Parpadeó seguidamente y sus ojos recuperaron su color natural. El Conde marcó una prudente distancia entre los dos pasando la mano que perforó su labio a la cama, en paralelo a la otra sin apartar su mirada de los ojos de Debora quien era atacada por una suave, pero molesta jaqueca que no la ayudaba en su afán por entender lo que recién acababa de ocurrir y su mano izquierda tanteaba algo que tenía en ese mismo lado sin saber qué era. -¿Dónde estoy? –Murmuró Debora.-En mi tribu. –Respondió el Conde con el mismo tono de voz bajo, sintiendo la intensidad de los ojos de la hibrida que penetraban en los suyos y su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración que irrumpía el silencio. El brillo rojo de su iris era hipnótico, más inquietante. Tuvo la osadía de llevar su mano derecha, que hasta ahora había estado inerte sobre su abdomen, al rostro del vampiro que estaba sobre ella y cerrar sus ojos.-¿Puedes cambiarle el color? –Pidió sin variar el tono. Howard tomó su frágil mano
A las afueras de la casa Franco yacía estacionada una manola y en su interior estaban sentados Kisha y Howard, sin mencionar al cochero que se mantenía al margen de la situación. Sonya había solicitado un día para ver a su familia, y aunque el Conde prefería mantenerse lejos del anciano purificador, no podía negarle esa petición. Pasaba su mano sobre la cicatriz que lucía su cuello, una quemadura ocasionada por el colgante que Debora le clavó, mientras recordaba con frustración el cebo que siguió con su fragancia. Si hubiese logrado encontrarla, la hubiese asesinado tan atrozmente que nadie caería engañado en la suposición de un accidente. -¿Por qué la dejaste escapar? –Preguntó Howard, su aliada bajó la mirada a su regazo, nunca antes había desafiado a su líder y el haberlo hecho la llenaba de temor. -No tengo nada que ver en su huída. –Se defendió con talante sumiso. -Le pregunté a Sonya por su colgante y me dijo que tú se lo habías quitado. –Dijo Howard sin recibir reclamos de K
La percepción auditiva de Sonya se había intensificado por lo que las voces y ruidos del exterior la perturbaban aun estando dentro de la cabaña. La bisoña se retorcía en la cama siendo incapaz de entender dónde estaba o qué sucedía. De ahora en más su vida de sería completamente diferente. Su estadía en la tribu se había prolongado, al menos hasta que sea capaz de controlar sus instintos y pueda convivir con humanos sin ponerlos en riesgo. También debía aprender a dominar los infinitos dones que ahora poseía, pero sobre todo necesitaba saber cómo usar su sexto sentido, no era fácil manejar las emociones de los demás. Podía estar triste o feliz, incluso al mismo tiempo, todo dependiendo de los humanos a su alrededor. Aunque lo más trascendental era aceptar su transformación. -Ysnoa, tranquilízate. –Pidió Kisha quien la sostenía evitando que siguiera retorciéndose. La bisoña cubría sus oídos con sus manos en un vago intento por anular el ruido. –Escucha sólo mi voz, Ysnoa. - ¿Por qué
Estela caminaba entre lápidas, arropada bajo una esencia lúgubre que no daba tregua a su alma desde la tragedia de su familia, sólo deseaba poder haber sepultado a su hija así como lo hizo con su padre. Se detuvo frente a su tumba con un rostro inexpresivo sintiendo el torbellino de emociones que movía su corazón, a veces la invadía la nostalgia al reconocer el inminente deceso de su padre, el hombre que le dio la vida y que siempre estuvo con ella aún después del abandono de su madre; y al mismo tiempo se manifestaba el odio al recordar que fue aquel señor quien asesinó a su única hija, la razón de su vida. Era una pesadilla que cercenaba hasta el último pedazo de su corazón; y de la que no sabía cómo despertar. -Lamento lo que sucedió con su padre, Estela. –Escuchó la mujer fijándose en el hombre de cabello canoso y frondosa barba que estaba a escasos centímetros de ella. -Conoció a mi padre. ¿Cómo?–Pronunció Estela sin inmutarse de su fría expresión. -Coincidimos en algunas reun
El sol se ocultó cediéndole el paso a una noche fría y pletórica de oscuridad, ni una solitaria estrella brillaba en el cielo, existían razones para que fuera así. Ningún astro quería ser testigo de la guerra que se avecinaba entre especies. En el coliseo no había espectadores sólo el monarca, el verdugo y sus víctimas atadas a pilares como ya era habitual. -¿Dónde se esconde tu raza? –Exigía saber por enésima vez Víctor sin recibir respuesta. Ysnoa mantenía su cabeza agachada, levantándola en algunas ocasiones sólo para ver el revólver que sostenía el verdugo entre sus manso, tantas veces había visto la mortandad, pero nunca antes había visto que usaran un arma ordinaria. Desvió sus ojos carmesí a Kisha quien yacía a un lado, manteniéndole la mirada firme y desafiante al monarca que empezaba a impacientarse, si Kisha sentía temor lo disimulaba bastante bien. –Traté de ser indulgentes con ustedes, pero… -Dijo el monarca haciendo ademanes a dos guardias que se escabullían
En un parpadeo la tribu había sido invadida por los guardas de la falsa monarquía, comandados por Don modesto. El Conde rescató a cuántos humanos y vampiros bisoños pudo y les ordenó que se marchara lo más lejos posible de la despiadada guerra. Los guardas usaban flechas y balas de plata para asesinar a los vampiros, mientras que ellos usaban sus dotes para reprimir a los soldados que vestían una armadura ordinaria, y fragmentaban las extremidades de aquellos cuya armadura era de plata. Desde la lejanía, Howard veía con desdén su tribu arder en llamas y a algunos vampiros que caían inertes en el suelo. No importaba cuántos siglos pasaran o cuántas guerras presenciara nunca era fácil ver cómo todo lo que él había construido, todo en lo que él creía se desmoronaba pedazo a pedazo. Su mirada tropezó con el hombre longevo que cobardemente guiaba a su tropa. No tardó en descender a su encuentro, dispuesto a asesinarlo. Caminó sigiloso camuflándose entre los arbustos y las sombr
Don modesto siempre creyó que Víctor no estaba preparado para hacerse cargo del reino, menos arrastrando con él el secreto de Debora, por esa razón se había abstenido de contarle acerca del significado de la herencia de sangre que corría en las venas de su hermana. Insipiente de tal información, creía exagerada la decisión de Debora al querer huir del reino. -Sabemos cómo ocultar está verdad como hasta ahora lo hemos hecho. No tienes por qué irte. -Se afanaba por tranquilizar el rey, viendo desde la entrada a su hermana empacando. -Es más grande de lo que crees, más grande de lo que podemos controlar. -Dijo Debora paseándose toda su habitación, buscando sólo objetos de importancia. -Ellos vendrán por mí. -No permitiré que te lastimen. -Y no querrán hacerlo, te lo aseguro. Es todo lo contrario, me van a veneran. -Escapó de la boca de la mujer. Víctor se vio obligado a acercarse y detener su andanza. -¿Qué quieres decir con eso? -Preguntó confundido. -Yo soy... -Un desgarrador grit
El brillo de la noche era opacado por las grisáceas nubes que cubrían todo el cielo, y las pequeñas gotas de una suave brisa era sólo el inicio de una pronta tormenta. El monarca se encontraba en uno de los balcones del castillo, bebiendo un refrescante coñac, mientras observaba el deprimente panorama natural.- ¿Cómo sigue Debora? - Preguntó Venecia quien llegaba inesperadamente a la estancia, ella se convirtió en reina luego de casarse con el heredero del trono.-No lo sé. Don modesto está cuidando de ella, y no he recibido notificación alguna de su parte. –Respondió Víctor, volviéndose hacia su esposa. Su cabello largo, caía en ondulaciones rojas y castañas claras como un rayo de sol perpetuo, combinando de forma etérea con sus ojos color café. La belleza que derrochaba era una semejanza a la perfección. Venecia tenía seis meses de embarazo y el monarca sólo pedía que su primer descendiente se pareciera más a ella que a él, no sólo en el físico, también en lo intangible. - ¿Cree