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Capítulo LXXI

El herrero afila mi katana con una lija manual, la cual funciona con pisotones suyos. Me saludó como siempre; una pequeña mueca y una inclinación. Esta vez no hay tema de conversación, al parecer.

—¿Le has dado un buen eso?

Me precipité.

—Claro, eh, sí.

Enarca una ceja.

—Siempre maneja su filo de manera diagonal o un intento de horizontal, pero con unos grados menos o más.

—¿Para que no se quiebre la hoja? —ironizo.

Suelta una carcajada.

—Por supuesto. Las katanas tienen su hoja delicada, por así decirlo, así que hay que saber cómo emplearlas si no quieres perderlas. Es un pequeño dato que adquirí de un viejo japonés que una vez visitó mi herrería. No la llamaba «Katana», sino Nihonto, su nombre de creación. Eso creo. Vete a saber por qu&e

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