Con gran indignación, Víctor regañaba a Debora por la decisión que tomó al liberar a la vampira, un acto que se consideraba traición y era condenado con privación de libertad. La menor de los Rousseau lo sabía, pero no estaba dispuesta a quedarse con los brazos cruzados, mientras se cometía una obvia injusticia. -Es tiempo que las leyes sean renovadas, no puedes seguir asesinando a inocentes sólo…-¿Inocentes? –Replicó con incredulidad el monarca. –Esos demonios chupa sangres han asesinado más de nosotros que nosotros de ellos.-Hacen lo necesario para protegerse y evitar su exterminio.-No tienes ni idea de lo que dices. –Vociferó el primogénito, sintiéndose al borde de la exasperación. La traición de su propia hermana lo había puesto entre la espada y la pared, aún respiro del derrocamiento. La solución era indiscutible, Debora tenía que excusarse ante todo el reino sin embargo, Víctor temía que el remedio fuese peor que la enfermedad. Su hermana podía ser muy impredecible.
El Conde yacía de pie en la sala de estar de la casa Franco, a esperas de Sonya quien nostálgica se despedía de su madre y de su abuelo. No era la primera vez que Howard refugiaba a un humano en su tribu y no tenía inconvenientes en hacerlo, así podía depurar la mala reputación que la falsa monarquía les imputó. Varios de esos refugiados agradecían el gesto apoyando su causa.-Debemos irnos. El camino es largo. –Dijo el conde, cansado de la prolongada despedida. Antes de que pudiese marcharse, Estela le entregó a su hija el único objeto de valor que la familia podía presumir, un colgante hecho de plata pura. -Nunca te lo quites. –Aconsejó la madre. Los accesorios de aquel material podían vulnerar a los vampiros, era la manera en la que los ilustres se defendían. -Estará bien, lo prometo. –Dijo el Conde.-Tu raza es descendiente del mismísimo Lucifer. Con ustedes, mi nieta, jamás estará a salvo. – Acusó el longevo hombre. –Juró que no descansaré hasta a ver a tu raza devuelta en e
La incertidumbre era predominante en el sinfín de emociones que el monarca sentía. Todo a su alrededor se estaba derrumbando pedazo a pedazo. Después de la hazaña de su hermana en la mortandad, sus aliados de otras comarcas estaban reconsiderando desvincular sus convenios, negándose a involucrarse con un régimen que apoyaba, parcialmente, a los vampiros. Si desterraba a Debora del reino sus alianzas se fortificarían, además de que estuviera evitando problemas futuros sin embargo, no parecía ser razón suficiente para flaquear su corazón. Víctor se sentó en el borde de la cama y suspiró profundamente. Sus pensamientos estaban tan ofuscados como lo estaba el cielo de aquella noche, y la lluvia del exterior no se asemejaba a la tormenta desatada en su cabeza. Sintió las turbulencias de su alma despejarse cuando los brazos de su esposa se enlazaron alrededor de su cintura. -No te sigas mortificando. –Dijo la mujer depositando un beso en la parte posterior de su cuello. -No entiendo c
Usaba sus manos para terminar de arreglar un par de hebras rebeldes en su cabello rubio, mientras detallaba su reflejo en el espejo, esperando ver un deterioro en su traje oscuro que pudiera deshacer antes de partir de su casa. Lucaccio no solía vestirse con tanta elegancia, así que se aseguraba de lucir perfecto las pocas veces que lo hacía, más aún cuando la velada sería junto a la hermana del monarca. Ojeó por última vez al aquel caballero del espejo antes de acercarse a un buró de madera caoba y sacar de uno de sus cajones una afilada daga de plata que guardó en la parte posterior de sus pantalones a la altura de su cintura, el tamaño del pequeño objeto no formaba bulto, así que no era divisible, pero más importante, no desaliñaba su traje. Abandonó su ostentosa morada que en ningún lugar expresaba modestia. El verdugo no gozó de ninguna riqueza cuando era un niño, así que, de adulto ya, no se limitaba con sus caprichos. Cualquier cosa que quisiera la adquiría, sin medir costos u
Las horas del día resultaron eternas para Debora, quien en ningún momento cruzó palabras con nadie. Para la inusual ocasión decidió colocarse un elegante vestido rojo, su cabello suelto con ondulaciones en las puntas y sus labios estaban pintados del mismo tono carmesí del vestido, decidió lucir igual que lo haría en una cena convencional, sólo esperaba que no fuera demasiado elegante ni extravagante para cenar con un vampiro. Debora bajó de su habitación para encontrarse con el encargado de conducir el carruaje que la llevaría hasta el lugar de encuentro pautado, el cochero yacía en espera de la joven Rousseau en la estancia principal del castillo, Debora frenó en seco al percatarse de la inesperada presencia de su hermano que platicaba con el empleado. -Iré a preparar el carruaje, señor. –Pronunció el cochero, abandonado la estancia después de una reverencia para el rey, dejando en privacidad a los hermanos. -Te ves bien. –Alagó con sinceridad Víctor, levantándose del mueble con s
El restaurante en donde se llevaría a cabo la cena era uno de los lugares más prestigiosos del reino, para el alivio de Debora quien se sentía más amena en un espacio público que en un suburbio desértico. Estaba sentada justo al lado opuesto de El conde de los vampiros, distanciada sólo por una mesa de cristal, preguntándose qué pasaba por su mente, si se sentí tan abrumado como ella lo estaba, de ser así lo disimulaba bastante bien bajo un talente indiferente, mientras leía la carta del menú que sostenía en sus manos.-¿Planeas hacerme daño? –Dijo Debora en un murmuro.-No. –Dijo tajante, en ese instante llegó una camarera para anotar sus pedidos y llevarse las cartas. Cuando nuevamente quedaron solos, Howard continúo, está vez sosteniéndole la mirada a su compañera. –No tengo razones para hacerlo. -Creí que tu objetivo y el de toda tu gente era derrocar el reinado de mi familia. –Añadió Debora, El conde negó.-Dios se manifiesta atraves de la voz de los habitantes, no podemos aca
El reencuentro con el verdugo sería una particularidad de compensación, pero sólo para Kisha así que bajó a su encuentro con la condición de que Raymond permaneciera en las alturas del tejado y así lo hizo, no sin antes reiterarle que bajaría si la veía en peligro, aunque difícilmente iba a estarlo. Con la chica inconsciente entre sus brazos, era incapaz de poder moverse. Su mente estaba puesta en la daga de plata que, como siempre, llevaba consigo, pero tomarla no iba a ser sencillo.-No te preocupes por ella, estará bien.-¿Tú lo hiciste? –Preguntó Luca entre dientes, Kisha afirmó con la cabeza. - ¿Me matarás ahora?-Te recuerdo que el verdugo aquí, eres tú. –Habló la vampiresa. –Aunque te resulte difícil de creer, nunca he asesinado a ningún humano, y te aseguro que muchos se lo merecían, pero tú, no haces parte de éstos últimos.-Haz lo que tengas que hacer. No necesito de tu misericordia.-Es cierto no la necesitas, porque ya las has ganado. –Dijo Kisha, inmutando las facciones d
Las gotas de agua se resbalaban por su cuerpo relajando sus músculos tensados, mientras se afanaba por recordar más que sólo a la vampira a la que, por segunda vez, no pudo asesinar. Quería recordar cómo se había hecho las cicatrices en su cuello. Cómo había regresado a su casa, o más bien quería pensar en cualquier otra cosa que sacara a Kisha de su mente. Golpeó la pared con su puño, repetidamente. Le enfurecía reconocer la debilidad que sentía hacía esa inhumana. Vivía solo así que no tenía ningún inconveniente con salir desnudo del cuarto de baño. Se acercó a su guarda ropa y tomó unos pantalones de color oscuro, Tanteó en usar una camisilla, pero no podía mostrar las cicatrices de su cuello, básicamente porque no sabía cómo explicarlas, entonces tomó un suéter de cuello alto que no usaba muy seguido. Abandonó su morada cuando avistó al cochero aparcarse a las afueras de la misma que, afortunadamente, no había demorado demasiado en llegar. Luca deseaba salir lo más pronto posibl