No conocemos nuestros verdaderos nombres, solo los apodos que nos designan al unirnos a la guardia. Apodos que salen a la luz por algún aspecto o habilidad que tengamos. Aunque bien podemos decir nuestros nombres, corremos con el riesgo de exclamarlo en plena batalla y, de ese modo, dejar al descubierto alguna identidad. Por eso se eligió tener un apelativo, por llana seguridad, dado que esos monstruos nunca olvidan. Al tener algo mínimo podrán cazarnos con suma facilidad, ya que todos los registros de nacimiento, médicos y demás están en sus manos.
Puede ser improbable el hallar la persona indicada entre miles con el mismo nombre, pero no imposible el encontrar los rasgos del desalmado a través de otro, de algún compañero.
Mi apodo es Red por mi cabello y el de mi compañero Tiger por sus ojos.
Suspiro ante el frío que se cala por mis pantalones, pero ese gélido me hace sentir satisfecha, a salvo. Me quito la máscara y dejo caer la capucha. Libre por fin.
Los demás conversan casi alegres alrededor del comedor, algunos contando nuevas experiencias y otros dando a conocer sus vidas fuera de la labor. Yo sé que todos extrañamos a nuestras familias. De vez en cuando las vemos. Estamos muy apartados de ellos en un cuartel cercano al agua cristalina que nos rodea. Apartados de la pequeña civilización que consta de diez mil —tal vez menos— personas. Nos hemos acostumbrado a compartir incluso el jabón, todo.
Le estiro los labios a la muchacha frente a mí. Es nueva y demasiado tímida. Aún no le toca hacer rondas, pero pronto la veremos tras un tronco a la espera de tumbar al enemigo.
—Hola —alcanzo a oír, pues las voces de los demás opacan su voz de niña.
Palmeo el lado vacío a mi izquierda. Vacilante, deja su puesto para posarse donde señalé. Es casi cómica por su baja estatura y cara de bebé.
—Soy Red, es un gusto.
Se muerde el labio y, titubeante como llegó, me extiende su mano.
—Bird.
Me trago la risa.
Tenemos otro pájaro, pero esta vez a secas.
—Es un gusto conocerte —murmura. Hago mi mayor esfuerzo para lograr escucharla—. Eres una de las mejores… Me gustaría ser como tú.
Arrugo la nariz y desvío la atención al pedazo de carne intacto en mi plato.
Estoy entre esa clasificación por mi descendencia. Tan solo saber qué corre por mis venas hace que me corroa con lentitud. Todos los presentes —incluso Bird— somos muy diferentes a un humano común, por ello somos pocos los que podemos estar en lo alto, ser los mejores. En cambio, en el otro comedor están los corrientes.
Vuelvo a posar las pupilas en ella un poco desorientada.
—Ojalá seas mejor que yo pronto.
Me otorga una mueca de amabilidad mezclada de simpatía.
No digo más. Realmente no sé qué decir. Me he quedado en cortocircuito con el elogio que me dio. No soy la mejor, solo pongo mucho empeño en lo que hago y alejo la empatía a la hora de salir de este lugar. Lo que no hacen la mayoría, alejar el corazón.
Alejo los malos pensamientos y prefiero perder el tiempo cortando el filete. No obstante, la tranquilidad se rompe cuando Bird abre la poca de nuevo.
—¿Será que nos tocará beber sangre más adelante?
Lo dice tan alto que los demás cesan su charla, incluso algunos mantienen el tenedor a escasos centímetros de sus bocas.
—No —exclama un moreno en la esquina. Se me olvidó su apodo—, ni lo pienses. Seguiremos con carne, arroz, verduras, postres… ¡Con todo menos eso!
Ese grito hace que ella se encoja en su puesto.
Le lanzo una mirada irritada. Su pico de gallito se cierra con celeridad. Asimismo, sigo con los otros, que bajan sus cabezas y empiezan a devorar sus platos como si no hubiese pasado eso.
—No es necesario ingerir sangre —digo con suavidad, como si le hablase a un niño pequeño—. El hecho de que tengamos a nuestra madre o padre vampiro no nos hace igual a ellos. Tenemos una dieta balanceada… no comemos como los que están allá —señalo la otra mesa—. Comemos una o dos veces al día porciones equilibradas, más que todo con carne. Ni me preguntes por qué. Eso no nos hace diferentes del todo. La deferencia radica en nuestra agilidad, fuerza y sentidos agudos. Somos los raros y los que se ganan el desprecio con facilidad por solo tener compatibilidad con esos apestosos. Somos…
—Somos mestizo —interrumpe decaída—. Me gustaría saber quién es mi padre.
Cierro los ojos con el dolor igualándose al de ella.
—Tal vez estén muertos o estén con los suyos. Solo sabemos que cuando explotó todo este desastre desaparecieron.
Asiente.
—Me fue duro saber que la parte paternal que me faltaba era de… —carraspea— de uno de ellos, de un chupasangre. No todos los vampiros son malos, porque si algunos fueron capaces de criar con humanos, es porque jamás dejaron su humanidad, o qué sé yo.
Concuerdo con lo último, mas no lo digo.
—Bueno, olvidemos eso, ¿sí? —gorjeo para atenuar el ambiente.
Apresa de nuevo los dientes en su labio.
De repente, mi apetito se ha largado.
Acompaño a Bird a su camarote.
A lo último comí a las malas.
Ese tema que sacó a la luz me dio mucho qué pensar; mi padre nunca me ocultó qué era mi madre cuando llegamos a estos lares. Me lo informó sin anestesia el día que le pregunté dónde estaba ella. Le dolió comentarlo, pero sé que lo hizo por un bien. Comprendí entonces por qué desde pequeña fui diferente a los demás niños. Sin embargo, el procesar esa información fue extenuante. Al momento de desembuchar esa cruel verdad, recuerdos que mi cerebro decidió ocultar para protegerme empezaron a surgir en sueños.
«Sé que mamá fue llevada a la fuerza por hombres tan pálidos como ella».
—Descansa.
—Tú también.
Mueve su mano despidiéndose del todo.
Le devuelvo el gesto sin la emoción que ella trasmitió.
«Y también sé que esos hombres no solo se llevaron a mi madre, también a mi mellizo».
«—¡Mami!
Papá intenta detener mis manoteos mientras retrocede, agitado y dolido.
—Se llevan a mi hermano. ¡Suéltame! —lloriqueo al mismo tiempo que veo a uno de esos hombres con traje negro con mi mellizo sobre su hombro, que de igual modo forcejea y chilla.
—No puedo, cariño, no puedo —solloza adentrándose en el bosque poco a poco.
Mamá se deja sacar de nuestra casa con las mejillas bañadas en lágrimas sin tan siquiera luchar».
—¡Mami, hermanito! —gruño al separar los párpados. El sudor corre por mi frente y mi brazo se halla tieso por estar estirado por mucho tiempo.
Trago.
Otro mal sueño.
Quito las sabanas húmedas de mi pecho y me incorporo un poco desorientada. No le doy más importancia a la pesadilla, habrá algún otro momento para hacerlo.
Me doy cuenta de que la sala está sola. Arrugo las cejas y maldigo en voz baja. No tuvieron la decencia de despertarme. Alcanzo de la mesa auxiliar el frasco de hierbas disueltas en un líquido marrón que va directo a mi garganta. El fuerte sabor me despierta del todo.
Esa bebida se disuelve en nuestro torrente sanguíneo y hace que el olor de la piel y, con obviedad, de la sangre sea poco atractivo para los chupasangres. En pocas palabras, confunde nuestro aroma. Dura en nuestro organismo aproximadamente catorce horas. Si se duplica la ración, se puede obtener una jaqueca tremenda. Desde luego, mantenemos con varios frascos atados en nuestro cinturón por si las dudas. Es algo que nos dan los hechiceros. Son los únicos que saben cómo hacer el brebaje. Desde mi perspectiva, únicos también en hacer menjurjes extraños.
Exhalo una bocanada de aire al estar preparada.
Hoy no tengo ronda, así que saldré por mi cuenta.
Me gustaría despejarme un poco.
Una mano me detiene al salir. Con las cejas rozándose entre sí, miro a Tiger.
—Vuelve a la cama. Duerme más.
—Suéltame —mascullo de vuelta.
Expira derrotado. Sus dedos dejan de estar envueltos en mi bíceps.
—Bueno, entonces iré contigo.
—¿Al patio? —me burlo.
—Sé que no vas para allá. Te conozco muy bien.
—Necesito despejarme y estar sola. Solo iré al río, al otro lado. —Encojo los hombros—. Me acostaré en la hierba y pensaré, ¿entiendes? Lo has hecho otras veces y nunca te reclamé.
Veo en sus ojos la resignación.
—Ve con cuidado entonces.
Vuelvo a sentir envidia de las hojas, que son tan libres.
No tuve elección alguna, me obligaron a ingresar a la guardia por esa condición, por tener genes de vampiro en mi organismo, solo por eso. Sin embargo, me entrenaba para entrar a pesar de que en el fondo de mi ser, no me agrada la idea. Muy contradictorio. Mi padre me enseñó lo suficiente, como exmilitar, me trasmitió mucho. Así que entré preparadísima.
Aunque ya pasó mucho tiempo, aún no asimilo mis orígenes y cómo la coincidencia de hallar personas iguales a mí, es decir, me parece extraño que en la comunidad había diez más que yo, me parece extraño. Igual, puede ser coincidencia… no sé.
Manoteo la hierba en búsqueda de la máscara. Mi cerebro me susurra que me la ponga y entiendo esa necesidad al oírlo detrás de mí. Menos mal jamás dejo de emplear la capucha.
Finjo que no lo he percibido, pero me sorprendo cuando el sujeto se acuesta a mi lado. Me pongo rígida. Tan solo puedo girar mis orbes para examinarlo con sorpresa. Tiene la cabeza apoyada en sus brazos y una sonrisa baila en su boca.
—Qué linda vista, ¿no?
Gruño.Lo que menos me gusta es que finjan ser como ellos. Y ahora, que su cerebro se iluminó para molestarme, el mío lo hizo de igual modo para pegarle un manotazo a quemarropa en su abdomen. Chilla, lo hace tan fuerte que me deleito lo suficiente.—No volveré a molestarte en mi maldita vida —gime.Me arranco la máscara al tiempo que se retuerce.—No es para tanto, te pegué suave.Agita su cabeza en desacuerdo. No tardo en apoyar la espalda contra el tronco y pasear los ojos por su figura.—Me hubiese gustado que siguieras como mi compañero.Deja caer los hombros, sin mirarme tan siquiera.—Mi hermano es bueno, dale más oportunidades. —Alzo las cejas—. Vale, sé que le falta mucho para estar a tu altura, pero tiene ese don inigualable de percibir lo que tú o yo no podemos. Ya sabes a qué me refiero.
El filo de la espada está excelente. Reviso si en mi cinturón tengo suficientes cuchillas y frascos de hierbas. Examino mi vestuario; gabardina de hombre, botas de paso ligero, guantes con los dedos al aire, blusa manga larga negra, cabello trenzado en corona, pantalones ligeros y máscara de porcelana.—Ya estoy preparada.Me giro para revisar su compostura.—Yo igual.Se prepara para salir. Sin embargo, lo detengo en el umbral.—Suerte. —Asiente sin decir más.Es una noche fría, parece como si fuese invierno en esta zona. Pensé que habría alguien más, qué equivocada estaba. Igual ya estoy acostumbrada a pasar la madrugada sola. Me detengo para acariciar la corteza de un pino caído; allá en el horizonte se atisban las luces de la ciudad; estoy a veinte kilómetros de ella, justo al frente de una carretera desalmada, ya des
—¡Estás suspendida por una semana por esa estupidez!Cabizbaja, recibo ese grito con toda la vergüenza del mundo.—Te vas a casa y con pena, le dirás a tu padre tu suspensión, ¡para que así te entrene hasta que tus huesos se pulvericen! —continúa.—Sí, señor —musito.—Y cuando vuelvas, espero que tengas la misma cordura que ayer. ¿Entendido? —Asiento—. ¡¿Entendido?!—¡Sí, señor!—Bien, largo de mi vista.El estrépito de su asiento siendo arrastrado no es lo suficiente como para que levante la mirada de nuevo.Me dirijo con pasos pesados a la sala donde se hallan los demás, a la espera de encontrarme. Ingreso en ella, y el silencio retoma fuerzas. Agarro mi mochila del colchón, al igual que la espada en su estuche, apretada en tela negra. Bird m
Golpeo el tronco con los puños; siento la piel de los nudillos desprenderse, al igual que la sangre gotear hasta el césped. Este dolor físico calmará el hambriento dolor emocional. Me siento embaucada, traicionada y en tan pocos días. No tenía dudas de los otros secretos que papá me ocultaba, mas no esperaba que uno de ellos fuese tan grande; una información que debí obtener en el momento que me fui de casa, por el simple hecho de sentirme un poco más segura o al tanto de lo que puede sucederme. ¿Y ahora cómo me sentiré cuando retome mi posición? Estresada, nerviosa, eso es muy seguro. No solo eso, estaré aturdida, desconfiando hasta de las palomas. Reviso mis manos, están hechas un asco. Necesitaré un buen analgésico, desinfectante, pomada y vendas. Suelto una carcajada. Ni siquiera tenemos la regeneración de esos apestosos. ¿Apestosos? ¿Cómo puedo pensar eso tan a la ligera? Mi madre pertenece o perteneció a ese linaje, y si desprecio a su raza, la desprec
Permanece callado mientras argumento sobre todo lo que hallo en mi mente y le sea de utilidad. Le advierto casi todo lo que pasé en entrenamientos; los horarios: te despertabas a las tres de la mañana, si no dormías lo suficiente, valías, hasta adaptarte. El entrenamiento: diez horas de él, en donde te ganabas moretones a cada minuto. Ah, y la comida, no tan sabrosa, pues altas cantidades de avena es… aberrante.—¿No se emplean armas de fuego?Sacudo la cabeza.—No, sería mucho ruido. Solemos utilizar silenciosas. Como mi espada, por ejemplo.Sonríe, tímido.—Es una katana —aclara.—Espada es su nombre —mascullo—, en fin, también cuchillas, navajas, arcos, entre otros. Estamos chapados a la antigua.—Ya veo.—Para ser del sureste, estás muy sumido en la ignorancia —añado con burl
La niña me acaricia el cabello, consolándome.Estoy sentada con las rodillas a la altura de mi pecho y el rostro en el vértice de estas, echa un desastre. La blancura del entorno no me da pánico, si no tranquilidad extenuante.Se inclina para buscar mi rostro. Sus ojos, tan iguales a los míos, me sonríen.—Conecto momentos para hallar respuestas —moqueo—. Y esos recuerdos difuminados poco a poco toman fuerza. ¿Acaso me han sido arrebatados?—Sí, para hacerte sentir a salvo.Sonrío, el sabor de mis lágrimas me pone peor.—Ya me lo imaginaba.Se acurruca en mi campo de visión.—Pero volverán con lentitud —aclara, suave.—Y me convertiré en algo que no me gustará —concuerdo.Encoge un hombro.—Tal vez.—¿Por qué tengo que pasar
La cena se mantiene en silencio. Nadie me cotillea algo y a través de sus facciones sé el por qué, y no solo eso, también el espacio desocupado frente mío.Con la mirada puesta en mi plato y los hombros temblorosos, contemplo toda idea que me surge.Bird ha de estar muerta, secuestrada o…—Siendo ganado.Los demás alzan sus cabezas con la comprensión en sus pupilas.El que está a mi lado me palmea la espalda.—Ella es fuerte —comenta, despacio, su compañero, Bear—. Estoy seguro que se ha resistido. En alguna parte del bosque estará y pronto los que hacen guardia hoy, la encontrarán.La sopa sale de mi cuenca al apartarme de un tirón. El silencio vuelve.—Iré de voluntaria. No me quedaré quieta.Sus dedos se envuelven en mi muñeca. Aprieta con fuerza, tanto, que me trago el
PARTE IISangre en la puertaElla se posa sobre mis muslos. Pasa sus falanges y rasca con las uñas en mi cuero cabelludo.Sus ojos, de nuevo, se funden con los míos. Sus pequeñas manos parecen dudar mientras se enredan en las hebras de mi cabello.—Ya estamos cerca.—¿Cerca de qué? —musito, curiosa.Deja de darme mimos para reposar su frente con la mía.Iris del mismo color se fusionan.—De la cruel verdad que por fin nos unirá.Despego los párpados. Mi garganta está seca, tanto que ni siquiera puedo carraspear. Intento separar mi cuerpo del colchón, más no puedo. Con los ojos como rendijas, contemplo la habitación amarillenta. Y mientras lo hago, siento un agudo dolor en mi costado.