que sus capacidades. Empezaba a sentir la presión de la realidad y no tenía ni la menor idea de qué hacer. Consideraba una locura meditar como solución los consejos de Don modesto, y aunque la desesperación lo convertía en un loco, la cordura volvía a él cuando recordaba que no se trataba de alguien apilado en lo trivial, sino de su hermana, sangre de su sangre. Sus ojos saltaron de su reflejo al de Venecia quien entraba a la estancia inesperadamente.

-Tómense un descanso. –Vociferó el monarca bajándose del pequeño taburete en el que estaba posado. Las costureras no cuestionaron su decisión y se marcharon dejando un ambiente de privacidad y comodidad para los reyes.

-Lucirás perfecto está noche. –Afirmó Venecia, Víctor esbozó una carcajada. Deseaba que todos pudieran verlo con los mismos ojos con los que lo hacía su esposa.

-Quedé intrigada con la manera en la que Debora actuó en el coliseo.

-No es algo nuevo. –Repuso Víctor encogiéndose de hombros.

-Lo sé, pero creo que está vez reaccionó con exageración. –Opinó Venecia, el rey guardó silencio, no tenía razones para desestimarla. Sólo esperaba que la acción de Debora no tuviera relación con respecto a su anomalía.  

-Le diré que pronuncie una disculpa durante la cena de la velada de hoy.

-¿Cómo dices? –Inquirió la mujer con inquietud. –Estuve hablando con Debora y me comentó que Don modesto le había permitido ausentarse en el festejo.

-¿Disculpa? –Replicó Víctor atónito. En ese instante agradeció a las casualidades de la vida que llevaron a Don modesto hasta la estancia en la que se encontraban. El monarca no esperó un solo segundo para exigirle una explicación al longevo hombre.

-Creó que es la mejor decisión…

-¿Crees que es buena idea que Debora se ausente de la velada, luego de marcharse de forma irrespetuosa de la mortandad? –Preguntó incrédulo Víctor, enfadado.

-La señorita Debora no se encuentra en sus mejores condiciones para compartir con otras personas. –Dijo Don modesto con calma, entonces Víctor entendió la verdadera razón por la que el hombre frente a él osó a perjudicar la reputación de la realeza. Ojeó a Venecia quien se detallaba confundida. Conocía bien a su mujer y sabía lo curiosa que podía llegar a ser, así que prefirió no seguir ondeando en el tema.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo