PARTE IX
Piezas de vida puestas en el tablero
El hechicero me venda para tener presión en mis costillas, para que no se desvíen hasta que el proceso de curación cese. Como predije, mi compañero corrió hacia mí al darse cuenta de que no regresé. Me cargó y me llevó con la enfermería del cuartel. No me llevó con Eva, que me hubiese tratado en un santiamén. No sabía mi relación con ella.
—Estarás bien. —Toquetea mi esternón—. Solo tuviste un rasguño por parte de una costilla, así que dentro de unas horas estarás como nueva, por lo menos dentro de nueve. Y... —se gira para sacar un estuche y me ofrece un frasco con unas hierbas azuladas en su interior— dile a tu padre que te prepare un té cada dos horas, ¿vale? Él ya está de
Me apoyo en la pared para poder caminar. Maldigo que el pasillo sea tan largo, pero deseo irme a casa. No me gusta el olor a hierbas medicinales, que no son aromáticas. Me estremezco. El invierno nos azota más fuerte que en otros años. Contemplo el final del camino agotada, con las ganas irrefutables de echarme una siesta y me detengo con la nariz arrugada. No hay nadie más por aquí. Examino las puertas entreabiertas; detrás de ellas hallo ciertos guardianes enfermos y pueblerinos, pero ni rastro de los hechiceros y enfermeros. Subo la cremallera de mi gabardina para que no me fastidie al acelerar el paso, giro por el pasillo que da al salón comunitario, donde almorzamos, y suelto un suspiro. De hecho, ya están cenando. Bear, al verme, alza su mano y me saluda agitándola. Hago lo mismo, pero en general.Paso de la sala. Tanto Tiger como Crow deben estar haciendo mi turno para que pueda descansar, sanar y l
Despego los párpados al sentir la calidez de una sábana sobre mí.Le doy una sonrisa, que me devuelve para luego darme un beso en la frente y sentarse frente a mí.—Tengo que prepararte el té cada dos horas, ¿no? —Asiento—. Aunque ya veo que es tarde para eso. Igual lo prepararé.Me yergo con un mohín de dolor. Las costillas me escuecen y me arde el centro de mi pecho. Antes no me dolía tanto. Por eso digo que reposar incrementa el malestar. Detallo un bote de mantequilla de maní puesto en la mesa. Uhm, no me gusta, pero el probarlo después de tanto será fascinante. Vuelve la picazón en mis ojos. Hay tantos alimentos que me desagradan, pero no dudaría en probarlos para recordar por qué el hastío.Veo su espalda moviéndose mientras busca la tetera.—¿Cómo fue tu cacería?Los m&uacu
Me levanto la camiseta y reviso el moretón que se extiende por la tenue cicatriz que me quedó del corte que recibí hace ya un tiempo por perder por primera vez el control. Bufo. Al tocar la zona, siento las costillas moviéndose como una advertencia, aunque bien puede ser una impresión mía de muy mal gusto. Ya me las he roto unas cinco veces, si no estoy mal. Hundo los dedos en la pomada verde, que huele como a menta por su combinación de ruda, coca y otras plantas, y la esparzo por todo moretón que halle antes de vendarme. Cuadro los hombros con los ojos puestos en el espejo; la decisión firme brilla en ellos, al igual que algo de temor. Frunzo los labios. Ya no estoy tan demacrada ni tan amarilla. Poco a poco voy retomando mi anterior estado. Ladeo la cara. Es bueno.Salgo y toco la puerta de la habitación de mi padre. Lo oigo removerse.—Ya me iré —aviso.Espero unos minut
Se han cesado los relevos por las cuevas de las brujas. El enemigo ha decidido no perder el tiempo en intentar, más si tenemos de lado a Smert’ con compañero al lado, que saben muy bien cómo contraatacar contra sus lobeznos. No solo por eso se dejó el vigilarlas, porque ellas han hecho conjuros en sus hogares que no dejarán entrar a esos bichos, gracias a que mi padre les cortó pedazos lo suficientemente óptimos para ellas, de pellejo y así poder hacer sus cosas. No saldrán de sus lugares, lo tienen prohibido, pues no nos confiamos del todo. Así que cada vez que necesitan algo, lo solicitan a el guardián que pase por allí o al pueblerino, que tendrá que acatar por órdenes del de arriba.Así que nos hemos puesto a entrenar, para así preparar y prepararnos.El concejo se me quedó viendo extrañado cuando negué la posibilidad d
Me limpio el sudor que surca de mi frente, ya muy fatigada, con un leve dolor en mi costado, donde ha quedado un moretón un poco más pequeño que el anterior. Le alzo el pulgar a los novatos, tanto a los viejos, por su buen entrenamiento. Han de ser las cinco de la tarde y ya todos tienen que cambiar de turno. A eso de las seis, viene otro grupo, pero no entrenados por mí, si no por mi padre, alias el amargado.Yo tendré que ir a hacer un relevo en las cercanías del gran samán. Y, de hecho, mantenerme allí hasta las nueve de la noche. Luego vendrá alguien más y yo podré irme a la cabaña o tal vez a mi catre que tengo aquí. Sin embargo, deseo estar más tiempo con papá.Saco de mi casiller una nueva gabardina. Esta es blanca manchada de grises, cafés y algo parecido al negro, mezclado con verde. Específicas para el invierno. Pues ya el bosque está
Llegó lo que tanto esperábamos; la carta de Gabriel con el aviso de la guerra. Justo tres semanas antes de la fecha de mi cumpleaños. En ella se nos solicitaba en el descampado a las afueras de Berlín, en zona de campos y granjas. Citaron primero al concejo —incluyéndome— para formalizar las estrategias y jugadas. Todos estábamos nerviosos, sin procesar del todo las palabras escritas en puño y letra en el papel beige. Yo observaba a cada rastro los rostros conmocionados de los presentes, pálidos, haciendo lo posible para cooperar.Tuvimos la presteza de calcular el tiempo en que llegaríamos a la ubicación. Dos semanas o menos si nos proponíamos no caminar, es decir, descansar o explorar para hallar comida, objetos, hierbas, lo que sea. Si un coche dura alrededor de dos horas con cincuenta minutos, ¿cuánto a pie? Se consumen 51 horas de aquí a B
Me recibe con el rostro inclinado hacia la derecha. Luego, me deja pasar en el pequeño espacio que hace de su casa con el cabello revuelto a lo alto de su cabeza. Mantiene un libro viejísimo abierto en la mesa, que cierra en el instante que me invita a sentarme.—¿A qué debo esta sorpresa?El tono dulce en la ronquez de su voz es suficiente como para que me derrita.—¿No puedo visitarte, Eva? Pensé que me amabas.Me mira de soslayo con una mueca divertida.—Oh, claro que te amo, mas me eres insoportable justo ahora.Ciño la frente.—¿Ah? —suelto, avergonzada.Se ríe.—Me estaba aprendiendo ciertos conjuros, pero no me vendría mal una pausa. —Se pone de rodillas frente a las brasas para sacar del piquete una tostada alargada que unta de mermelada de cereza, para luego sentarse frente mío. Parte s
PARTE XCaída de peonesMe tambaleo hasta llegar al inicio del pueblo. Dejo caer un suspiro y dirijo la atención al firmamento, como si en él hallase a mi madre. Reprimo el temblar de mis labios al atisbar a mi padre, esperándome en el porche, sentado con sus codos sobre las rodillas y la barbilla posada entre sus manos. Miro la muñequita, ya está dura y un poco caliente; decido guardarla en el bolsillo interior de mi chaqueta, muy cerca a mi pecho, como recomendó Eva.Me acerco con parsimonia. Alza sus orbes oscuros y una sonrisa se le dibuja en la cara al saber que soy yo. Me da espacio para sentarme a su lado.—¿Cómo estás, mi niña?Imito su posición.—Cansada, un poco asustada, ansiosa. Falta tan solo medio día para partir y ya siento que estoy en ese momento, allí, c