Las horas del día resultaron eternas para Debora, quien en ningún momento cruzó palabras con nadie. Para la inusual ocasión decidió colocarse un elegante vestido rojo, su cabello suelto con ondulaciones en las puntas y sus labios estaban pintados del mismo tono carmesí del vestido, decidió lucir igual que lo haría en una cena convencional, sólo esperaba que no fuera demasiado elegante ni extravagante para cenar con un vampiro. Debora bajó de su habitación para encontrarse con el encargado de conducir el carruaje que la llevaría hasta el lugar de encuentro pautado, el cochero yacía en espera de la joven Rousseau en la estancia principal del castillo, Debora frenó en seco al percatarse de la inesperada presencia de su hermano que platicaba con el empleado. -Iré a preparar el carruaje, señor. –Pronunció el cochero, abandonado la estancia después de una reverencia para el rey, dejando en privacidad a los hermanos. -Te ves bien. –Alagó con sinceridad Víctor, levantándose del mueble con s
El restaurante en donde se llevaría a cabo la cena era uno de los lugares más prestigiosos del reino, para el alivio de Debora quien se sentía más amena en un espacio público que en un suburbio desértico. Estaba sentada justo al lado opuesto de El conde de los vampiros, distanciada sólo por una mesa de cristal, preguntándose qué pasaba por su mente, si se sentí tan abrumado como ella lo estaba, de ser así lo disimulaba bastante bien bajo un talente indiferente, mientras leía la carta del menú que sostenía en sus manos.-¿Planeas hacerme daño? –Dijo Debora en un murmuro.-No. –Dijo tajante, en ese instante llegó una camarera para anotar sus pedidos y llevarse las cartas. Cuando nuevamente quedaron solos, Howard continúo, está vez sosteniéndole la mirada a su compañera. –No tengo razones para hacerlo. -Creí que tu objetivo y el de toda tu gente era derrocar el reinado de mi familia. –Añadió Debora, El conde negó.-Dios se manifiesta atraves de la voz de los habitantes, no podemos aca
El reencuentro con el verdugo sería una particularidad de compensación, pero sólo para Kisha así que bajó a su encuentro con la condición de que Raymond permaneciera en las alturas del tejado y así lo hizo, no sin antes reiterarle que bajaría si la veía en peligro, aunque difícilmente iba a estarlo. Con la chica inconsciente entre sus brazos, era incapaz de poder moverse. Su mente estaba puesta en la daga de plata que, como siempre, llevaba consigo, pero tomarla no iba a ser sencillo.-No te preocupes por ella, estará bien.-¿Tú lo hiciste? –Preguntó Luca entre dientes, Kisha afirmó con la cabeza. - ¿Me matarás ahora?-Te recuerdo que el verdugo aquí, eres tú. –Habló la vampiresa. –Aunque te resulte difícil de creer, nunca he asesinado a ningún humano, y te aseguro que muchos se lo merecían, pero tú, no haces parte de éstos últimos.-Haz lo que tengas que hacer. No necesito de tu misericordia.-Es cierto no la necesitas, porque ya las has ganado. –Dijo Kisha, inmutando las facciones d
Las gotas de agua se resbalaban por su cuerpo relajando sus músculos tensados, mientras se afanaba por recordar más que sólo a la vampira a la que, por segunda vez, no pudo asesinar. Quería recordar cómo se había hecho las cicatrices en su cuello. Cómo había regresado a su casa, o más bien quería pensar en cualquier otra cosa que sacara a Kisha de su mente. Golpeó la pared con su puño, repetidamente. Le enfurecía reconocer la debilidad que sentía hacía esa inhumana. Vivía solo así que no tenía ningún inconveniente con salir desnudo del cuarto de baño. Se acercó a su guarda ropa y tomó unos pantalones de color oscuro, Tanteó en usar una camisilla, pero no podía mostrar las cicatrices de su cuello, básicamente porque no sabía cómo explicarlas, entonces tomó un suéter de cuello alto que no usaba muy seguido. Abandonó su morada cuando avistó al cochero aparcarse a las afueras de la misma que, afortunadamente, no había demorado demasiado en llegar. Luca deseaba salir lo más pronto posibl
La prestigiosa velada dio inicio tarde, ya en la noche. Personajes de gran importancia asistieron a la significante gala, personas que ejercían una relevante laboriosidad en los tantos reinos regidos por diferentes y variadas monarquías en la que el mundo se había dividido, así también por CEOS de ilustres organizaciones que se ubicarían un escalón debajo de la realeza. Nadie podía haber allí que no fuese de la aristocracia; incluso los camareros, ballet parking y demás asistentes eran de los más notables dentro de su límite de plebeyos. La mesa principal era conformada por un escaso número de estos significativos personajes de los que resaltaban, obviamente, los hermanos Rousseau y la reina, sin embargo, transcurrida ya la cena y la ceremonia oficial, la mesa sólo era ocupada por Debora y Víctor quienes calcaban a la perfección la definición exacta de un par de desconocidos. La primera yacía ensimismada en sus pensamientos, siendo incapaz de soltar la conversación que sostuvo con el
Sonya echó a correr de regreso a la tribu, tropezando con piedras y ramas que entorpecían su huída; y tras de ella, el zafio la custodiaba exacerbándose por los latidos de su temeroso y agitado corazón que latía más rápido de lo convenido, sólo podía imaginar la cantidad de sangre que se drenaría de su cuerpo en cuanto clavara sus colmillos en alguna de sus venas. Flojeó su paso al denotar que estaban muy cerca de llegar a la tribu, no podía arriesgarse a ser visto por el Conde o algunos de sus subordinados de lo contrario, sería asesinado. Quedó inmóvil, a una distancia prudente mientras miraba con frustración la presa que se escapaba de sus manos. Sonya sintió que regresaba a la vida cuando tropezó con alguien más, alzó la mirada y descubrió a Raymond que la sujetó de un brazo y la miraba con el ceño fruncido.- ¿Qué estás haciendo? –Dijo el vampiro.-Me quiere matar. –Dijo Sonya señalando hacia la maleza, Raymond perdió su vista en ese punto y logró distinguir la sombra corpulenta
Parpadeó seguidamente y sus ojos recuperaron su color natural. El Conde marcó una prudente distancia entre los dos pasando la mano que perforó su labio a la cama, en paralelo a la otra sin apartar su mirada de los ojos de Debora quien era atacada por una suave, pero molesta jaqueca que no la ayudaba en su afán por entender lo que recién acababa de ocurrir y su mano izquierda tanteaba algo que tenía en ese mismo lado sin saber qué era. -¿Dónde estoy? –Murmuró Debora.-En mi tribu. –Respondió el Conde con el mismo tono de voz bajo, sintiendo la intensidad de los ojos de la hibrida que penetraban en los suyos y su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración que irrumpía el silencio. El brillo rojo de su iris era hipnótico, más inquietante. Tuvo la osadía de llevar su mano derecha, que hasta ahora había estado inerte sobre su abdomen, al rostro del vampiro que estaba sobre ella y cerrar sus ojos.-¿Puedes cambiarle el color? –Pidió sin variar el tono. Howard tomó su frágil mano
A las afueras de la casa Franco yacía estacionada una manola y en su interior estaban sentados Kisha y Howard, sin mencionar al cochero que se mantenía al margen de la situación. Sonya había solicitado un día para ver a su familia, y aunque el Conde prefería mantenerse lejos del anciano purificador, no podía negarle esa petición. Pasaba su mano sobre la cicatriz que lucía su cuello, una quemadura ocasionada por el colgante que Debora le clavó, mientras recordaba con frustración el cebo que siguió con su fragancia. Si hubiese logrado encontrarla, la hubiese asesinado tan atrozmente que nadie caería engañado en la suposición de un accidente. -¿Por qué la dejaste escapar? –Preguntó Howard, su aliada bajó la mirada a su regazo, nunca antes había desafiado a su líder y el haberlo hecho la llenaba de temor. -No tengo nada que ver en su huída. –Se defendió con talante sumiso. -Le pregunté a Sonya por su colgante y me dijo que tú se lo habías quitado. –Dijo Howard sin recibir reclamos de K