Capítulo LXXIX

Despego los párpados al sentir la calidez de una sábana sobre mí.

Le doy una sonrisa, que me devuelve para luego darme un beso en la frente y sentarse frente a mí.

—Tengo que prepararte el té cada dos horas, ¿no? —Asiento—. Aunque ya veo que es tarde para eso. Igual lo prepararé.

Me yergo con un mohín de dolor. Las costillas me escuecen y me arde el centro de mi pecho. Antes no me dolía tanto. Por eso digo que reposar incrementa el malestar. Detallo un bote de mantequilla de maní puesto en la mesa. Uhm, no me gusta, pero el probarlo después de tanto será fascinante. Vuelve la picazón en mis ojos. Hay tantos alimentos que me desagradan, pero no dudaría en probarlos para recordar por qué el hastío.

Veo su espalda moviéndose mientras busca la tetera.

—¿Cómo fue tu cacería?

Los m&uacu

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