Se acerca el gran final...
Estela caminaba entre lápidas, arropada bajo una esencia lúgubre que no daba tregua a su alma desde la tragedia de su familia, sólo deseaba poder haber sepultado a su hija así como lo hizo con su padre. Se detuvo frente a su tumba con un rostro inexpresivo sintiendo el torbellino de emociones que movía su corazón, a veces la invadía la nostalgia al reconocer el inminente deceso de su padre, el hombre que le dio la vida y que siempre estuvo con ella aún después del abandono de su madre; y al mismo tiempo se manifestaba el odio al recordar que fue aquel señor quien asesinó a su única hija, la razón de su vida. Era una pesadilla que cercenaba hasta el último pedazo de su corazón; y de la que no sabía cómo despertar. -Lamento lo que sucedió con su padre, Estela. –Escuchó la mujer fijándose en el hombre de cabello canoso y frondosa barba que estaba a escasos centímetros de ella. -Conoció a mi padre. ¿Cómo?–Pronunció Estela sin inmutarse de su fría expresión. -Coincidimos en algunas reun
El sol se ocultó cediéndole el paso a una noche fría y pletórica de oscuridad, ni una solitaria estrella brillaba en el cielo, existían razones para que fuera así. Ningún astro quería ser testigo de la guerra que se avecinaba entre especies. En el coliseo no había espectadores sólo el monarca, el verdugo y sus víctimas atadas a pilares como ya era habitual. -¿Dónde se esconde tu raza? –Exigía saber por enésima vez Víctor sin recibir respuesta. Ysnoa mantenía su cabeza agachada, levantándola en algunas ocasiones sólo para ver el revólver que sostenía el verdugo entre sus manso, tantas veces había visto la mortandad, pero nunca antes había visto que usaran un arma ordinaria. Desvió sus ojos carmesí a Kisha quien yacía a un lado, manteniéndole la mirada firme y desafiante al monarca que empezaba a impacientarse, si Kisha sentía temor lo disimulaba bastante bien. –Traté de ser indulgentes con ustedes, pero… -Dijo el monarca haciendo ademanes a dos guardias que se escabullían
En un parpadeo la tribu había sido invadida por los guardas de la falsa monarquía, comandados por Don modesto. El Conde rescató a cuántos humanos y vampiros bisoños pudo y les ordenó que se marchara lo más lejos posible de la despiadada guerra. Los guardas usaban flechas y balas de plata para asesinar a los vampiros, mientras que ellos usaban sus dotes para reprimir a los soldados que vestían una armadura ordinaria, y fragmentaban las extremidades de aquellos cuya armadura era de plata. Desde la lejanía, Howard veía con desdén su tribu arder en llamas y a algunos vampiros que caían inertes en el suelo. No importaba cuántos siglos pasaran o cuántas guerras presenciara nunca era fácil ver cómo todo lo que él había construido, todo en lo que él creía se desmoronaba pedazo a pedazo. Su mirada tropezó con el hombre longevo que cobardemente guiaba a su tropa. No tardó en descender a su encuentro, dispuesto a asesinarlo. Caminó sigiloso camuflándose entre los arbustos y las sombr
Don modesto siempre creyó que Víctor no estaba preparado para hacerse cargo del reino, menos arrastrando con él el secreto de Debora, por esa razón se había abstenido de contarle acerca del significado de la herencia de sangre que corría en las venas de su hermana. Insipiente de tal información, creía exagerada la decisión de Debora al querer huir del reino. -Sabemos cómo ocultar está verdad como hasta ahora lo hemos hecho. No tienes por qué irte. -Se afanaba por tranquilizar el rey, viendo desde la entrada a su hermana empacando. -Es más grande de lo que crees, más grande de lo que podemos controlar. -Dijo Debora paseándose toda su habitación, buscando sólo objetos de importancia. -Ellos vendrán por mí. -No permitiré que te lastimen. -Y no querrán hacerlo, te lo aseguro. Es todo lo contrario, me van a veneran. -Escapó de la boca de la mujer. Víctor se vio obligado a acercarse y detener su andanza. -¿Qué quieres decir con eso? -Preguntó confundido. -Yo soy... -Un desgarrador grit
El brillo de la noche era opacado por las grisáceas nubes que cubrían todo el cielo, y las pequeñas gotas de una suave brisa era sólo el inicio de una pronta tormenta. El monarca se encontraba en uno de los balcones del castillo, bebiendo un refrescante coñac, mientras observaba el deprimente panorama natural.- ¿Cómo sigue Debora? - Preguntó Venecia quien llegaba inesperadamente a la estancia, ella se convirtió en reina luego de casarse con el heredero del trono.-No lo sé. Don modesto está cuidando de ella, y no he recibido notificación alguna de su parte. –Respondió Víctor, volviéndose hacia su esposa. Su cabello largo, caía en ondulaciones rojas y castañas claras como un rayo de sol perpetuo, combinando de forma etérea con sus ojos color café. La belleza que derrochaba era una semejanza a la perfección. Venecia tenía seis meses de embarazo y el monarca sólo pedía que su primer descendiente se pareciera más a ella que a él, no sólo en el físico, también en lo intangible. - ¿Cree
El coliseo estaba abarrotado de personas, humanos y algunos vampiros que lograban mezclarse entre la multitud. La familia real estaba ubicada en el palco más alto y visible del lugar. Venecia, sentada al lado izquierdo del rey, vestía un extravagante vestido rojo, y accesorios del mismo color que adornaba su cuello y manos. La vestimenta de Debora era más sencilla. El blanco de su vestido hacía resaltar su largo cabello negro, y su hermosa piel blanca carecía de cualquier tipo de maquillaje y artificios, brindándole un aspecto más sencillo, pero nunca vulgar. El monarca vestía también de blanco, pero las miradas eran cautivadas por su inmensa corona decorada con rubíes. Justo debajo de ellos yacía otro palco, donde el portavoz del reino se comunicaba con todos los espectadores. -A través de los siglos hemos sido víctimas de los infames demonios. –Comunicaba el portavoz, envuelto entre aplausos y elogios – ¡Nunca más! –Finalizo así, aumentando aún más la euforia del público.
La brisa del invierno se hizo presente durante toda la mañana, una condición climática muy codiciada por los vampiros. El conde se encontraba en la sala de estar de la mísera casa de la familia Franco acompañado de su edecán Raymond, un hombre de estatura promedio, cabello negro y ojos de color pardo oscuro que se apreciaban bajo un par de cejas pobladas. Ambos hombres aguardaban, pacientes, arropados por la disminuida intensidad de la única lámpara que no lograba iluminar toda la estancia. El silencio no era inusual. Las palabras quedaban amarradas en un nudo cada vez que la monarquía asesinaba a miembros de su tribu. En el pasado, ya lejano, los inhumanos podían vulnerar la fortaleza del reino y salvar a su gente de la mortandad, pero luego de un tiempo era absurdo incluso fantasear con la posibilidad de hacerlo. La defensa del castillo se había consolidado. No tenían forma de penetrar al coliseo y salir airosos de una misión que se pudiera etiquetar como suicida. El final de la
Las agujas del reloj marcaban las doce de la noche y el cielo empezaba a desligar pequeñas gotas de lluvia. El temporal no cedía sus malos días, ni siquiera en junio cuando un cielo ligeramente nublado y temperatura de 15°C se consideraba un verano convencional. La habitación estaba sumergida en una impetuosa oscuridad para comodidad de Kisha quien yacía sentada en una esquina de la estancia observando con detenimiento a Sonya. Los ojos de la inhumana estaban pintados de color carmesí para que la falta de luz no cohíba su visión. A diferencia de Raymond, ella apoyaba los ideales del conde y de su raza. No le disgustaba sanar o salvar humanos siendo consciente que amparar a la especie más débil de la creación era el propósito de su existencia. Lamentaba que su amigo y edecán de la tribu desestimara sus creencias, aunque no podía culparlo, después de todo sus protegidos también eran sus verdugos.Los parpados de Sonya se levantaban despacio, mientras trataba de acomodar su distorsionad