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Capítulo LXXXVII

Lo agarro del brazo, torciéndolo.

Zelig lo mantiene agarrado de la espalda, pero esto no lo reprime lo suficiente, dado que se remueve, lo tira y a mí me empuja con su rodilla; justo contactó en mi costado, donde mis costillas siguen resentidas.

Jadeo. Sin embargo, me enderezo para devolvérsela; giro mi cuerpo en una patada recta que la da de lleno en el mentón y lo hace retroceder, dándole el tiempo suficiente a mi compañero para enredar sus piernas en su cuello, extenderle el brazo derecho, sostenerlo entre sus manos y mantenerlo en una llave de sumisión completa; si no sabe cómo salir de ella, la presión de los muslos del castaño lo dejará sin aire y, posteriormente, lo hará caer en la inconsciencia.

Trastabillo, mas no caigo.

Me arrodillo frente suyo con una mueca entre dolor y coraje.

—Pensé que no nos atacarían.

Sacude su cabe

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